En los últimos años los analistas de política internacional se han interrogado una y otra vez por la mayor o menor proximidad de un ataque aéreo y misilístico de Israel y Estados Unidos sobre centros vitales del programa nuclear iraní. Diversas fechas y momentos se han barajado sin que finalmente eso ocurra.
La tradicional idea de un ataque son aviones, bombas guiadas por láser o GPS, misiles crucero, etc. impactando sobre plantas y establecimientos en territorio iraní.
La inexistencia de esa lluvia de fuego hasta el momento no implica que no exista otra guerra menos visible. Se trata del uso de virus y gusanos informáticos para atacar centrales informáticas de centrifugadoras que ayudan a Irán a enriquecer uranio así como asesinatos selectivos de científicos y militares de alto rango ligados a proyectos nucleares y misilisticos. Sin olvidar estallidos de bases e instalaciones, como hace unos meses se dio en uno de los mayores centros de desarrollo de misiles de mediano y largo alcance en Irán.
Las autoridades de la República Islámica han apuntado su dedo acusador básicamente a Israel, Reino Unido y EE.UU y más recientemente a Francia y a Alemania. Los efectos de estos ataques no han sido menores en los proyectos no convencionales de Teherán, pero han estado lejos de lograr descarrilarlos.
Tan es así, que pocos días atrás uno de los máximos referentes de la inteligencia británica estimo que el gobierno de los ayatolás podría tener para el 2014 la capacidad de armar una bomba nuclear. En ese escenario, pocos dudan que el régimen fundamentalista ha impulsado o impulsa una versión readaptada del «equilibrio de terror», llevando a cabo ataque puntuales contra funcionarios y civiles de Israel en diversas partes del mundo.
Irán busca, en todo momento, regular a los mismos para que transmitan un mensaje, pero sin por ello caer en una escalada militar de gran magnitud. Si algo saben hacer los iraníes es manejarse en la política internacional, dado que los cuatro mil años de historia persa no son un antecedente menor en este sentido. En otras palabras, distan de ser actores irracionales y partidarios del suicidio en masa.
Recientemente autoridades militares y de inteligencia de primer nivel de EE.UU e Israel han destacado esos mismos puntos, de manera de neutralizar ciertas versiones infantiles o catastróficas que circulan en el saber convencional. Esto no implica minimizar el impacto cuantitativo y cualitativo que tendría para el poder iraní el contar con algunas armas nucleares operativas en el mediano plazo.
Según fuentes israelíes y occidentales, sectores de operaciones clandestinas de la fuerza Al Quds - perteneciente a los Guardianes de la Revolución de Irán - y dos unidades de operaciones encubiertas de la organización terrorista Hezbolá, habrían tenido relación más o menos directa con los ataques en Tailandia, Azerbaiyán, India, Kenia y más recientemente Chipre.
En la visión de los especialistas, las fallas y baja letalidad de los mismos se debió a una combinación de afilada inteligencia israelí y occidental y una «subcontratación» de esos ataques en manos no del todo sofisticadas y profesionales. Lamentablemente, el caso de Burgas, en Bulgaria, de ser como afirman desde Israel y Washington proveniente de esa misma matriz, mostraría que los cerebros de ese «terror en la cuerda floja» han decido ajustar la sintonía y actuar de manera profesional y contundente.
Cabe recordar que pocos días antes del estallido de un kamikaze con una mochila con explosivos en un autocar con turistas israelíes, había sido capturado en Chipre un ciudadano libanés con información sobre hoteles y autobuses usados por turismo de Israel en la isla.
Asimismo, ya a comienzos de 2012 el ministerio de Turismo israelí había lanzado alertas para ciudadanos de ese origen que visitaran los Balcanes y Europa Oriental. Si bien el propio primer ministro, Binyamín Netanyahu, no dudó en apuntar a Teherán y a sus aliados en Líbano, algunas versiones no descartan algún tipo de relación de filiales de Al Qaeda en el ataque. Esta red, fuertemente golpeada en su estructura global pos ofensiva militar estadounidense a partir del 11-S, aún mantiene fuerza y en algunos casos la incrementa en zonas como el Sinaí, Somalia, Mali y Nigeria, entre muchas otras.
Un análisis superficial pero no por eso menos valido pondría en evidencia la rivalidad natural que debería existir entre un régimen chiíta como el de Irán y el extremismo más duro de los sunnitas en el caso de Al Qaeda. Ello se ha visto reflejado en brutales matanzas de chiítas iraquíes por parte de admiradores de Bin Laden en la guerra civil en Irak.
No obstante ello, la tradicional premisa «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» no deja de aplicarse. No casualmente la inteligencia israelí y la occidental calculan que al menos 200 miembros de más o menos importancia de la red terrorista viven refugiados o vigilados en Irán. Incluyendo parte de la familia del fundador del grupo.
En el mismo sentido, no se descarta la existencia de cooperación puntual entre iraníes y miembros de Al Qaeda contra objetivos de EE.UU e Israel. Un entramado de apariencias y juegos cambiantes y letales que desorientarían al mejor autor y director de películas de espionaje y suspenso de Hollywood.
Por ello mismo, analistas israelíes no ven como incompatible que el terrorista que se detonó en Bulgaria, tenga antecedentes de Al Qaeda y que los hilos de esa marioneta se muevan desde Irán.
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