El más brillante análisis de la guerra civil siria que leí últimamente en la prensa internacional pertenece al columnista Rami G.Kouri, del «Daily Star» de Beirut, quien en un artículo titulado titulado «Los seis conflictos simultáneos en Siria» desmenuza la crisi en toda su complejidad.
A su juicio, se trata en primer lugar de una rebelión ciudadana contra el régimen de la familia Assad que ha venido gobernando el país durante 43 años. Este aspecto del conflicto estaría unido a la lucha ciudadana por libertad, derechos y dignidad que se libra hoy en gran parte del mundo árabe, pero la reacción violenta del Ejecutivo a las manifestaciones pacíficas opositoras llevó a la militarización del mismo.
En segundo lugar, la batalla armada trajo a la superficie una vieja disputa latente, que ha asumido diversas características desde mediados del siglo pasado: conservadores contra radicales, capitalistas contra socialistas, pro-occidentales contra anti-occidentales, realistas contra republicanos, islamo-monarquistas contra nacionalistas árabes, si bien todas estas etiquetas son algo simplistas y no siempre se ajustan a la realidad. Este planteo en su forma más elemental, se refiere a la confrontación entre Arabia Saudita y sus aliados conservadores y gobiernos de distinto signo en momentos diferentes en Siria, Egipto o Irak.
La tercera capa sería la rivalidad iraní-árabe, que recientemente ha sido redefinida como enemistad chiíta-sunnita. Esto estaría simbolizado por la alianza del Gobierno iraní con Siria desde 1979 y más recientemente por los estrechos vínculos entre Irán y Hezbolá - o con mayor precisión, las relaciones entre Hezbolá y el Líder Supremo iraní. La alianza estratégica entre Siria y Hezbolá ha sido uno de los pocos logros en política exterior de la Revolución Islámica de 1979, por lo cual los liderazgos de Teherán, Damasco y Hezbolá darán una dura batalla por no perder las ventajas derivadas de sus relaciones.
El cuarto conflicto en Siria sería una versión más reducida de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia; con otros factores como China y algunos países europeos preocupados por contratos de energía y otras eventuales ganancias.
Rusia trataría de evitar que Estados Unidos pueda decidir qué dirigentes árabes podrán quedar en el poder y quiénes deberán irse. Un cuarto de siglo después de la Guerra Fría original, Rusia buscaría modificar el balance de fuerzas cerrando la etapa de la «post-guerra fría» en la cual Estados Unidos era la única super-potencia en un mundo unipolar.
La quinta pugna es la tensión entre el Estado árabe centralista y los distintos factores de desintegración y fragmentación de carácter étnico, tribal, religioso o nacional. Hay toda clase de identidades que precedieron al Estado árabe moderno y que se reafirman cuando el éste falla y no cumple sus funciones.
El último y más reciente factor conflictivo en Siria es la aparición de los fanáticos militantes de Al Qaeda, como el frente Al Nusra, contrapuesto a los grupos seculares de oposición al régimen de la familia Assad, tales como los aglutinados en la Coalición Nacional Siria.
Hasta aquí el análisis de Khouri. A mi juicio, hay otros conflictos más que también juegan un rol en este laberinto borgiano que es la guerra civil siria que ya lleva más de dos años y que ha producido un número desconocido de víctimas que podría oscilar entre 80.000 y 100.000 muertos.
Uno de los motivos de la reticencia de los países occidentales a involucrarse en el conflicto es, indudablemente, la falta de claridad acerca de que las fuerzas de oposición desean realmente una Siria genuinamente democrática. Un hecho notorio es que los Hermanos Musulmanes sirios constituye uno de los grupos militares importantes en el frente opositor, pero hay justificados temores de que podría resultar una desilusión similar a la de Egipto, que utiliza los recursos de la democracia para crear un nuevo régimen autocrático, tan malo o peor que el que vino a sustituir.
Otro temor que preocupa por igual a los grupos democráticos de la oposición como a observadores externos es el peligro de la «somalización» o división del país en feudos de distintas milicias y en la fragmentación del Estado. El ejemplo de Libia resulta inquietante.
Por último, está el temor de los alawitas de que para ellos ésta sea una guerra de supervivencia, ya que a los ojos de la mayoría sunnita - casi el 90% del país -, justa o injustamente, todos ellos están identificados con el régimen de Assad y son cómplices de sus crueldades.
Este último pero esencial factor unido a la determinación iraní de no perder el único logro de la Revolución Islámica - la alianza con Siria y Hezbolá -, hace que la guerra sea tan cruenta y tan difícil de terminar en la mesa de negociaciones.