Cuando uno va a intervenir en un país extranjero, es necesario saber primero qué se busca. Pero en Egipto, y Siria también, la política occidental se ve golpeada por numerosos instintos opuestos.
Estados Unidos y la Unión Europea son pro-democracia y anti-islamistas; pro-estabilidad pero anti-represión; ambos se oponen a los yihadistas. No es de extrañar que el mundo árabe esté confundido.
Lo único que une a los militares egipcios con los Hermanos Musulmanes es que ambos reclaman haber sido traicionados por Barack Obama. Para que Estados Unidos y sus aliados europeos formulen una respuesta coherente a la tragedia egipcia, tendrán que aclarar urgente cuáles son sus prioridades.
Es relativamente fácil hacer una lista de ellas sin ningún orden en particular: poner fin a la matanza, restaurar la estabilidad, luchar contra el terrorismo, promover la libertad política, mantener limpias nuestras conciencias, preservar las alianzas, estabilizar las economías, evitar una guerra con Israel y detener nuevos conflictos regionales.
En los embriagadores días de la «primavera árabe» era posible creer que con una sola política - apoyar la propagación de la democracia - se cubrían todas las metas. Las nuevas democracias iban a ser más prósperas, más pacíficas y más pro-occidentales. Las raíces del terrorismo se iban a marchitar.
Pero esa nueva edad de oro nunca llegó a materializarse. En cambio, dos años y medio después de la caída del presidente Hosni Mubarak, tenemos masacres en las calles de Egipto, una guerra civil en Siria, el resurgimiento de Al Qaeda en Oriente Medio, en yihadismo en la tierra de nadie del Sinaí y un arco de inestabilidad que se extiende desde Túnez hasta el Golfo.
Las economías se desploman, el conflicto se va extendiendo y florecen las condiciones anárquicas que favorecen el crecimiento del terrorismo.
Enfrentando esta horrible realidad, EE.UU y la UE tienen que decidir cuáles de sus muchos objetivos contrapuestos deben priorizar. Adherirse a una política que coloca la promoción de la democracia en el corazón de la política hacia Egipto puede ser tentador. Permite que la política se base en un principio constante que se pueda aplicar en toda la región. Es moralmente mejor y ofrece una visión optimista a largo plazo para el futuro de Oriente Medio.
El problema es que pedir el regreso de la democracia en Egipto es poco realista y, a corto plazo, muy peligroso. Es poco realista porque los militares están claramente participando de una lucha hasta el fin con los Hermanos Musulmanes. Simplemente no los van a dejar regresar al sistema político en forma significativa.
Aunque EE.UU suspendió la ayuda a los militares responsables del golpre de Estado, no se verán forzados a cambiar de actitud, ya que los sauditas están más que dispuestos a llenar ese vacío.
También resultaría peligroso insistir ahora con nuevas elecciones. ¿Alguien puede imaginarse tales comicios celebrados en una atmósfera de paz, y los perdedores respetando en calma los resultados?
Por el momento, recuperar la estabilidad debe ser una prioridad mayor que el regreso a las urnas. La represión política y la negación de las libertades individuales son horribles de contemplar. Pero la guerra civil es aún peor.
Un período prolongado de caos violento en Egipto es también el escenario más peligroso para los intereses occidentales, ya que crearía el perfecto caldo de cultivo para el terrorismo.
La mejor ruta para escapar de una guerra civil es un acuerdo político negociado. Pero con los Hermanos Musulmanes y el Ejército en lucha encarnizada, esta opción prácticamente desapareció.
Si un acuerdo pacífico no puede detener la guerra civil, la única alternativa es que gane un bando y en Egipto los militares tienen la sartén por el mango.
En lugar de presionar para que el Ejército contribuya a que Egipto regrese rápidamente a la democracia, EE.UU y la UE deberían adoptar un plan alternativo que enfatice la protección de los derechos humanos y la restauración de un Gobierno honrado. Aun esos objetivos son muy difíciles de lograr.
Si es posible reducir la represión, el próximo paso sería colaborar con el Gobierno interino para tratar de revivir la economía y prevenir que el país caiga en una cleptocracia militarizada.
Un Gobierno honrado y el regreso al crecimiento económico podrían restaurar la legitimidad del sistema político. Si el orden y el crecimiento económico regresan, hay posibilidades de que las instituciones necesarias para que la democracia sobreviva y florezca - tribunales independientes, medios de comunicación libres, mejores escuelas - echen nuevas raíces en ese país de historia milenaria.