Decididamente el presidente Bashar al-Assad está dispuesto a utilizar los medios más contundentes para enseñar al pueblo sirio que la única elección política que le queda es resignarse a la continuación de su dictadura.
Esta enseñanza asesina ya lleva 14 meses y hasta la fecha ha causado 12.600 víctimas. El ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, quien actúa como mediador con el doble mandato de la ONU y la Liga Árabe, logró trabajosamente un acuerdo y obtuvo la aprobación del gobierno de Al Assad para un cese del fuego el 12 de abril. Pero para el mandatario sirio una cosa es aceptar un plan y otra muy distinta es cumplirlo.
Por otra parte, el gobierno de Damasco tiene un estribillo que sirve para cualquier ocasión: los culpables son siempre anónimas bandas terroristas, nunca los tanques del ejército ni los soldados o los grupos paramilitares que disparan indiscriminadamente contra civiles. Poco importa que la mentira sea obvia. Es una versión oficial reiterada con un cinismo que desarma toda objeción basada en hechos.
Un ejemplo elocuente de esta política del régimen de Al Assad lo dio la reciente matanza de Hula, en la que murieron según cálculos de Naciones Unidas, 108 personas, entre ellos 49 niños y 34 mujeres, además de 300 heridos.
Según lo informa la agencia de noticias árabe «Al Jazeera», el vocero del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Robert Colville, dio en Ginebra un amplio informe sobre la masacre. En la versión de este funcionario, familias enteras fueron muertas en sus casas y menos de 20 del centenar de víctimas murieron por disparos de artillería. La mayor parte de éstas fueron muertas sumariamente en dos incidentes separados. De acuerdo a versiones de testigos, los principales perpetradores fueron bandas armadas pro-gubernamentales de civiles conocidos como «Shabiba» que a menudo actúan en coordinación con el ejército.
La BBC de Londres sostiene que según los testimonios de activistas, sobrevivientes y un número limitado de periodistas y representantes de organizaciones internacionales, el ataque comenzó con un bombardeo generalizado a la ciudad, terminando con una matanza casa por casa.
Un activista de la oposición dijo a la radio británica que la «Shabiba» atacó a los habitantes irrumpiendo en las casas matando a mansalva a todos sus ocupantes, sin discriminación de edad ni sexo. Según el testigo Hamza Omar: «Los atacantes no tenían piedad. Tomamos fotos de niños de menos de diez años con las manos atadas y asesinados a muy poca distancia».
Pero para el vocero del ministerio de Exteriores sirio, Jihad Makdissi, las fuerzas de seguridad se limitaron a mantenerse en posiciones defensivas mientras «centenares de hombres armados» con ametralladoras, morteros y misiles anti-tanques atacaban a los soldados».
Debido a extrañas y no tan ignotas razones, la maquinaria internacional de la indignación (sindicatos, organizaciones sociales y estudiantiles, parlamentos, organizaciones no gubernamentales, auto-declarados defensores de los Derechos Humanos) funcionó poco y mal hasta ahora. Pero parece que Hula fue demasiado.
Sin embargo, hasta el momento, sólo Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Canadá, Australia y Turquía expulsaron a los diplomáticos sirios, una medida que aún los países árabes más contrarios al régimen de Al Assad no han tomado.
Por su parte, ni Rusia ni China han retirado su apoyo al régimen de Damasco y, de hecho, apoyan la represión a sangre y fuego con dudosos argumentos geopolíticos.
Es sintomática la reacción del diario oficial chino «Huanqiu Shiabao» (Tiempo global): «La tragedia de Hula podría transformarse en una excusa para la intervención occidental en Siria, llevando a cambios substanciales en la situación. China y Rusia deberían estar atentas a la investigación de Naciones Unidas y a las actitudes de las partes para oponerse decididamente a toda histérica escalada de intervencionismo. Estados Unidos actualmente juega sus cartas en Siria a escala global. Desea derribar al régimen de Al Assad para aislar a Irán y debilitar a Rusia. El objetivo de Washington es demasiado ambicioso como para que pueda ser alcanzado».
Claro que para justificar su política de apoyo a Al Assad, tanto Rusia como China, tienen el eterno dorado recurso de acusar a Washington. Pero los muertos de Hula y la masacre sistemática del pueblo sirio no tienen nada que ver con Estados Unidos ni con los juegos de poder de las grandes potencias.
Esas masacres son un producto genuinamente sirio, resultado de la cruel determinación de Al Assad de aplastar una rebelión popular, que en su comienzo fue enteramente pacífica, y que nunca habría recurrido a las armas si el gobierno de Siria hubiera estado sinceramente dispuesto a dialogar.
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