Si el estado de agitación del mundo árabe lo confunde y usted no sabe bien cómo debería responder Estados Unidos, tal vez le resulte útil considerar estas tres preguntas:
1. ¿Por qué será que el país de la «primavera árabe» donde Estados Unidos tiene menos injerencia, Túnez, es precisamente donde se hizo mayor progreso en pos de la construcción de una democracia consensual?
2. ¿Por qué las tres cifras más importantes para tener en cuenta al pensar en el mundo árabe actual son 1, 5.000 y 500.000?
3. ¿Por qué el hombre fuerte de Egipto, el general Abdul Fatah al-Sisi, tiene tantas medallas en el pecho, cuando es demasiado joven para haber luchado en alguna de las grandes guerras libradas por su país, y por qué eso debería preocuparnos?
Empecemos por Túnez, donde la Asamblea Nacional Constituyente forjó una nueva Constitución que, según «The Times», «es una combinación de ideas cuidadosamente puestas en palabras que se ganó el apoyo tanto de Ennahda, el partido islamista, como de la oposición laica».
Se trata de una de las constituciones más liberales e inclusivas del mundo árabe. A los tunecinos les llevó tres años de luchas políticas llegar a ese acuerdo, que si bien podría volar por los aires en cualquier momento, sigue siendo un logro que alcanzaron básicamente por sí solos. ¿Cuál fue su secreto?
Respuesta: tras estar a un paso de la guerra civil, las principales fuerzas religiosas y laicas de Túnez finalmente acordaron una condición sine qua non para el éxito de cualquier movimiento democrático árabe: «Ni vencedores ni vencidos». Ya se hable de chiítas, sunitas, alawitas, kurdos, tribus, islamistas o generales laicos, en estos Estados árabes tan plurales, a menos que todos los actores clave acepten el principio de que el poder debe ser compartido y rotativo, no hay chances de que alguno de estos «despertares» conduzca a una transición ordenada de la autocracia hacia una política más consensual.
Pero los tunecinos contaron con otra ventaja. En Túnez, la sociedad civil contaba con instituciones sólidas. Esas instituciones fueron capaces de jugar un rol moderador extrapartidario entre las distintas facciones políticas. Además, a diferencia de Egipto, Túnez no tenía una clase militar politizada y con intereses profundos en la economía que la motivara a involucrarse en la arena política. Siria, Libia e Irak no contaban con ninguna verdadera institución de la sociedad civil.
Lo que nos lleva al tema de las cifras. Cuando la gente de un país está dispuesta a convivir, sólo hace falta un Mandela - un líder unificador - que galvanice al sistema político para que funcione productivamente.
Cuando la gente no está dispuesta a vivir junta, pero sí a vivir por separado - como en Bosnia o Líbano tras años de guerra civil -, sólo hacen falta 5.000 efectivos de la ONU para patrullar las líneas de división que existen de facto o de iure. Pero cuando la gente no está dispuesta a vivir ni junta ni separada - por desconfianza, porque aún no llegaron al límite de sus fuerzas o porque una de las partes sigue creyendo poder quedarse con todo -, probablemente sea necesario el arribo de 500.000 soldados de la fuerza internacional, derrocar al dictador, eliminar a los más radicalizados de todos los bandos y proteger a las fuerzas de centro por mucho tiempo, hasta que se construyan una nueva ciudadanía y un sistema de partidos capaces de compartir el poder. Aun en ese caso, el fracaso es una posibilidad cercana.
Los males que aquejan al mundo árabe son algo que Estados Unidos no puede arreglar por sí solo: se trata de la incapacidad para manejar el pluralismo democráticamente.
Podemos impedir la peor parte si tenemos presencia en el lugar, como en Irak. Pero sólo ellos pueden hacer lo más importante, y hacerlo autosustentable. El presidente sirio, Bashar al-Assad, es un monstruo. Pero su remoción debe hacerse de modo tal que no genere más caos, y si la oposición siria puede demostrar que no sólo cree en el pluralismo, sino que tiene la capacidad de imponerlo. De lo contrario, las minorías encolumnadas detrás de Al Assad no lo abandonarán. Los que urgen al presidente Obama a intervenir en Siria deberían tener esto en cuenta.
En cuanto a Egipto, no tengo la menor simpatía por los Hermanos Musulmanes. Ojalá los hubiesen sacado con la fuerza de los votos, pero entiendo por qué tantos egipcios quisieron que las fuerzas armadas se deshicieran de ellos.
Sin embargo, cuando el Ejército también decidió arrestar a líderes jóvenes, no violentos y decentes de la sociedad civil - como Ahmed Maher - por el simple hecho de protestar, y eliminar a los Hermanos Musulmanes de la vida política, fue como un retorno al viejo modelo de confiarle el país a un caudillo militar y conseguir estabilidad a fuerza de represión, no de inclusión.
Espero estar equivocado, pero me preocupa. Wikipedia consigna la lista de condecoraciones del general Al Sisi, que incluye la medalla de la guerra del Jubileo de Plata de Octubre (la Guerra de Yom Kipur en 1973 contra Israel) y la del Jubileo de Oro de la Revolución del 23 de Julio de 1953. Todas parecen buscar dignificarlo, pero por motivos equivocados: celebran el pasado de Egipto, pero no le ganan un futuro.
Me haré partidario del general cuando anuncie que procurará ganar medallas por la derrota de los verdaderos enemigos de su país - como el analfabetismo femenino - o por la construcción de más escuelas politécnicas y científicas, o por la construcción de un sistema político verdaderamente inclusivo.
El día que Al Sisi empiece a colocar medallas en las solapas de otros por sus triunfos en esas causas, Egipto será una nación fuerte que ya no necesite de un hombre fuerte.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com