Recientemente un alto jefe de la Guardia Revolucionaria iraní advirtió a quienes llamó «árabes odiados» de las consecuencias de su eventual intervención en los asuntos sirios.
El editor del diario panárabe «Asharq Alawsat» de Londres, Tariq Alhomayed, contestó en un artículo a esta advertencia no precisamente amistosa opinando que lo mejor no sería plantearse el interrogante de quiénes son los «árabes odiados», sino formular la pregunta al revés: ¿Quiénes son los árabes amados por Irán?
Esta pregunta retórica le permite trazar un panorama acerca de las relaciones de la teocracia iraní con el mundo árabe poco conocido por estas latitudes.
El primero en la lista es Yemen: Respuesta: No. Porque el presidente yemenita está tratando de mitigar el daño causado por la escandalosa revelación de la existencia de una red de espionaje iraní en la capital Sanaa, lo que le llevó a declarar que su país no toleraría esa intromisión.
El segundo en la lista es Marruecos. Respuesta: No. Porque el embajador iraní en ese país acaba de ser expulsado por su ingerencia en los asuntos internos.
El tercero es Irak, donde medio país está harto de las manipulaciones iraníes para regir sus destinos.
El cuarto es Kuwait; pero casualmente también allí se descubrió una célula de espionaje iraní.
Por otra parte, recuerda el articulista, los Emiratos Árabes Unidos difícilmente puedan ser considerados amigos de Irán cuando la República Islámica ocupa islas que le pertenecen.
Del mismo modo, sostiene que el Egipto post-Mubarak no puede ser considerado amigo del régimen de Teherán luego del escándalo del reportaje prefabricado con el nuevo presidente egipcio, Mohamed Mursi.
Luego pregunta retóricamente: ¿Qué aliados le quedan a Teherán? ¿Líbano, que es rehén de Hezbolá? ¿Sudán, cuyo jefe supremo preside la destrucción de su propio país?
Las conclusiones de Alhomayed son claras: el Irán jomeinista ha perdido pie en la mayor parte de los países árabes, desde Bahrein hasta el Mahgreb árabe.
El término «árabes odiados» refleja los prejuicios raciales de Irán y demuestra que su política en la región ha fracasado quedando en evidencia como sectaria, racista y discriminatoria.
En otro artículo en el mismo diario, el columnista Hussein Shobokshi, analiza la influencia de los acontecimientos en su aliado más poderoso en el mundo árabe: el jeque Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá y pro-cónsul iraní en Líbano.
En un artículo publicado el 30 de julio y titulado «Problemas para Nasrallah» escribe: «Algún día, el pueblo árabe cobrará conciencia de la dimensión del daño que le fue infligido por Hezbolá en general, y por Hassan Nasrallah en especial, sobre todo por su apoyo al régimen criminal de Damasco que comete atrocidades contra su propio pueblo que ni los peores asesinos hubieran soñado llevar a cabo».
Luego de analizar distintos aspectos del último discurso de Nasrallah, Shobokshi plantea la situación creada en Líbano como consecuencia de la guerra civil en Siria y formula las siguientes consideraciones: «Hezbolá sabe muy bien que su alianza en el gobierno de Líbano es ahora tan frágil como una tela de araña. El poder de Najib Mikati, Walid Jumblatt y Michel Aoun se ha desgastado, sus argumentos se han debilitado y la realidad ha impactado personalmente a cada uno de ellos. Pero es Hassan Nasrallah quien habrá de sufrir más por la inminente caída de Assad; porque el régimen que habrá de sucederlo en Damasco tendrá hacia él una actitud de duda, sospecha y temor debido a su desesperada defensa del gobierno asesino de Assad. La apuesta de Nasrallah por Assad no solo influyó sobre Hezbolá internamente, sino que causó el peor daño a la reputación del partido en el seno de la secta chiíta desde la llegada de la revolución de Jomeini al poder en Irán. Ahora se ha creado una brecha entre Hezbolá, sus vecinos y sus contrarios de tal magnitud que no podrá ser cerrada».
O dicho en otras palabras: se acerca el principio del fin al avasallamiento de la libertad de Líbano por parte de la revolución islámica iraní.