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Un Estado palestino ahora

Espejismo diplomático y unilateralismo desfavorable para unos; último medio de presión sobre un gobierno israelí intransigente para otros, el debate que se ha abierto supone a la vez una prueba de fuerza en la ONU para el reconocimiento de un Estado palestino dividido.

Sin embargo, sin prejuzgar de la pertinencia de las posturas de unos y otros y del contenido de los debates de esta semana en la ONU, parece que nunca ha sido tan vital para Israel abrir muy grandes los brazos a la creación de un Estado palestino.

Vital en primer lugar porque las primaveras árabes, aunque frágiles, modificaron los equilibrios de la región heredados de la descolonización. Una vieja élite autoritaria tiende a ceder el lugar a una nueva generación deseosa de libertad e igualdad de oportunidades.

Esta emergencia constituye, por un lado, para la democracia que es Israel una oportunidad histórica de abrir nuevas relaciones con vecinos cuyos próximos dirigentes deberán estar dotados de una cultura política más cercana a la suya y que ya no saldrán de las generaciones modeladas por los conflictos que ocurrieron después de 1948, cuando se fundó el Estado.

El reconocimiento de un Estado palestino por Israel, que deberá ser conseguido por negociaciones entre las partes a fin de delimitar las fronteras, determinar el estatud de Jerusalén, solucionar el problema de los refugiados y garantizar la seguridad de ambas partes, abrirá la vía a la paz y al reconocimiento de Israel por parte de los países árabes y musulmanes.

Vital en segundo lugar porque la posibilidad de establecer un Estado palestino viable nunca ha sido tan tangible. Apoyada por la Unión Europea, que dio por unanimidad su firme apoyo a la creación de un Estado palestino, la estrategia de construcción de las instituciones de un país moderno, lanzada en los últimos años por la Autoridad Palestina, registra un éxito nada despreciable.

El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional consideran que la AP dispone de instituciones dignas de un Estado completo, mientras que los diplomáticos occidentales constatan que existe más Estado en Palestina - en sus funciones de regulación, gobierno, presupuesto, seguridad - que en muchos otros ya constituidos en el mundo.

Por otro lado, ¿cómo no hacer un paralelo entre la Autoridad Palestina de hoy y la comunidad judía de Palestina anterior a la creación del Estado de Israel, que ya dispone de sus órganos de gobierno y sólo espera un reconocimiento internacional para existir? El mundo judío no puede más que acoger una aspiración tan parecida a la que prevaleció a la creación del Estado hebreo.

Pero la ausencia de perspectiva política debilita el trabajo efectuado por la AP y corre el riesgo de negarlo a sí mismo a medida que la desesperanza vuelve a imponerse entre la población palestina. Y esta exasperación podría a su vez ir en aumento cuando las primaveras árabes vean, a la inversa, sus conquistas consolidadas.

Vital, por último, en momentos en que Israel conoce un movimiento social sin precedente en su historia, que cuestiona los equilibrios económicos y sociales establecidos desde hace mucho en un país donde los gastos de defensa representan 6% del producto interno bruto. No hay duda de que una paz con los palestinos constituiría uno de los motores del crecimiento del futuro y de un modelo social más eficiente.

En todo esto, la necesidad de crear un Estado palestino nunca fue tan imperiosa; su creación no es solamente vital para la perennidad del Estado de Israel, sino también se corresponde con sus principios fundadores.