Cuentan los abuelos que en el siglo pasado hubo un gran imperio: la Unión Sufrídica (llamado el país del garrote solidario), que decretó la felicidad eterna para sus ciudadanos, con miras a extender este beneficio al resto de la humanidad.
El proyecto estuvo muy bien pensado. Los pocos que mandaban tenían un garrote muy fuerte que utilizaban para impedir que gente insensata cometa el triste error de renunciar a la felicidad que les era brindada con tanta generosidad.
A esos inadaptados se les conducía amablemente a confortables centros de reeducación donde se les enseñaba con infinita bondad la diferencia entre la justa y revolucionaria felicidad oficial y la reaccionaria felicidad subversiva de los malvados que no querían hacerle caso al gobierno.
Con todo, había un pequeño detalle un poco molesto. El gobierno, que tenía toda la legitimidad del mundo porque guardaba en el bolsillo la historia y el futuro de la humanidad, postergaba por razones técnicas, la felicidad para más adelante. Para el presente, como correspondía, brindó a sus ciudadanos el beneficio espiritual del sufrimiento, mucho sufrimiento. Por algo su nombre era Unión Sufrídica.
Es increíble, pero esta sensata medida produjo resistencias. Hubo una especie de extraña epidemia. Por todas partes aparecieron agentes del imperialismo y de la CIA con intenciones malévolas. El gobierno de la Unión Sufrídica, conducido por el más sabio de los sabios del planeta, invitó gentilmente a los afectados de la epidemia a ir al otro mundo, acondicionando para ellos cómodas tumbas. Tuvieron esta suerte muchos millones de afortunados.
Era una época gloriosa. El culto creativo a la mentira alcanzó logros maravillosos. Todo lo que hacían los líderes de la Unión Sufrídica era magnífico. Todo lo que hacían sus enemigos reales o imaginarios, voluntarios o involuntarios, era un crimen imperdonable. Cultivaron el arte de la mentira con un virtuosismo que habría envidiado Oscar Wilde.
Pero como lo sabe hasta el más vulgar de los estafadores, la mentira tiene un problema respiratorio. Si corre demasiado, termina ahogándose. Eso es lo que le pasó a la Unión Sufrídica. La pobre se ahogó y se deshizo. Claro, nadie se había dado cuenta de que estaba podrida.
El mundo se resignó rápidamente, pero los nostálgicos del garrote solidario no lo aceptaron. Hicieron esfuerzos denodados por imitar a sus maestros en el arte de la mentira. Incluso crearon, con algún éxito, una cantidad de cátedras de «Ignorancia histórica» en distintas universidades.
Pero lamentablemente tuvieron algunos desagradables percances. Algunos hechos incómodos del pasado causaron alguna situación más bien inconveniente. Hubo que explicar que ciertos esfuerzos por corregir el indeseable curso de los acontecimientos tuvieron algunas consecuencias penosas.
Por ejemplo, la siempre admirada gestión del líder de la Unión Sufrídica, o sea, el más sabio de los sabios, dedicada a crear una humanidad mejor, produjo entre 20 o 40 millones de muertos. Nadie sabe el número exacto, quizás sean más. Su conocido rival alemán, Hitler, hizo las cosas con más formalidad, organizando toda una guerra mundial.
El resultado fue bastante espectacular: 55 millones de muertos. Un díscolo discípulo del más sabio de los sabios, el chino Mao Tzé Dong, parece haber superado a ambos. Recientes investigaciones revelaron que debido a la hambruna causada por la genial política del «Salto Adelante» entre 1958 y 1962, murieron 36 millones de personas a las que deben sumarse unos 60 millones de la Gran Revolución Cultural entre 1966 y 1976. En total, 96 millones de muertos. Pero obviamente no mereció demasiados comentarios.
En términos relativos, otro amante del garrote solidario, Pol Pot de Cambodia, obtuvo un éxito nada menor. En cuatro años, entre 1975 y 1979, logró asesinar a unas dos millones de personas, la cuarta parte de los habitantes del país. Ni cuando los hechos ocurrieron ni después, los amantes del garrote solidario manifestaron mayores objeciones. No se disgustaron y mucho menos utilizaron expresiones molestas como genocidio o exterminio. Esas palabras solo las reservaron cariñosamente para los judíos de Israel, cuanto éstos, después de meses de ser bombardeados por los amantes de la muerte de Hamás, decidieron responder a los ataques a su población civil y como consecuencia de ello murieron 138 personas.
¿Cómo es que los nostálgicos del garrote solidario se metieron en esta vieja historia? Es un poco embarazoso contarlo porque denota una espantosa falta de originalidad. Eso de meterse con los judíos es aburridamente viejo y trillado. Pero hay que admitirlo, es eficaz, ya que si hay algo que ha distinguido a los judíos a lo largo de la historia es que han sido un chivo emisario perfecto y que siempre es cómodo y confortable culparlos de cualquier cosa.
