Todos los esfuerzos diplomáticos que se han ensayado para poner término a la crisis en Siria no han llegado a destino. El propio Kofi Annan ha debido reconocer que sus esfuerzos han sido hasta ahora estériles y que las partes en conflicto se resisten a deponer las armas, acordar un alto el fuego e iniciar un proceso de diálogo en busca de una solución.
Desde el punto de vista de los rebeldes, que combaten una lucha desigual contra el gobierno de Assad, este es el gran escollo para llegar a un entendimiento. Se trata de una dictadura dinástica y hereditaria con varias décadas en el poder, que se aferra a él como cualquier autócrata y se resiste a negociar una salida que detenga el derramamiento de sangre y la destrucción material del país.
Para Assad, la oposición está dirigida y armada por Occidente y su único objetivo es derrocarlo y no quiere ver en ella el hastío hacia su gobierno y el anhelo de libertad y democracia que ha inspirado otros movimientos en el mundo árabe.
Se calcula que ya han muerto más de 17.000 personas, incontables heridos y una cifra creciente de refugiados en los países vecinos.
Lo más que la comunidad internacional ha logrado hacer al respecto, al margen de las sanciones individuales de algunos países y de la Unión Europea, ha sido el envío de un grupo de observadores militares, cuya labor ha sido totalmente sobrepasada por la fuerza de los hechos, mientras que sus informes no han logrado doblegar la intransigencia de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU que permita una intervención humanitaria. ¿Cuántos muertos más, heridos y personas desplazadas se requieren para que estos países den su consentimiento?
Al parecer, la cantidad es todavía insuficiente especialmente para Rusia que, no sólo respalda ciegamente a Assad, sino que además le ha suministrado toda clase de pertrechos militares, incluyendo aviones y helicópteros, a fin de que pueda someter a los rebeldes. De esta forma, en lugar de respaldar la gestión del ex Secretario General y enviado especial de Naciones Unidas y la Liga Árabe, Rusia y China han decidido blindar al régimen sirio y, abusando de su condición de miembros permanentes con derecho a veto, atarle las manos al Consejo de Seguridad.
Al mismo tiempo, la situación imperante en la Unión Europea hace que esta tenga centradas sus preocupaciones en la grave situación económica y financiera que aflige a varios de sus socios, que además son integrantes de la eurozona. Por su parte, Estados Unidos, teniendo que sobrellevar una pesada carga militar en dos frentes y en un año electoral crítico para la actual administración, no ha ejercido un liderazgo claro y contundente, como lo ha hecho en el pasado, que pudiera presionar a Assad y sobretodo a quienes lo sustentan políticamente. Lo que ocurre en Siria se suma al enfrentamiento con Irán que, junto con seguir adelante con su programa nuclear, como respuesta a las sanciones que se le han impuesto amenaza ahora con bloquear el Estrecho de Hormuz que es la puerta de entrada al Golfo Pérsico y por donde transita el 20% del petróleo que se consume en el mundo.
Entretanto, Israel vive hoy en permanente zozobra con la incertidumbre de poder contar, en caso de una emergencia, con el respaldo incondicional de Estados Unidos. El futuro de su importante relación con Egipto no es claro, a juzgar por las declaraciones del nuevo presidente y otros personeros de los Hermanos Musulmanes que están en el poder. Existe el temor de que todo aquello que se construyó durante los gobiernos de Sadat y luego Mubarak, pueda desmoronarse y le agregue un elemento muy importante de inestabilidad a la región. Asimismo, el desenlace que tenga el conflicto en Siria debe ser también motivo de preocupación para Israel debido a la presencia dentro de los cuadros de la oposición a Assad de grupos radicales cuya influencia en un posible gobierno y la obtención de armas químicas es incierta. Por último, la posibilidad de que Irán cuente en un plazo cercano con armas nucleares y misiles de suficiente alcance para transportarlas, constituye una amenaza cierta que Israel no puede desatender dada la orientación ideológica y los propósitos explícitos en su contra del régimen de Teherán.
No es ni mucho menos deseable que se pueda llegar a una confrontación entre ambos países, pero tampoco se le puede negar a Israel el derecho a la legítima defensa si su seguridad y sobrevivencia como nación están en juego. En este escenario, es insensata la posición que han asumido Rusia y China, que no se condice con los deberes que les impone el hecho de ser miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Es evidente pues que, por causa de Rusia y China, el Consejo no ha podido cumplir, en los casos de Siria e Irán, con su obligación de velar por el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales.
Esto va de mal en peor.
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