Todo el mundo mira hoy a Estados Unidos pendiente del resultado electoral, mientras la potencia americana parece más volcada en los problemas domésticos derivados de la crisis y del huracán «Sandy».
Aun así, Washington es consciente de los múltiples frentes abiertos en la escena internacional. En la agenda del futuro presidente, conflictos clásicos como el de Israel y Palestina o Irán compartirán protagonismo con Siria y el resto de países que han vivido procesos revolucionarios en el mundo árabe.
Barack Obama heredó dos guerras abiertas en Irak y Afganistán y concluye su primer mandato con las tropas fuera de suelo iraquí y en plena retirada del país asiático, dos motivos menos de preocupación para el próximo inquilino de la Casa Blanca.
La elección de Obama como presidente tras ocho años a la sombra del belicismo de George W. Bush y su política de «guerra contra el terror» despertó grandes expectativas de cambio. El primer mandatario negro de la historia norteamericana se estrenó con un discurso en la Universidad de El Cairo, ante la que se presentó prometiendo un «nuevo acercamiento» al mundo musulmán y hablando de la «creación de un Estado palestino».
Cuatro años después, toda la región vive inmersa en un proceso de cambio menos el conflicto de Tierra Santa. Israel ha obligado al líder demócrata a doblar las rodillas y guardar por ahora su planteamiento de un Estado palestino al no conseguir que las partes en conflicto lleguen a la mesa de negociaciones.
Irán, el gran enemigo regional del Estado hebreo, sufre el bloqueo más duro de sus tres décadas de historia para intentar hacerle dar un paso atrás en el enriquecimiento de uranio.
Medios de comunicación en Oriente Medio hablan de Obama como «un puño con guante de seda», mientras que Romney sería «un martillo directo al cráneo». El recuerdo de George W. Bush está muy presente en Teherán, que durante sus dos mandatos vio cómo Estados Unidos desplegaba miles de hombres en sus fronteras con las invasiones de Afganistán e Irak.
Las formas han cambiado con el presidente demócrata, pero la presión de Israel le obliga a declarar una y otra vez que «todas las opciones están sobre la mesa» cuando se trata del programa nuclear de la República Islámica y su posible uso militar, algo que los investigadores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) han sido capaces de corroborar.
Irán espera al presidente de EE.UU con un nuevo as en la manga. Teherán es el único socio regional que le queda al sangriento régimen de Siria sobre el que Obama y Romney comparten idéntica opinión: Bashar al-Assad debe abandonar el poder.
«La crisis siria es la más compleja desde el final de la Guerra Fría. Rusia y Estados Unidos vuelven a enfrentarse abiertamente a través del apoyo al régimen y a la oposición», destaca Paul Salem, director en Beirut del prestigioso 'think tank' Carnegie Middle East Center, cuando se le pregunta por la crisis que sufre Siria desde hace 19 meses.
La situación empeora día a día, las misiones de observadores internacionales han fracasado, los dos intentos de alto el fuego no han sido respetados por ninguna de las partes y la ONU se revela inoperante debido a la división en el Consejo de Seguridad.
A la escalada de violencia que padecen los sirios por la maquinaria represora de Al Assad hay que añadir el auge de los grupos salafistas yihadistas entre la oposición armada, una amenaza para el régimen de Damasco pero también para el resto del mundo. Así lo advirtió la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en una reciente intervención en la que pidió al Consejo Nacional Sirio (CNS) y su brazo armado , el Ejército Libre Sirio (ELS), la desvinculación de estas facciones radicales.
Las llamadas «revoluciones árabes» acabaron con presidentes que durante los últimos años de sus dictaduras apoyaron firmemente la «lucha contra el terror» de Estados Unidos. Libia fue un centro de interrogatorios de la CIA, en Egipto y Túnez los Hermanos Musulmanes vivían más en la cárcel que en la calle y en Yemen se logró la luz verde para los ataques de aviones no tripulados contra miembros de Al Qaeda en la Península Arábiga.
Lo que Romney califica de «parálisis política» de Obama ante estos procesos, sobre el terreno ha sido percibido como un apoyo - directo en Libia con los bombardeos de la OTAN e indirecto en el resto de países - a los cambios que han permitido el inicio del nuevo islam político, algo que deberá gestionar el futuro presidente en su próximo mandato.
Al contrario de lo que ocurre en países como Pakistán, donde EE.UU invierte cada año sumas millonarias en apoyo militar, la opinión pública en las nuevas democracias árabes no es hostil hacia Washington.
El peligro ahora son los elementos salafistas - movimiento sunita que reivindica la vuelta a los tiempos del Profeta - libres de ataduras y capaces de movilizar a la calle, como ocurrió en septiembre tras la aparición del vídeo que insultaba a Mahoma.
Estos movimientos son tan minoritarios como de fácil propagación si las nuevas autoridades no logran responder a las expectativas de unas sociedades que demandaban una mejora en su calidad de vida.
Un reto para el que necesitarán del apoyo del nuevo presidente norteamericano y del resto de Occidente.