Si esto es válido para los judíos individuales se multiplica al infinito con un Estado hebreo. La gente está más o menos acostumbrada a compadecer a los judíos como víctimas pero no puede aceptar de ningún modo que tengan un ejército y que ganen guerras.
Por todo esto, es muy lógico que en relación a los últimos acontecimientos en Gaza, los nostálgicos del garrote solidario hayan realizado verdaderos milagros en materia de distracción sistemática.
No se enteraron de que Hamás y otras organizaciones humanitarias lanzaban cohetes contra la población civil de Israel.
No se enteraron de que Israel abandonó la Franja de Gaza por completo en 2005 y que desde 2007 Hamás gobierna con mano de hierro la zona.
No se enteraron que Hamás sostiene en su Carta Fundamental que jamás reconocerá a Israel y que su aspiración sagrada es matar a todos los judíos estén donde estén - obviamente no tienen paciencia para la fastidiosa tarea de clasificarlos por lo que los destinarán democráticamente a todos a la tumba.
No se enteraron que Hamás ama la muerte y el martirio e induce amablemente a punta de pistola a sus habitantes en la región a compartir este amor irresistible.
No se enteraron de que Hamás cree en la necesidad de convertir a todos los infieles del mundo a su credo mediante la espada; y si esta sagrada misión no se cumple, al menos se debe humillarlos y transformarlos en ciudadanos de segunda categoría.
No se enteraron que Hamás oculta armas precisamente en lugares poblados para que sean víctimas de la artillería israelí y puedan practicar uno de sus deportes favoritos: el exhibicionismo de cadáveres.
No se enteraron que los israelíes por estupidez, por generosidad o por lo que sea, tratan a los palestinos de la Franja de Gaza en los hospitales israelíes sin discriminaciones de ningún tipo.
No pensaron ni por asomo que los israelíes son seres humanos y que reaccionan exactamente como reaccionarían ellos si desde un país vecino dispararían cohetes contra su hogar y sus hijos.
Si lograron todo esto sin ser antisemitas, ya que afirman no serlo, pues nunca odiaron a los judíos más de lo estrictamente necesario, cabe preguntarse qué sería si lo fueran.
Pero como consuelo cabe afirmar que Hamás y toda su familia, Yihad Islámica, Comités de Resistencia Popular, Al Qaeda, salafistas surtidos, etc. son mucho más antisemitas que ellos. Su antisemitismo es tan pero tan generoso que abarca además de judíos a cristianos, mujeres, homosexuales, budistas, shintoístas, adventistas, ateos y, según algunos entendidos, también a lecheros y ciclistas.
Hay una explicación muy simple para toda esta historia. Los judíos escribieron hace tiempo un librito de cuentos de mucho éxito llamado «Biblia». Vinieron los cristianos y dijeron que el librito era suyo y que no valía nada si no se le agregaba un «Nuevo Testamento». Más tarde vino el más profeta de todos los profetas y dijo que los dos libros eran suyos y que sólo eran el preparativo para su libro definitivo el «Qué harán». Reclutó para su causa a los profetas hebreos y a un judío, al que los cristianos llamaron Hijo de Dios. Como todos estaban muy oportunamente muertos no tuvieron ninguna clase de objeciones al respecto.
Los partidarios del más profeta de los profetas fundaron la religión del Dios de Allá y explicaron que como venía de Allá era muy superior al Dios o a los Dioses de Aquí. Se dice que eran muy expertos en teología, que, como es sabido, es el arte de perseguir a un gato negro en un cuarto oscuro en el que no hay ningún gato oscuro.
Profundizando en su arte, llegaron a la prudente conclusión de que debían dominar al mundo y someter a todos los infieles. Durante algunos siglos, por diversas razones, se olvidaron de esta doctrina benevolente, pero recientemente, cuando se enteraron que la tarea de bienhechores universales había quedado vacante por la salida del escenario de Adolf Hitler y de la Unión Sufrídica, volvieron a las andadas.
Podrá decirse que los partidarios del Dios de Allá no ganaron muchos Premios Nobel y que no se ocupan demasiado de ciencias y de otras debilidades occidentales como la cultura. Pero como coleccionistas de odios no hay nadie que los supere en el mundo entero. No solo odian a los judíos; odian todo lo que huele remotamente a civilización occidental, comenzando por la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, y por supuesto odian especialmente a los más occidentales de los occidentales, a los discípulos de Karl Marx y a todos los que piensan en cualquier cosa parecida.
¿Como se explica entonces el insólito amor de los nostálgicos del garrote solidario por los más agresivos partidarios del Dios de Allá? Sólo hay una explicación posible: la nostalgia por el garrote es una adicción irresistible.
PD: El garrote solidario se llama así porque sirve para enseñar solidaridad a los pueblos para con sus gobiernos.