La inestabilidad fue sin duda el rasgo distintivo que caracterizó a Oriente Medio durante el 2012 que terminó. Las secuelas de la «primavera árabe» continuaron sucediéndose en una cadena de acontecimientos marcados por la violencia y por cambios políticos que prefiguran panoramas inciertos a futuro.
Siria sigue sumida en una atroz guerra civil en la que han muerto decenas de miles de personas, guerra en la que el fin no se ve cercano debido a que el régimen de Bashar al-Assad continúa aferrado demencialmente al poder a pesar de que aún uno de sus más fieles defensores, Rusia, se ha convencido ya en días recientes de que una transición de poderes es necesaria e ineludible.
El poder alawita representado por la familia Assad se resiste con todo lo que tiene a la mano a desaparecer y su tozudez despierta el temor de que incluso su arsenal de armas químicas pueda ser utilizado contra la oposición sin importar el inimaginable daño que ello podría significar para la población siria.
Turquía, Líbano e Israel, vecinos de Siria, inevitablemente se han visto afectados, ya sea por oleadas de refugiados que huyen de los combates, o por proyectiles provenientes del otro lado de la frontera.
En especial en Líbano se han registrado cambios notables en el balance de fuerzas políticas internas en la medida en que agrupaciones como Hezbolá, dominante en el escenario libanés, empieza a mostrar signos de fragilidad creciente derivados de la debacle que amenaza a su gran aliado, Bashar al-Assad.
Irán sigue siendo - en este cuadro en el que la casi totalidad de la comunidad internacional exige un abandono del poder de la dictadura de Al Assad - el único actor externo que se mantiene firme en su respaldo al régimen de Damasco, aunque hay indicios de que prepara un plan alternativo en caso de que finalmente su gran aliado caiga.
Egipto, por su parte, ofrece un panorama plagado de turbulencias en función de la fractura de su sociedad en dos grandes corrientes cuyos proyectos de nación divergen de manera fundamental.
Por un lado están los islamistas encabezados por los Hermanos Musulmanes, con el presidente Mursi a la cabeza, y por otro, la población que se resiste tanto a una nueva dictadura de éste, como a que Egipto se convierta en un Estado regido por lal ley islámica o sharía.
La promulgación de la nueva Constitución ha sido el punto de quiebre entre estas dos tendencias, quiebre que ha devuelto a las masas a las calles donde los choques violentos han renacido.
En el escenario israelí-palestino dos acontecimientos han destacado en este 2012: la operación «Pilar Defensico» de Israel contra Hamás que controla la Franja de Gaza, y la iniciativa diplomática de Mahmud Abbás, presidente de la Autoridad Palestina que gobierna en Cisjordania, de que Palestina fuera admitida por la ONU como Estado observador no miembro en dicha organización.
En este contexto de fuerzas palestinas divididas en cuanto a estrategias y objetivos, el gobierno israelí ha reaccionado enfrentando militarmente a Hamás y sancionando a Abbás mediante la construcción de nuevos asentamientos judíos en territorios palestinos.
La configuración de la coalición gobernante en Israel, marcadamente inclinada hacia la derecha ultranacionalista y religiosa, ha desarrollado una política neutralizadora de los esfuerzos internacionales en pos de la reanudación de negociaciones de paz con el Gobierno de Abbás, por lo que no se vislumbran avances político-diplomáticos que pudieran alterar en el corto plazo el tenso status quo imperante.
De hecho, las encuestas realizadas en Israel en estos días señalan a Netanyahu como el seguro ganador de las próximas elecciones que se celebrarán el 22 de enero, elecciones en las que al parecer una renovada y quizá más radical coalición de fuerzas de derecha quedará a cargo de la conducción del país.
Así las cosas, el inicio de 2013 no augura para Oriente Medio ni distensión, ni mucho menos estabilidad y procesos de reconciliación.