Cuando en 1995, el presidente israelí, Shimón Peres, publicó su libro «Un nuevo Oriente Medio», lo hizo luego de firmar los Acuerdos de Oslo con los palestinos. El entonces canciller hebreo manifestó su visión acerca de las posibilidades de las que dispondría la región como consecuencia de un acuerdo definitivo que paz entre Israel y sus vecinos ante esta nueva realidad.
Pero Peres propone y Oriente Medio dispone. En 1995, ni el mandatario israelí ni nadie podría imaginarse que casi dos décadas después, nos encontraríamos con un «segundo» nuevo Oriente Medio totalmente diferente de aquél que Peres imaginó.
En este «segundo» nuevo Oriente Medio casi todo es posible menos la calma y la paz. Nuevas e imprevistas tensiones en las relaciones de Estados Unidos con sus aliados, Arabia Saudita y Turquía, imponen los desafíos del gobierno de Obama para navegar en las cada vez más turbulentas aguas de esta zona del planeta.
Neoconservadores, miembros del opositor Partido Republicano atribuyen tal situación a la propensión de Obama a desentenderse de la región y a su reacio uso del poder militar para defender los intereses de su país. Otros estiman que las nuevas fuerzas desatadas con la invasión a Irak en 2003 y la «primavera árabe», transformaron la región, y desafían el control de Estados Unidos.
En la Conferencia de Políticos árabes y estadounidenses celebrada en Washington, Charles W. Freeman Jr., diplomático retirado, que fuera embajador en Arabia Saudita durante la Guerra del Golfo de 1991, afirmó que «los estadounidenses ya no tenemos la capacidad de marcar tendencias en Oriente Medio. Pero, nuestras ilusiones de omnipotencia imperial son difíciles de eliminar».
Arabia Saudita rehusó sentarse como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, argumentando el fracaso de éste para solucionar el conflicto entre Israel y los palestinos y la guerra civil en Siria.
Según «The Wall Street Journal», diplomáticos europeos se reunieron en Yeda con el jefe de inteligencia saudita y ex embajador en Washington, Bandar bin Sultan al-Saud, quien expresó que el boicot al Consejo de Seguridad era «una respuesta para Estados Unidos, no para la ONU».
Al Saud reveló que Riad considera reducir la cooperación con Washington en el entrenamiento y la provisión de armas a rebeldes sirios, así como explorar la posibilidad de entablar relaciones militares con otras potencias que sirvan más a los intereses sauditas, lo que parece ser sólo una advertencia. Es fácil notar que Washington y Riad se alejan cada vez más en estos y otros asuntos.
A Arabia Saudita le preocupa una eventual distensión entre Estados Unidos e Irán, temiendo que Teherán recobre la primacía de la cual gozaba en Oriente Medio, con apoyo de Washington antes de la Revolución Islámica de 1979.
En el frente turco, Obama quedó desconcertado por una serie de acontecimientos que quizá compliquen sus vínculos con el único aliado de mayoría musulmana en la OTAN.
«The Washington Post» informó que el jefe de inteligencia turco reveló a Teherán la identidad de 10 iraníes que espiaban para Israel. Ánkara puso fin a una larga historia de colaboración en inteligencia con el gobierno de Jerusalén que empezó a descarrilarse tras la ofensiva del Estado judío a Gaza en la operación «Plomo Fundido» y el abordaje de fuerzas hebreas a la flotilla turca.
La prensa turca informó que Washington canceló el envío de drones «Predator» a Ánkara en represalia por colaborar con Irán. Aunque el gobierno turco negó tal versión, crecen sospechas de que éste se encuentra más cerca de Teherán que de Tel Aviv.
Sorpresivamente, Turquía anunció que para construir un nuevo sistema de defensa antimisiles eligió a una compañía china, y no a sus competidoras estadounidenses y europeas. Tal sistema, sería incompatible con el equipamiento utilizado por los miembros de la OTAN.
La alianza Turquía-Estados Unidos está en serios problemas. Cruzaron la línea del desacuerdo razonable, llegando al punto que Turquía trabaja decididamente para perturbar los objetivos estadounidenses en Oriente Medio.
Los cambios en la región y las dificultades de Estados Unidos para moverse en ellos, quedan mejor ilustrados con las cada vez más complejas relaciones de los gobiernos de Arabia Saudita y Turquía. Coherentes en que Bashar al-Assad abandone el poder en Siria, discrepan en el caso de Egipto.
Arabia Saudita, ayuda al régimen militar egipcio con miles de millones de dólares, Erdogan exige el regreso del derrocado presidente Mohammad Mursi y el fin de la represión contra los Hermanos Musulmanes, un movimiento trasnacional considerado amenaza mortal por las monarquías de la región.
El «segundo» nuevo Oriente Medio ingresa en una era multipolar, donde la mayoría de los cambios son impulsados por fuerzas internas y las rivalidades coloniales de las superpotencias se desvanecieron hace tiempo, perdiendo todo significado.
Actualmente ningún gobierno de la región está dispuesto a confiar su futuro a potencias extranjeras, ello podría generar insospechadas alianzas geopolíticas.