Muchos materiales en la página en internet en inglés de los Hermanos Musulmanes (Ikhwanweb) cambian. Las noticias siempre están al día. Pero hay un artículo que desde el 7 de enero de 2011 sigue invariable y ni la elección de Mohamed Mursi como presidente de Egipto ni sus declaraciones sobre el respeto de este país a los tratados internacionales han influido lo suficiente como para que a alguien se le ocurra sacarlo.
Su título es «Por supuesto, Israel es el enemigo de Egipto» y su autor es Khalid Amaryeh.
El artículo comienza por señalar la frustración de israelíes y norteamericanos por las revelaciones de Wikileaks que demuestran que a más de 30 años de la firma del tratado de paz de Camp David, los militares egipcios siguen considerando al régimen de apartheid israelí como la principal amenaza estratégica para Egipto.
Luego alude al propósito norteamericano de cambiar las prioridades del ejército egipcio, revelado por Wikileaks, buscando que enfrente a las nuevas amenazas transnacionales en Oriente Medio, como la piratería, la seguridad de las fronteras y el anti-terrorismo.
Egipto habría rechazado la «flagrante intervención norteamericana en la definición de la doctrina estratégica egipcia ya que Israel amenaza a Egipto de distintas maneras, incluyendo el proyecto de reocupar la península de Sinaí».
El artículo rechaza con indignación lo que califica «de audacia y temeridad de estos diplomáticos norteamericanos que esperan que los hijos de Egipto se mezclen con los amantes de Israel y olviden a las decenas de miles de egipcios, civiles y militares, que fueron asesinados por Israel. El pueblo egipcio no va a olvidar las masacres de la escuela de Bahr el Bagar, la fábrica de Abu Zaabal y la masacre de los prisioneros de guerra por órdenes de Ariel Sharón o los bombardeos indiscriminados de áreas civiles durante la así llamada guerra de desgaste anterior a la guerra de 1973».
Con todo, el articulista no olvida algunas realidades a su juicio muy indeseables: «Es cierto que Egipto, especialmente debido a razones económicas y otras, se vio obligado a firmar el infame tratado de paz de Camp David, que puso fin, sólo formalmente al estado de beligerancia entre Israel y el más grande y más poderoso país árabe. Pero también es cierto que la vasta mayoría de los egipcios continúan odiando a Israel como una entidad criminal y hostil a pesar de todos los intentos de persuasión y de soborno norteamericanos para crear una buena química entre egipcios e israelíes».
Sus conclusiones dejan muy escaso margen a la duda: «En un análisis final, sería tener una imaginación muy morbosa esperar que los egipcios, que ven a diario como los esbirros sionistas aterrorizan y abusan de sus correligionarios y hermanos palestinos y como destruyen sus hogares y sus granjas y los expulsan de sus lugares de residencia; sería tener una imaginación muy morbosa esperar que los integrantes de las fuerzas armadas egipcias se enamoren de los asesinos de sus padres y sus antecesores que cayeron en la lucha contra el sionismo sobre suelo palestino y egipcio, acepten la paz con Israel».
El claro propósito de este vocero de los Hermanos Musulmanes de influir sobre el ejército queda ratificado cerca del final del artículo cuando acusa a Israel de tratar en forma permanente de desestabilizar y debilitar a Egipto. Estos intentos de sabotaje anti-egipcio consistirían por ejemplo, en estimular a algunos cristianos coptos expatriados a que se rebelen contra el gobierno central; a alentar a países de la cuenca del Nilo como Etiopía a que socaven los intereses egipcios; hacer todo lo posible para que las relaciones entre Egipto e Irán sean malas y constantemente amenazar con el Congreso norteamericano que está bajo control del lobby judío a que reduzca o corte la ayuda económica y militar a Egipto si éste no hace buena letra según los intereses norteamericanos.
Después de recordar una presunta amenaza del «criminal ministro de Exteriores de Israel, Avigdor Liberman, hace algunos años, de bombardear la represa de Assuán, advierte a los diplomáticos norteamericanos que no ignoren los sentimientos de millones de árabes y musulmanes.
Si esto, como suelen creer algunos comentaristas europeos y norteamericanos es pragmatismo ¿qué diablos es el radicalismo?
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