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Cuando se nos acabó el cielo

Estamos destinados a recordar el sitio donde nos enteramos del 11-S. Muchos pensábamos que la televisión transmitía el anuncio de una película, otra superproducción de Hollywood de desastres. Costó trabajo entender que la realidad se había convertido en un efecto especial.

El horror llegó hace diez años en un día hermoso de impecable color azul que sirvió de trasfondo a la tragedia. El clima aumentó la sensación de desconcierto. La amenaza estalló en un horizonte despejado, tranquilizador. A las 8 de la mañana de aquel día alzar la vista era una celebración. ¿Cómo prever algo dañino ante un cielo que parecía pintado por Miguel Ángel?

El paisaje mismo fue una metáfora de nuestra incapacidad de anticipar los hechos.

Los sobrevivientes del impacto inicial a las Torres Gemelas subieron a los techos y supieron que la estructura no resistiría. El suicidio por el cual optaron fue un gesto de resistencia. Hubo hombres y mujeres que prefirieron lanzarse al vacío en un último acto de libertad.

La tragedia alcanzó una notoriedad especial. La barbarie de los atentados acabó con la idea que teníamos del cielo.

Al Qaeda puso en práctica el ideal despótico de transformar la guerra en espectáculo. El primer avión se incrustó en la mole de cristal como una hecatombe; el segundo, fue un acto de calculada dramaturgia. El terror como instrumento de comunicación captado en tiempo real, llegó con la veracidad acrecentada del cine.

Los aviones, vehículos unificadores de la modernidad, se convirtieron en armas. Esto no significó el fin de la globalización, pero transformó nuestro cielo en campo de paranoia. A partir de entonces nada fue igual.

El horror propagado por el terrorismo islámico dependió de la resonancia mediática. Las imágenes no registraron cadáveres; se parecieron minuciosamente al derroche escénico de la cinematografía. Esa condición un tanto abstracta, de tecnología aplastada e impersonal, permitió contemplar las secuencias una y mil veces. No había sangre, testimonio de la pérdida humana; sólo escombros.

Comenzaba una guerra especial sin frente ni retaguardia. Al día siguiente, el cielo amanecería como una amenaza que aún sigue latente.

Una de las condiciones esenciales del terrorismo es que no requiere ganar una contienda para cumplir sus objetivos. El solo hecho de persistir es un triunfo.

Los ataques de Al Qaeda, Hamás, Hezbolá, la Yihad Islámica y sus patrocinadores, revelan que no podemos estar tranquilos mientras ellos mantengan células dormidas.