En Siria se alinean los actores armados en una guerra donde la alianzas no nacen sólo de la identidad política sino, como en la Guerra Fría, de la necesidad de sobrevivir. Con el telón de fondo de las armas de destrucción masiva, todos los actores empiezan a mostrar sus cartas.
Detrás del presidente sirio Bashar al-Assad no está sólo el Ejército oficial sino que además hay tres grupos importantes: la aristocracia alawita, la organización terrorista libanesa Hezbolá y la Guardia Revolucionaria de Irán. De este último ya se observa el despliegue. A pesar de estos apoyos, la paranoia de Assad se ve reflejada en su progresiva pérdida de fe en las propias tropas.
Los rebeldes sirios se nutren de las ayudas que les llegan desde el Golfo Pérsico, Francia y Estados Unidos. Los apoyos financieros a radicales islamistas provienen de redes privadas, algunas con base en Arabia Saudita y Kuwait, no necesariamente relacionadas con los gobiernos, y no precisamente vinculadas con Al Qaeda.
Por su parte, Al Qaeda garantizó su propio crecimiento a través de grupos que desde suelo iraquí apoyan a organizaciones yihadistas como Al Nusra. Algunos de sus miembros no son convencidos radicales sino combatientes que se vinculan a ellos porque es la única manera de acceder a armas y recursos.
Israel decidió bombardear de nuevo el territorio sirio. Esto implica arrastrar a Estados Unidos a posicionarse, lo que explica las declaraciones de Obama, quien ya descartó una operación terrestre, pero estudia la posibilidad de bombardeos selectivos, lo que le garantizaría actuar sin poner víctimas de sus tropas.
EE.UU mira a Siria pensando en Irán y su carrera nuclear. Todo esto porque su posición en Oriente Medio se decide en Israel.
Assad utiliza el ataque israelí como «prueba» de que los rebeldes no son más que «terroristas» al servicio de Washington y Jerusalén. En el mismo sentido, los bombardeos israelíes, según fuentes extranjeras, y las declaraciones de Obama dan más argumentos a Irán para involucrarse aún más en el conflicto, ya que tiene un acuerdo bilateral de ayuda militar con Siria. De hecho, la República Islámica ya pidió a los países vecinos que se unan para enfrentar todos juntos a Israel.
Los miedos de Irán ante una Siria prooccidental incluyen la pérdida de la inversión multimillonaria por los acuerdos sirio-iraníes, que ya cumplen tres décadas, además de la pérdida del corredor de comunicación con Hezbolá y Hamás.
En Siria ya no cabe la posibilidad de una solución interna. La probabilidad de un arreglo vendría sólo de afuera: una mediación Rusia-Estados Unidos o el acuerdo que intentan construir Egipto e Irán, vital para normalizar sus relaciones. Pero con los últimos hechos es posible que Rusia - que tendría la llave para la paz o para la guerra - abandone a Assad a cambio de una buena oferta de Washington en la «nueva Siria».
Al final, todos contra todos juegan para crear un escenario que confirme sus sospechas, una especie de profecía autocumplida.
Para resumir, EE.UU y la Unión Europea, con Francia y Reino Unido a la cabeza, están listos para robarse la lucha de los insurgentes. Mientras tanto, Hezbolá e Irán cierran filas apoyando a Assad. Y Rusia mira el tablero de ajedrez antes de decidir hacia qué lado inclinarse.
Aunque no hay un libreto preestablecido para los rebeldes, estos cada vez tienen menos posibilidades de triunfar en solitario y le apuestan al mal menor, que no es ni el terrorismo, ni EE.UU., ni los países del Golfo Pérsico, pero tampoco Assad.
Ante dicha situación de anarquía, Israel, pase lo que pase y casi sin poder confiar en nadie, moverá ficha para que a su territorio no llegue gas sarín sirio ni misiles sofisticados de Hezbolá.