Imprimir

Aguinis, el «shoólogo» estúpido

Marcos Aguinis«Aunque la historia no tenga un sentido, nosotros podemos darle uno», escribió Karl Popper. El Holocausto es posiblemente el paradigma de la recuperación memorística con vocación ejemplar y cívica, donde el sentido del pasado a ser recordado radica en la mencionada utopía mínima del «Nunca más».

El Holocausto, la Shoá, términos que hoy se emplean para denominar el genocidio de los judíos a manos de los nazis, se convirtió en una memoria de referencia global con enseñanzas y significados compartidos más allá de la comunidad de víctimas.

La memoria de la Shoá ya no es, o mejor dicho, no solamente, una memoria judía. El Holocausto es singular y carece de precedentes, pero no por ello es irrepetible. De ahí que su recuerdo sea una advertencia de las infinitas posibilidades del mal.

Hace ya muchos años me tocó entrevistar a Abba Kovner, en ese momento miembro del Kibutz Ein Hajoresh, en el centro de Israel. Kovner consiguió huir del Gueto de Vilna y en su manifiesto «¡No iremos como rebaño al matadero» llamó a los judíos a unirse a la Resistencia y luchar contra los asesinos nazis.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial formó en un grupo llamado «Nakam» (venganza, en hebreo), con el propósito de matar alemanes que colaboraron de una forma u otra en la masacre.

Ya veterano, y ocupado en llevar a cabo su proyecto «La Casa de las Diásporas» en la Universidad de Tel Aviv, le pregunté justamente acerca de los logros de dicho grupo vengativo. Recuerdo que Kovner pensó un momento, aspiró aire varias veces y me respondió: «Cuando me hacen ese tipo de preguntas, deseo que el mundo se detenga para poder salir por un costado sin que me vean. ¡No existe venganza posible para Auschwitz! ¿Te imaginas lo que tendríamos que hacer para poder decir que Auschwitz fue vengado? Antes era luchador; ahora soy «shoólogo»; por eso consigo entender la diferencia».

Varios años más tarde entrevisté en Jerusalén al Profesor Yeshayahu Leibowitz, judío ortodoxo, fiósofo, médico, químico y editor conjunto de los 34 tomos de la Enciclopedia Hebrea. Un hombre muy polémico y controversial, de los más grandes pensadores del siglo XX. Hablando sobre el Holocausto, y siendo él un judío observante, le pregunté provocativamente si sería capaz de colocar una nota de observación en el término «Shoá» de la Enciclopedia y aclarar: ¡Dios no existe! De haber existido no hubiera permitido que esto ocurra.

Es bien sabido del carácter fuerte de Leibowitz. Pero en ese momento perdió totalmente el control; sus ojos se desorbitaron y comenzó a vociferar: «¿Qué tiene que ver la Shoá con Dios?, me encaró. ¡Dios no nos debe nada! Dios está sólo para que llevemos a cabo sus preceptos; cosa que a la humanidad no le vendría nada mal. Cualquier verdadero «shoólogo» le diría que la Shoá es obra exclusiva de la mente humana. Teológicamente, su pregunta no tiene valor alguno; científicamente, es una estupidez».

Confieso que pensé mucho en estos dos eruditos cuando leí el artículo «El veneno de la épica kirchnerista» del escritor Marcos Aguinis, publicado recientemente en el diario argentino «La Nación».

Igual a mí en esos dos reportajes al mejor estilo de «shoólogo» estúpido, Aguinis escribió: “Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación».

Aguinis peca de «shoólogo» estúpido. Si cambiara en su nota los términos «Juventudes Hitlerianas» por «La Barra Brava de Boca», la frase tendría el mismo sentido. Pero a pesar de todo, el «shoólogo» estúpido escribe «Juventudes Hitlerianas» con intención provocativa; apelando a nuestro subsconciente. Si esos grupos actúan como las Juventudes Hitlerianas, quienes los lideran son nazis. Y ustedes ya saben qué hay que hacer con los líderes nazis.

No voy a discutir con Aguinis sobre el kirchnerismo. No tengo suficientes conocimientos para hacerlo. Pero sobre la Shoá y sobre aquéllos que la utilizan para definir o comparar cualquier cosa, como Netanyahu, la dirigencia palestina, árabe o musulmana, el caricaturista Gustavo Sala de Página 12, Aguinis y todos los demás «shoólogos» estúpidos que al parecer se reproducen como conejos, no me faltan argumentos.

Los «shoólogos» estúpidos aún no entienden nada sobre el significado del Holocausto; no conciben que «no existe venganza posible para Auschwitz» y caen en lo peor, lo tranforman en un hecho intrascendente, superficial y fútil. Lo convierten en algo fácil de negar, en un enorme daño para el pueblo judío en particular, para la víctimas en especial y para la historia de la humanidad en general.

Nuestros antepasados de bendita memoria decían que «cuando un estúpido tira una piedra a un pozo de agua, mil sabios no la podrán sacar».

Retráctese Aguinis; estamos en el mes hebreo de Elul, en el cual pedir perdón no sólo es una virtud, sino también un precepto. Retráctese. Seis millones de judíos exterminados y sus respectivas familias no se merecen que usted siga jugando el papel del «shoólogo» estupido.