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No perder el control

Hay que ser muy inocente para creer que Mahmud Abbás pronto volverá a sentarse en la mesa de negociaciones, dispuesto a reconciliarse con Israel. ¿Por qué habría de hacerlo? Se espera que esté, dentro de poco tiempo, nada menos que en la cima del mundo.

Decenas de naciones, muchas de las cuales no se han mostrado nada amables con Israel en los últimos años, lo aplaudirán de pie en la ONU. En tanto, aquellas superpotencias y estados nacionales que siempre han respetado a Israel se mantendrán en silencio, o bien, preferirán hacer la vista gorda. Algunas probablemente susurren al oído de nuestro representante ante Naciones Unidas: "Se lo advertimos".

Si la elección y el reconocimiento de septiembre tienen como resultado solamente el aplauso general, banderas de apoyo y marchas festivas, entonces el mundo entero podrá oír el suspiro de alivio por parte de Netanyahu, Barak y demás ministros. Sin embargo, y esperemos equivocarnos, el 20 de Septiembre de 2011 puede convertirse en un claro presagio de la independencia palestina. Si eso ocurre, la cuenta regresiva comenzará de nuevo.

Pero si 150 Estados se deciden a reconocer conjuntamente el estado palestino, un momento después de la declaración, Abbás y sus compañeros ya comenzarán a decirnos: señores, no les estamos pidiendo su aprobación en ningún asunto. De hecho, estamos de acuerdo sobre un estado desmilitarizado, pero ahora que somos independientes con derecho a hacer lo que queremos, vamos a importar misiles, tanques, cañones y todo lo que se nos ocurra.

Por supuesto que Tzáhal y los asentamientos habrán de permanecer en lo que los palestinos definen como su estado. Millones de ellos en Cisjordania y Gaza no harán nada en contra del Estado de Israel. ¿Por qué habrían de hacerlo? Simplemente habrán de embarcarse en una lucha popular contra Tzáhal y los asentamientos, que en su opinión se encuentran dentro de su territorio - ese mismo estado reconocido por 150 Estados.

Buscarán el apoyo de Egipto y Túnez, e incluso el de la nueva Libia para su lucha popular, países donde las revueltas están dando resultado. Esa lucha incluirá mujeres y niños dispuestos a marchar contra el Ejército israelí y los colonos. Sin embargo, Hamás ciertamente pretende algo más que eso; no hay dudas de que lo que quiere ver es derramamiento de sangre.

Al menos en este aspecto, puede decirse que Israel está a salvo: En Cisjordania, por lo menos, la gente no quiere un estado de Hamás. Le tiene miedo. Este es el momento adecuado para poner en práctica una estricta cooperación en materia de seguridad con los líderes de la Autoridad Palestina, quienes temen a Hamás mucho más que a Israel. El escenario no es unilateral. No solamente para nosotros resulta negativo.

Israel debe - es absolutamente necesario - tener como objetivo neutralizar los resultados ya previstos de la votación de la ONU. ¿De qué modo? En primer lugar, debemos hacer todo lo posible para reanudar las conversaciones con los palestinos. Otra posibilidad: anunciar nuestra firme intención de anular los Acuerdos de París en materia económica. Según sostienen algunos expertos, la población y los líderes palestinos no pueden sobrevivir sin ellos.

Sin embargo, en esta región todo es volátil y no toda idea estúpida puede evitarse. Esta semana que pasó fuimos testigos de como cualquier criminal de Gaza capaz de lanzar un cohete y matar a media docena de israelíes en las calles de Beer Sheva o Ashkelón, o una serie de ataques terroristas en gran escala, cuentan con capacidad suficiente para esfumar por completo todas los buenos proyectos e intenciones de reconciliación, incluso en contradicción con las opiniones expresadas por la mayoría de los palestinos.

En Oriente Medio cualquier homicida se cree un estadista por un minuto, mientras que los morteros o los misiles constituyen toda su política. En este escenario, lo más importante es no perder el control. Esto vale tanto para nosotros como para ellos.