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Esa Europa que conocimos

BruselasLas bombas quiebran la vida de una Europa que hace tiempo que no se siente segura, pero que esta semana fue atacada en su corazón.

El aeropuerto de Zaventem y la parada de metro de Maelbeek en el barrio europeo son lugares, pero también son símbolos. Forman parte del ADN de la vida comunitaria que construyen a diario los europeos, rasgada ahora irremediablemente.

En Zaventem aterrizan y despegan los eurodiputados cada semana y de allí salen los comisarios y eurócratas a reunirse con gobernantes de todo el viejo continente y el mundo entero.

Al aeropuerto bruselense también llegan lobbistas, estudiantes, ONGs que vienen a convencer y agricultores que pelean por un pedazo de la política agraria común.

Ellos y muchos otros europeos debieron pensar esta semana que podían haber sido ellos. Que ya no se sienten seguros. Que cuántas veces pasaron frío en el quicio de las puertas de ese aeropuerto mientras se fumaban el último cigarro antes de acercarse a los mostradores ahora dinamitados. Que en cuántas ocasiones la lluvia los sorprendió al subir las escaleras en la parada de Maelbeek y volvieron a pensar que Bruselas es maravillosa pero que no les importaría que lloviera un poco menos.

Para muchos europeos que desfilan por la capital belga, Bruselas fue hasta esta semana, un lugar de trabajo y escenario de batallas políticas y económicas.

Pero fue también una ciudad balsámica, una especie de pueblo grande en el que no se esperaban grandes sobresaltos y al que casi siempre apetecía escaparse para dejar atrás las peleas nacionales y beberse una tibia cerveza belga.

Eso también cambió, al menos por un tiempo que se presume largo.

La familiaridad del pueblo grande dio paso a una inquietante sensación de vulnerabilidad. A mirarse de reojo y con desconfianza, como en Israel, en los autobuses, a respirar hondo camino del aeropuerto y a convivir, como en Israel, con soldados y blindados en las calles.

Así es fácil dejarse atrapar por el presentimiento de que Bruselas, París, Londres, Madrid, Atenas, Viena, Ánkara y toda la Europa que conocimos, la de la paz que siguió a las guerras, se esfumó, tal vez para siempre.