Pasé los últimos meses filmando un documental para Showtime sobre los efectos de las tensiones climáticas y ambientales en el despertar árabe. Fue una jornada fascinante pues me obligó a observar Oriente Medio a través de ecologistas árabes, en lugar de políticos.
Al hacerlo así, los problemas y las soluciones se ven de manera muy diferente. Los ecologistas siempre empiezan pensando en la salud de los «bienes en común» - aire, tierra, bosques, agua que se comparte -, que son la base de toda la vida y cuya falta de preservación socavaría a toda la sociedad.
La noción de defender los intereses de un solo grupo - chiítas o sunnitas, cristianos o musulmanes, seglares o islamistas - por encima del bien común les parece una locura. Es tan risible como esas imágenes de combatientes musulmanes armados, jactándose entre escombros de edificios derribados en Alepo o Bengasi, festejando su «victoria», sin darse cuenta de que «ganaron» un país de suelo erosionado, bosques en decadencia, poca agua y mucho desempleo: un bien común en deterioro.
Nuestro equipo de filmación llegó a ver la relación entre la sequía de Kansas y el aumento de los precios de los alimentos en todo el mundo, que contribuyeron a los levantamientos árabes. Pero yo me encontré aquí con otra potente perspectiva ambientalista: el paralelismo entre el uso de combustibles fósiles para impulsar granjas de monocultivos en Oriente Medio y el uso de combustibles fósiles para impulsar guerras que acaban creando sociedades de una cultura única en Oriente Medio. Y la razón de que las dos opciones sean insalubres para los bienes comunales.
Mi maestro en esto es Wes Jackson, ganador del Premio McArthur, fundador del Instituto de la Tierra en Salina, Kansas. La filosofía de Jackson es que la pradera era un hábitat diversificado, con un ecosistema complejo, que sustentaba todo tipo de fauna, por no hablar de los indígenas americanos. Así fue hasta que llegaron los europeos, que araron las tierras y las cubrieron de granjas de cultivo de una sola especie, básicamente trigo, maíz y soya. El objetivo de Jackson es restablecer la función del ecosistema diverso de la pradera de cultivos múltiples y rescatarla de la agricultura anual de una sola especie y un solo cultivo, pues eso agota el suelo, la fuente de vida de toda la pradera. «Tenemos que dejar de tratar al suelo como si fuera basura», advirtió.
Jackson entendió que ello debe de ser económicamente viable. Es por eso que su meta es demostrar que las especies de trigo y otros granos que están desarrollando los científicos del Instituto de la Tierra pueden cultivarse como plantas perennes con raíces profundas, para no tener que labrar regularmente el suelo y las semillas. La forma de hacerlo, piensa, es cultivar mezclas de esos granos perennes, que imitarán a la pradera y proporcionarán naturalmente los nutrientes y pesticidas. Se va a reducir en mucho la necesidad de tractores impulsados con combustible fósil y de fertilizantes y la energía del sol compensaría la diferencia. Eso sería mucho mejor para la tierra y el clima, ya que no se desprendería tanto carbono del suelo.
Los monocultivos anuales son mucho más susceptibles a las enfermedades y su mantenimiento requiere mucha más energía de combustibles fósiles: arados, fertilizantes, pesticidas. Los cultivos múltiples perennes, en cambio, ofrecen diversidad de especies, lo que contribuye a la diversidad química, señaló Jackson.
Esto, a su vez, ofrece una resistencia mucho más natural y «puede sustituir los combustibles fósiles y las sustancias con los que no hemos evolucionado», agregó.
Jackson mantiene algo de la vegetación original de la pradera. Al caminar entre ella, explicó que eso es el «árbol de la vida» de la naturaleza. Esa pradera, como el bosque, «cuenta con reciclado de materias, funciona con luz solar y no tiene ninguna epidemia que acabe con todo. Durante las tormentas de polvo de los años '30, los cultivos murieron pero las praderas sobrevivieron». Después señaló sus cultivos experimentales de granos perennes: «Ese es el árbol del conocimiento». Nuestro desafío, y llevará años remontarlo, es encontrar la forma de mezclar el árbol de la vida con el árbol del conocimiento para desarrollar praderas domésticas en las que se puedan plantar campos de alto rendimiento una vez cada tantos años, cuyos cultivos sólo necesitarían ser cosechados y en las que la diversidad de especies «se encargará de los insectos, los agentes patógenos y la fertilidad».
Y eso nos lleva de regreso a Oriente Medio. Líderes de Al Qaeda suelen decir que si el mundo musulmán quiere restablecer su fuerza, necesita regresar a los días «puros» del islam, cuando era una cultura única no mancillada por influencias externas. Pero de hecho, la edad de oro del mundo árabe y musulmán fue cuando constituyó una cultura múltiple, de los siglos VIII al XIII.
Wikipedia publica que «en ese periodo, el mundo árabe fue el centro intelectual de la ciencia, la filosofía, la medicina y la educación». Era «una colección de culturas que, reunidas, sintetizaron e hicieron progresar considerablemente el conocimiento adquirido por las antiguas civilizaciones romana, china, india, persa, egipcia, hebrea, griega, bizantina y fenicia».
Lo que está sucediendo actualmente en el mundo árabe es una presión implacable en favor de la cultura única, también financiada por los combustibles fósiles. Es Al Qaeda quien trata de «purificar» la Península Arábiga. Son los chiítas y sunnitas, financiados por el dinero del petróleo, que tratan de exterminar al otro en Irak y Siria. Es Alejandría, la ciudad egipcia que otrora fuera un crisol de cultura que compartían griegos, italianos, judíos, cristianos, árabes y musulmanes, quien se convirtió en una urbe destrozada por los Hermanos Musulmanes, de la que ya huyeron casi todos los no musulmanes. Eso hace que esas sociedades sean menos capaces de generar ideas nuevas y estén mucho más susceptibles a las morbosas teorías conspiratorias e ideologías extremas.
Para decirlo sin pelos en la lengua, la evolución de las culturas múltiples árabes y musulmanas en culturas únicas fue un verdadero desastre.
El pluralismo, la diversidad y la tolerancia fueron en un tiempo plantas nativas de Oriente Medio, así como la pradera de cultivos múltiples lo fue en Lejano Oeste norteamericano. Ninguno de esos ecosistemas será saludable si no restablece su diversidad.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com