Desde que Bibi asumió el nuevo gobierno la cancillería israelí está acéfala; son varios ministerios los que quedaron en sus manos. Siempre se especula que están a la espera de que el laborismo decida incorporarse a la coalición. Salvo algún acontecimiento muy grande que obligue a un ejecutivo de unidad nacional ello no sucederá. Por la mente Bibi está el de fortalecerse convocando a nuevas elecciones. No hay figura ni líder que lo aceche ni preocupe. Es su momento de intentar pasar de rey a emperador.
Vacante, sin titular fijo, el Ministerio de Exteriores israelí se convirtió en tierra de nadie. Por un lado actúa Tzipi Hotovely, una viceministra de la línea dura del Likud y pro asentamientos. Por otro, Dori Gold, ex representante de Israel en la ONU y el director general colocado por Bibi, que es prácticamente el canciller hebreo.
En ése desorden en donde todos y nadie mandan, las consecuencias están a la vista, los funcionarios de carrera y la burocracia hacen lo que pueden, que no es mucho; todo lo demás está librado a las improvisaciones.
Es lo que sucedió con Brasil. Ante el programado cambio de embajador, para recibir el formal acuerdo previo por parte de Dilma para la designación del nuevo, por gestión de Hotovely se envió el nombre de Dani Dayán, nacido en Argentina, quien es parte de una familia muy introducida en la vida pública y política en Israel, residente en un asentamiento, durante años director del Consejo Municipal de Judea y Samaria en Cisjordania y firme opositor a la solución de dos Estados..
En Israel estas cosas no se piensan, se actúa por impulsos. Fue de muy mal gusto diplomático poner a Dilma ante la incomodidad de recibir a una persona que por provenir del corazón de los asentamientos en plena discusión internacional debía ser cuestionado, que es lo que efectivamente sucedió.
El asunto se mantuvo en el congelador varios meses. De nada valió un llamado personal de Bibi a Dilma. Ésta también está condicionada por la política interna y la presión internacional que no acepta la designación. Israel tensó la situación sin ningún tipo de necesidad, lo convirtió en un escándalo y ahora podría esta obligado a ser cabeza dura y encapricharse o a bajar el nivel diplomático.
Casi seis meses de empecinamiento israelí que llevó a tensar la relación con Brasil, a una gran incomodidad a la activa y muy positiva comunidad judía brasileña, que desde ambos lados era solicitada para actuar de intermediaria para lograr un corte al problema. El gobierno del Estado hebreo aún no entendió que no todo puede imponerse por la fuerza, que para bailar tango se requieren dos. Con todo, Bibi decidió volver a la carga y esta semana anunció que Dayán es el único candidato que cuenta y que de no ser aceptado, su gabinete podría reducir el nivel de representación diplomática con el gigante latinoamericano.
Todo eso es el resultado de un Ministerio de Exteriores que no funciona, en el cual la improvisación está a la orden del día. En cierto momento llega una declaración y dos horas más tarde se desmiente informando que «fue mal interpretada».
Por el bien de Israel, esa situación debería acabar, pero viendo cómo acciona Bibi, esperar que así sea es algo que sólo se entiende en relatos de ciencia ficción.
Después de todo ¿qué es lo que está en juego? ¿apenas la imagen internacional de Israel?