Los resultados de las elecciones presidenciales egipcias, que fueron favorables a los Hermanos Musulmanes, abren una nueva fase para la organización islamista. La revolución egipcia que llevó a la caída de Hosni Mubarak, ha dejado el horizonte abierto para que un nuevo orden social y político se establezca en un país que estaba anclado en una dictadura militar que se prorrogaba desde hace 60 años.
Casi un año y medio después, los islamistas del partido de Libertad y Justicia (PLJ), brazo político de los Hermanos Musulmanes, son la fuerza política mejor organizada y con más respaldo del país y sus líderes celebran el triunfo de Mohamed Mursi, flamante presidente de Egipto.
Además, el PLJ obtuvo más del 50% de los escaños en el Parlamento. Tras ellos están los salafistas Al Nur, lo que les aseguraría a los islámicos extremistas una mayor influencia para elegir la comisión que elaborará la nueva Constitución.
Son cada vez más lo que temen que los islamistas aprovechen esta ventaja para convertir a Egipto en un estado islámico en el que se aplique la sharía.
Durante años, la cuestión del Islam político se ha cernido sobre cualquier intento de reforma en el mundo árabe. Sus detractores opinan que la democratización permitiría a los islamistas hacerse con el poder y luego dar la espalda a la democracia.
Ese ha sido el razonamiento favorito de los que querían socavar el proceso de reformas políticas y democráticas en el mundo árabe.
El fantasma de los islamistas sirvió de excusa al régimen de Mubarak para prorrogar una Ley de Emergencia vigente desde 1981. También para llevar a cabo detenciones ilegales y torturas.
Este contexto, sin embargo, favorecía un caldo de cultivo que, aderezado con un pueblo analfabeto y empobrecido, fácilmente sucumbía al consuelo de la religión y donde los Hermanos Musulmanes han sabido ganarse a la gente a través de una amplia red de ayuda social.
Sin embargo, el eslogan islamista por antonomasia, «el Islam es la solución», quedó anticuado ante la presión democratizadora de la masa popular que inundó la plaza Tahrir y no hay que olvidar que el componente religioso no contó en el alzamiento contra Mubarak.
Ahora, por primera vez en su historia los Hermanos Musulmanes tienen bajo su ala un partido político, y es el momento de ver cómo afrontan esta nueva etapa.
El período posrevolucionario ha sacado a la luz las diferencias que subyacen entre los propios islamistas. Los Hermanos Musulmanes están lejos de los radicales salafistas de Al Nur (que profesan la rama wahabí, importada de Arabia Saudita, y han procurado desmarcarse de su radicalismo.
El éxito de estos en las urnas ha sorprendido a los que pensaban que obtendrían apenas unos escaños, y beneficia a los islamistas en su conjunto, que sin compartir sus posturas extremistas les ven con tolerancia.
Sin embargo los jóvenes de la Hermandad, los que han ido en contra de los dictados de la cofradía y presentado batalla en Tahrir, no se sienten representados por los líderes del PLJ y han buscado caminos propios en partidos más moderados como el Wasat. Miran hacia Turquía como el modelo a seguir y apuestan por una democracia liberal que respete los principios del Islam alejándose de la vieja guardia de la Hermandad que sigue anclada en la idea de que la solución a sus problemas se alcanzará cuando todos sean buenos musulmanes.
En este sentido se manifestaba hace unos días Tarek al-Malt, portavoz del Wasat, quien aseguraba que para su agrupación la referencia a que el Islam es la religión del estado y la sharía su ley fundamental, que ya incluye la Constitución, son suficientes para garantizar la integridad religiosa de Egipto.
Esto genera confianza en algunos como Gamal Eid, de la Red Árabe para la Información de Derechos Humanos. «Debe aceptarse que en el juego democrático pueden salir elegidos. Si ganan y son capaces de dar una solución a los problemas de Egipto, bienvenidos sean y si no lo hacen, perderán la confianza de la gente que ya no callará».
Los islamistas no pueden enfrentarse a esta nueva etapa con las mismas armas que lo hacían durante la dictadura cuando, además de ser ilegales, se les reprimía.
En todo caso, esta semana, el presidente electo, Mohamed Mursi, afirmó que respetará los tratados internacionales, reabrió el Parlamento desafiando abiertamente a la junta militar que lo clausuró días antes de las elecciones, recibió a Hillary Cinton en El Cairo, que llegó para felicitarlo por su elección, y aceptó la invitación de Barack Obama a la Casa Blanca, algo impensable apenas dos meses atrás.
No es lo mismo ser oposición a un dictador que se olvida del pueblo y cuyo vacío se puede llenar a través de la acción social, que tener que ofrecer un programa y soluciones a problemas concretos como educación, sanidad y desempleo, por lo que será necesario ver cuáles son sus verdaderas intenciones y si estas convencen a los ciudadanos y a los países de la región.
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