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La victoria del cabeza dura

Cuentan que una persona un poco retardada decidió hacerse un transplante de cerebro. Fue a lo de un experto que le dio a optar entre dos modelos de cerebros diferentes, el de un arquitecto por 50 dólares y el de un judío por 10.000 dólares.

"¿Eso significa que el cerebro del judío es mejor que el del arquitecto?", preguntó el hombre.

"No necesariamente", respondió el médico, "¡Lo que sucede es que el tiempo pasa y pasa y el cerebro judío está como nuevito!"

En estos días, hemos entendido nuevamente que la sabiduría no es sólo un mero conocimiento intelectual del ser humano, sino más bien una experiencia de vida que se adquiere por su relación con la investigación y la constancia.

Esta semana, todos los judíos conversábamos familiarmente sobre "quasicristales tipo mosaico", "estructuras químicas", "materiales sólidos" y "carcaterísticas simétricas" como si fueran cosas de todos los días. Y es que el Premio Nobel de Química, que la Academia Sueca decidió otorgarle al profesor israelí del Tejnión, Daniel Shechtman, no es sólo un galardón a la ciencia misma, sino - y a lo mejor antes que nada - a la tenacidad humana de mantenerse en sus convicciones cuando vientos de grandes eruditos soplan en contra.

"En los cuasicristales encontramos los fascinantes mosaicos del mundo árabe reproducidos a nivel atómico; formas regulares que nunca se repiten a sí mismas", nos decía Shechtman de forma natural, a través de la televisión, como si todos supiéramos de que estaba hablando.

Pero el asunto no resultó ser tan sencillo porque los descubrimientos del galardonado pusieron en duda una de las creencias más generalizadas de la ciencia: que en todos los materiales sólidos, los átomos están distribuidos dentro de los cristales mediante formas simétricas que se repiten una y otra vez. Para los científicos, esta repetición era imprescindiblemente necesaria para obtener un cristal. Y como ustedes ya saben, a nadie, especialmente a los "dueños de lo imprescindible", les gusta que venga alguien "más genio" a pisarles el palito. Si no lo creen, vayan y pregúntenle a Galileo.

En 1982, las imágenes obtenidas a través de un microscopio electrónico revelaron que Shechtman tenía razón. En contra de la opinión generalizada de la ciencia oficial, los átomos contenidos en un material sólido no tenían necesariamente que volver a repetirse.

Sin embargo, y por más ridículo que parezca, esa configuración fue considerada imposible por sus expertos contemporáneos. Su descubrimiento fue extraordinariamente controvertido. Pero Shechtman, como buen cabeza dura israelí que es, emprendió una dura batalla contra la ciencia establecida, incluso, cuando en el curso de la defensa de sus hallazgos, se le llegó a pedir - delicadamente - que abandonase el equipo de investigación.

Finalmente, su perseverancia incondicional forzó a los científicos a reconsiderar sus concepciones sobre la naturaleza de la materia y - lo que es más importante - a reconocer sus equivocaciones.

Mahatma Gandhi dijo que la recompensa humana se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Para él una entrega total significaba una victoria completa.

El Profesor Daniel Shechtman es de esos raros ejemplares que, como el perro, le dice al hueso: "¿Estás duro? No importa; yo tengo tiempo".