Sería una farsa muy divertida, si no tuviera consecuencias tan dramáticas aumentando las tensiones en una zona ya de por sí muy conflictiva. Turquía e Irán disputan entre ellos quién es más árabe.
Pese a que turcos y persas tienen una larga historia de hostilidades con el mundo árabe, la competencia les resulta muy fácil, muy cómoda desde el punto de vista político y probadamente eficaz. Después de todo, solo se trata de apostar quién es más duro contra Israel. Hay un evidente abuso en el uso de esa enemistad artificial, que a diferencia del conflicto con los palestinos, no se origina en ningún problema de territorios.
Irán es un país con un territorio de 1.638.195 kilómetros cuadrados, es el número 18 en el mundo por sus dimensiones y tiene 70 millones de habitantes. Turquía tiene un territorio de 783.562 kilómetros cuadrados, ocupa el número 37 por su tamaño y cuenta poco más de 70 millones de habitantes. En contraste, con estos grandes países, el territorio de Israel ocupa tan solo 22.145 kilómetros cuadrados, es el país número 151 y tiene 7.400.000 de habitantes de los cuales el 20% son árabes. ¿Qué lógica tiene la enemistad de estos grandes países contra un país de mínimo territorio y una población no muy numerosa?
El uso político del odio árabe a Israel ha sido la gran carta de la "Revolución Islámica" iraní para tratar de expandirse en Oriente Medio y competir con Arabia Saudita por el liderazgo del mundo islámico. Esta estrategia le ha permitido convertir al Líbano en un país vasallo. Su uso de Hezbolá, una milicia-partido chiíta libanesa, pero que recibe las armas y las órdenes de Teherán, solo se justifica mediante la profundización del conflicto que en realidad no sirve en absoluto al interés nacional libanés.
Por supuesto, como al régimen teocrático iraní no le sirve ninguna paz ya que perdería su gran pretexto para sojuzgar al Líbano, es el más radical de los radicales en su presunta "solidaridad" con el pueblo palestino. El hecho de que no exista ningún tipo de conflicto real entre Irán e Israel no tiene ninguna importancia. Del mismo modo en que Hitler tenía un obsesivo odio a los judíos, Ahmadinejad tiene una obsesión con la destrucción de Israel. De tanto repetir sus amenazas de genocidio, el mundo se ha acostumbrado y las recibe con una peligrosa indiferencia. Al igual que el dictador nazi, el tiránico presidente iraní tiene una teoría esotérica para justificar su política. Si Hitler creía en la superioridad racial germana, Ahmadinejad cree en la superioridad del islam sobre el mundo de los infieles. En su curiosa visión, volverá a la tierra el duódecimo imán que está escondido desde el siglo X e implantará la justicia islámica, lo que significa que pondrá en su lugar como ciudadanos de segunda categoría a todos los que no sean musulmanes.
Pero últimamente, las ambiciones de Ahmadinejad y el aparato teocrático iraní han sufrido un duro golpe con motivo del levantamiento popular contra su socio de Siria Bashar al-Assad. Y para colmo le ha salido un inesperado competidor: Recep Tayyip Erdogán, el primer ministro de Turquía, un país que hasta hace poco mantenía relaciones muy amistosas con el Estado judío.
El viraje anti-israelí de Erdogán se hizo notorio en la conferencia de Davos en enero de 2009 cuando en un gesto teatral destinado a impresionar al mundo árabe atacó duramente al presidente israelí, Shimón Peres, sin que hubiera mediado ninguna discusión que justificara semejante exabrupto. El truco dio resultado y los delirios de grandeza del líder de Ánkara crecieron. Aprovechando el debilitamiento del eje iraní-sirio, los cambios en Egipto y en Túnez, la guerra civil en Libia y la llamada primavera árabe, decidió subirse al gran escenario de la historia, recordando los siglos de imperio otomano. Pero como no tiene lo qué proponer, recurrió a la misma fórmula que todos los autócratas árabes han utilizado a lo largo de los años: la instrumentación de la hostilidad a Israel.
En un raro despliegue de franqueza, Tariq Alhomayed, redactor jefe del diario panárabe "Asharq Alawsat" (14.9.11) criticó un discurso de Erdogán en la sede de la Liga Árabe durante su reciente visita a El Cairo. Después de censurar el hecho de que Erdogán hubiera omitido toda referencia a los crímenes perpetrados por el régimen de Damasco contra su propio pueblo, escribe: "Erdogán dedicó su vehemente discurso a Israel y Palestina y se refirió a la necesidad de levantar el sitio a Gaza. Es bien sabido que el tema de Palestina puede ser utilizado por los líderes para superar dificultades en nuestra región, o sea que constituye una buena carta política y es un hecho que Erdogán supo usarla muy bien en su discurso. Pero el problema no es su discurso; el problema es que la realidad árabe de hoy ha pasado la etapa de los slogans sobre el conflicto palestino-israelí. Todos los países árabes que se levantaron contra sus gobiernos no quemaron una sola bandera extranjera. Solo reclamaron dignidad, libertad y justicia social. Estos reclamos populares siguen vigentes hasta hoy, a pesar de todos los intentos de mezclarlos con conflictos regionales, como el árabe-israelí, como está sucediendo hoy en Egipto. Las masas árabes están cansadas de slogans vagos y están convencidas de que la causa palestina es el tema más conveniente para que los líderes árabes ganen puntos y esto es exactamente lo que hace hoy el régimen de Assad. Por supuesto, no tengo la menor intención de minimizar la importancia de la causa palestina, pero lamentablemente ésta es utilizada como un recurso fácil para huir de la realidad".
De hecho, Erdogán se convirtió en un agresivo émulo de Ahmadinejad, al apoyar a una organización islamista militante que organizó una flotilla para romper el bloqueo israelí a Gaza; un bloqueo cuya legalidad ha sido reconocida por las propias Naciones Unidas. Los terroristas turcos que se unieron a otros de otras nacionalidades, atacaron a soldados israelíes que tenían una misión de disuasión y en la refriega murieron 9 de los atacantes. Israel lamentó la pérdida de vidas humanas, pero a Erdogán esto no le resultó suficiente y reclamó una disculpa formal lo que implicaría la aceptación del reclamo de que Israel no tiene derecho a defenderse. Esto no fue suficiente para el ambicioso líder islamista turco. En una escalada de sus posiciones, amenazó con enviar buques de guerra para acompañar a futuras flotillas de apoyo al régimen terrorista de Hamás en Gaza.
Pero Israel no es el único blanco de las iras del ambicioso y temperamental líder turco. Últimamente se ha enojado con Chipre que tiene la pretensión de explotar yacimientos de gas y petróleo en su mar territorial codiciado por Turquía. De paso, conviene recordar que Turquía ocupa ilegalmente desde 1974 el 40% del territorio de Chipre instalando allí un gobierno títere. Y en cuanto a su tajante reclamo de un arrepentimiento de Israel por matar a terroristas que pretendían asesinr a sus soldados, cabe recordar que hasta hoy Turquía se ha negado tajantemente a reconocer el genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial.
Nadie puede saber hasta dónde va a seguir esta competencia entre matones. Pero es evidente que se trata de un juego de poder que no tiene nada que ver con las genuinas aspiraciones de libertad y democracia de los pueblos árabes que pagan un alto precio en sangre por librarse de sus gobiernos autocráticos y corruptos.