Los egipcios volvieron a dar la sorpresa. Los candidatos a priori menos favoritos entre los cuatro mejor situados han sido los ganadores de la primera vuelta de las elecciones presidenciales recientemente celebradas.
Durante los primeros días de la campaña electoral, pocos eran los que daban opciones al islamista Mohamed Mursi, aspirante de los Hermanos Musulmanes, y a Ahmed Shafiq, militar retirado y exprimer ministro de Hosni Mubarak.
Ambos se volverán a medir en las urnas el 16 y 17 de junio. De confirmarse los datos extraoficiales, facilitados por los Hermanos Musulmanes - que acertaron de pleno en las legislativas - supondría, sin duda, un revés para los jóvenes que impulsaron la revolución que acabó con la dictadura de Mubarak en el mes de febrero del año pasado.
Los Hermanos Musulmanes, ganadores también de las legislativas - copan más del 50% de los escaños de la Asamblea del Pueblo - han sabido, una vez más, poner en marcha su maquinaria electoral y movilizar a su base militante.
Shafiq, excomandante de la Fuerza Aérea y que ocupó brevemente la jefatura del último Gobierno de Mubarak durante la revuelta, ha logrado concentrar el voto del miedo, el de aquellos - sobre todo cristianos, el 10% de la población - preocupados por el avance islamista; el de los egipcios cansados de las protestas, enfrentamientos y desórdenes en Tahrir - que afectan a una economía hundida - y, sobre todo, a aquellos quejosos por el aumento de la inseguridad ciudadana en las calles.
Shafiq ha logrado arañar muchos votos a Amr Musa, exministro de Exteriores de Mubarak y exsecretario general de la Liga Árabe, considerado uno de los grandes favoritos y que ha obtenido la derrota más amarga.
Para algunos analistas, este resultado, más que contribuir a la estabilidad, puede llevar a que arrecien todavía más las protestas. Los egipcios han votado por los extremos y han dejado de lado los discursos más moderados. Mursi y Shafiq representan a las dos fuerzas que han mantenido un pulso a lo largo de los últimos 60 años de poder militar: los islamistas y el Ejército.
Aunque ha mantenido silencio durante la primera vuelta, no es difícil adivinar quién es ahora el candidato favorito de la Junta Militar que pilota la transición, más aún si se tiene en cuenta que los islamistas ya controlan la Asamblea del Pueblo y la Shura (Senado).
La próxima fecha a retener, antes de la segunda vuelta, es el 2 de junio, cuando está previsto que un tribunal de El Cairo dicte sentencia en el juicio contra Mubarak.
Con todo, después de una primavera larga, no exenta de tormentas, Egipto por fin ha conseguido llegar a las urnas. Para algunos, las elecciones presidenciales culminan el proceso de libertades que clamaban las voces de en la Plaza Tahrir, pero sería un error pensar que serán la solución inmediata al futuro del país. Los militares siguen controlando la economía y el poder, utilizando los mismos métodos siniestros de la etapa anterior y el riesgo de pasar de la dictadura de Mubarak a otra de signo islámico no es menor.
Ni siquiera se ha redactado una Constitución donde se defina qué poderes tendrá el nuevo presidente, pero de la misma manera que parece prematuro pensar que la revolución ha terminado, sería un error también creer que sólo estamos frente a una puesta en escena para que nada cambie.
Es demasiado pronto para saber en qué quedará el calor de las revueltas. Las opciones que salieron de esta primera vuelta son tan dispares que podemos encontrarnos al último primer ministro de Mubarak y al representante de los Hermanos Musulmanes.
Aún así, la lectura de estas elecciones ya es un éxito. Por sorprendente que parezca, en la capacidad de que ambos tengan opción es donde radica el cambio. ¿No es suficiente evidencia para pensar que Egipto inicia una nueva etapa?
Con las reservas de un proceso todavía incierto, pretender que Egipto amanezca, en poco mas de un año, entregado a la causa democrática es pura ilusión. El éxito es que, a pesar del caos, por primera vez existe una carrera real por la presidencia, la primera en la historia del país donde los partidos han podido hacer campaña y también la primera, en todo el mundo árabe, en donde la sociedad ha podido ver un debate televisado real entre candidatos.
La transición será dura y el camino largo, pero si Egipto no es una democracia plena, al menos empieza a parecerse.