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Otro año entre luces y sombras

Han sido muchos los intentos de paz sellados en Camp David, Oslo, Madrid y Washington. El mensaje de un pueblo adulto de 5773 años es que no queda más remedio que volverlo a intentar.

El pueblo judío cumple dentro de pocos días 5773 años en un momento que encuentra al Estado de Israel realizando un sueño de siglos. El pensador Isaiah Berlín decía que «Israel es un testimonio vivo del triunfo del idealismo y de la fuerza de la voluntad del ser humano sobre las supuestamente inexorables leyes de la evolución histórica».

Los israelíes tenemos motivos para festejar este año. Vivimos en una sociedad compleja, libre y democrática, rodeada de países cultural y políticamente contrapuestos y en estado de ebullición. Desarrollamos la economía más vigorosa de Oriente Medio y somos un foco mundial de nuevas tecnologías.

Somos casi ocho millones de habitantes, un millón y medio de árabes israelíes incluidos, una colectividad que ni los sionistas militantes reunidos en Basilea en 1897, y ni siquiera David Ben Gurión, habrían soñado jamás.

Hemos rescatado el hebreo modernizándolo y editamos libros que se traducen a los más variados idiomas. Nuestras universidades, centros médicos y de investigación son de los más competentes; nuestra música, cine, teatro y literatura se presentan en los festivales más afamados; nuestra identidad judía se ha consolidado en estos 5773 años de convulsa y complicada historia.

No conozco otro Estado que haya sido amenazado con ser borrado del mapa. Tampoco sé de una nación que después de una espectacular y fulgurante victoria militar en junio de 1967 no haya sabido resolver su conflicto con los vencidos que se quedaron en las tierras conquistadas pero no obtuvieron derechos políticos.

Mantenemos relaciones fraternales con Estados Unidos, sea quien fuere el presidente, y somos respetados por la Unión Europea, China y Rusia que sostienen contactos fluídos con Jerusalén. A lo largo de nuestra nueva existencia como Estado, hemos conseguido la paz con Egipto y Jordania.

A pesar de este panorama, impensable hace siglos, no detecto un gran optimismo. Citando nuevamente a Berlín: «No hay ningún otro país en el que tantas ideas, tantas formas de vida, tantas actitudes, tantos métodos para enfrentarse a las cosas del día, hayan coincidido con tanta violencia».

Nuestro sistema político vive atomizado por partidos distintos y distantes que pactan gobiernos frágiles. Pero el problema de la democracia israelí es que nuestra clase política no ha sido capaz de establecer la paz con los palestinos. No es fácil ni posiblemente asequible ahora. Pero como comentó alguna vez el presidente Shimón Peres: «Dormiré tranquilo por la noche cuando los palestinos empiecen a tener esperanzas». En esta visión debemos caber también la gran mayoría de los israelíes y del pueblo judío en todo el mundo.

En Israel hemos tenido líderes de gran categoría, desde Ben Gurión a Peres pasando por Rabín y Begin. Hemos librado guerras contra todos o alguno de nuestros vecinos; disponemos, según fuentes extranjeras, de centenares de cabezas nucleares y de tecnologías de defensa únicas en el planeta. Pero nuestra fuerza no nos puede curar la falta de sueño que tenemos desde la Guerra de los Seis Días.

En Israel no podemos perdurar como un Estado judío y democrático y seguir controlando todo el territorio desde el Jordán hasta el Mediterráneo; sencillamente por una cuestión demográfica. Entre los palestinos no ha salido un Gandhi o un Mandela; han producido un Arafat y varias organizaciones terroristas que, para desgracia de su pueblo, a veces consiguen realizar atentados terribles.

En Israel necesitamos la paz con los palestinos y éstos no podrán salir de sus hoyos de pobreza si no pactan con nosotros. La continua violencia no puede propiciar la paz y la convivencia. Para obtenerla es preciso que ambos pueblos dominemos la memoria en lugar de convertirnos en sus rehenes.

Dicho de otra manera, la paz en Oriente Medio será posible cuando los judíos dejemos de estar obsesionados por la necesidad de recluirnos en el pasado, y cuando los árabes y musulmanes se hagan a la idea de que pueden vivir pacíficamente con nosotros como vecinos.

Han sido muchos los intentos de paz sellados en Camp David, Oslo, Madrid y Washington. El mensaje de un pueblo de 5773 años es que no queda más remedio que volverlo a intentar.

La alternativa es la violencia, una espiral que sólo genera más violencia.