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Verdadero amor

Las próximas elecciones en Israel son superfluas. Netanyahu ya ganó. Bibi será elegido para un tercer mandato con una amplia mayoría. Nadie va a quitárselo.

La encuesta realizada esta semana por Camil Fuchs para el diario Haaretz dio al Likud de 35 a 37 escaños en el Parlamento. El principal partido de oposición, Kadima, se derrumbó. El Laborismo o Yair Lapid no constituyen una amenaza real. Liberman sigue peleando contra los ultraortodoxos y la izquierda se evaporó

Bibi ganará las elecciones con facilidad a pesar de ser una figura controvertida. Incluso sus más cercanos colaboradores no vacilan a la hora de criticarlo con dureza. Netanyahu será primer ministro por tercera vez a pesar de la serie de trastornos que aquejan a su administración. Alguien que se muestra incapaz de calmar a su propio equipo por unos meses será el encargado de gobernarnos por más de 10 años.

Bibi volverá a ganar a pesar de asesinar selectivamente cada proceso de paz o cada iniciativa diplomática; a pesar de que Sarkozy lo tilda de mentiroso, y a pesar de las tensas relaciones que mantiene con Obama. Será elegido a pesar de las amplias protestas sociales, que reflejan gran disgusto por todo lo que él representa.

Parece una paradoja. ¿Qué es lo que lleva al pueblo israelí a votar una y otra vez por él, y a preferirlo por sobre otras personas más honestas y éticas? ¿Qué es lo que nos hace poner al frente de una de las naciones más complejas del mundo a un hombre a quien no le compraríamos ni un automóvil usado?

El secreto del éxito de Bibi está en sus deficiencias. Votamos por él no en razón de sus ventajas, sino de sus desventajas. El amor del público por Netanyahu es un amor narcisista. Es a nosotros mismos a quien nos vemos reflejados en el pantano. Es esa imagen de nosotros mismos con quien nos identificamos y a la que votamos.

Bibi es un camaleón. Se mimetiza según los colores de su entorno. Al igual que Zelig en la película de Woody Allen, interpreta el papel de muchas personas diferentes al mismo tiempo. Es el guardián del Estado de derecho al momento de la jura del nuevo presidente de la Corte Suprema; pero es también ??una gran amenaza para ese mismo Estado de derecho, en sus acciones y en las de su coalición. Por un lado, tenemos al Bibi del discurso de la Universidad Bar-Ilán acerca de un Estado palestino y el congelamiento de los asentamientos, y por otro, al del «no hay nadie con quien hablar», que no cederá ni un solo milímetro de territorio.

Saber cuál es el verdadero resulta insignificante. Su mayor ventaja sobre todos los demás políticos es que no existe ningún Netanyahu real.

Bibi oscila entre un fantasioso lenguaje acerca de los principios (que se puede aceptar o rechazar), y el abandono de ellos como respuesta a presiones políticas o públicas.

Netanyahu irradia fuerza, potencia y firmeza en sus discursos, como en el caso del que le tocó pronunciar recientemente en la convención de AIPAC en Washington. Sin embargo, es el líder más susceptible a la presión que hemos tenido. El público israelí está enamorado de esa dicotomía.

Bibi abusa de nuestra megalomanía, por un lado, y de nuestros temores, por otro, de un modo en que ningún otro político israelí consiguió aprovecharse jamás. No es ninguna coincidencia que utilice el Holocausto frecuentemente en sus discursos. El Holocausto constituye el miedo final, y sus alusiones a un segundo Holocausto («Las generaciones que no habrán de sucedernos») nos definen como las víctimas finales, y restaura nuestros perdidos sentimientos de justicia para con nosotros. Si Irán no existiera, habríamos tenido que inventarlo.

Además de cultivar el miedo, el enfoque de Bibi sobre Irán está caracterizado por la megalomanía; la idea de que Israel puede resolver todo el problema por sí mismo; la idea de que es posible atacar este verano, contraria a la de Estados Unidos, y a la de todo el mundo; con nuestras propias fuerzas y equipamiento.

Al igual que en los asuntos del espíritu, ello reside también en el espíritu del pueblo: Junto al enfrentamiento del trauma convive un deseo inconsciente de volver al trauma. Netanyahu, que advierte de un segundo Holocausto, puede estar dirigiéndonos hacia él.

Por eso votamos por Bibi.