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Error israelí, irresponsabilidad palestina

Es grave que los palestinos no asimilen que el pueblo judío se encuentra en su tierra milenaria a la que le unen vínculos históricos desde antes del nacimiento del islam. No menos grave es que intenten convertir sitios identificados con la fe judía en parte del "legado palestino".

En la pasada sesión semanal del gabinete israelí, que se llevó a cabo en Tel Jai, en la Galilea, al cumplirse 90 años de la batalla histórica en el lugar - uno de los símbolos de la lucha por la soberanía judía en la tierra de Israel -, el primer ministro Binyamín Netanyahu declaró: "Nuestra existencia aquí, en nuestro país, no depende únicamente de la fortaleza de las Fuerzas de Defensa de Israel y de nuestro poderío económico y tecnológico. Ella está fundamentada, ante todo, en nuestro legado nacional y emocional, el que transmitimos a nuestros jóvenes y a las generaciones venideras. Depende de héroes culturales y símbolos nacionales".

Hasta aquí, todo bien.

El problema comenzó cuando Netanyahu anunció, posteriormente, que a la lista de sitios considerados "patrimonio nacional", se agregarán dos santuarios importantes para los judíos: la Tumba (o Cueva) de los Patriarcas en Hebrón (en hebreo: Mearat Hamajpelá) y la Tumba de Raquel (Kever Rajel) en las inmediaciones de Belén.

Según la tradición judía, en la Tumba de los Patriarcas están sepultados los restos de Abraham y Sara, Itzjak y Rivka, Yaakov y Lea, mientras que Rajel, segunda esposa de Yaakov, fue enterrada en la tumba que lleva su nombre. Estos sitios son conocidos como tales desde hace más de 3.000 años.

La intención no es cambiar su estatuto ni nada similar, sino destinar más de cien millones de dólares (no sólo a esos dos santuarios, sino a todos los sitios de la lista) para preservación y mantenimiento.

El anuncio de Netanyahu recordó lo sucedido en 1981, cuando la Knéset, el Parlamento israelí, promulgó la "Ley de Jerusalén" en la que se proclamó que toda la ciudad, occidental y oriental, era su capital eterna e indivisible. Esa, claro, era la situación ya antes. Lo único que logró dicha declaración, que tampoco decía nada nuevo, fue que aquellas embajadas que estaban en la parte occidental de Jerusalén, abandonaran la ciudad. Únicamente Costa Rica y El Salvador permanecieron en ella.

Además, dada la importancia de los santuarios mencionados, ellos deberían haberse incluído de antemano en la lista de patrimonio nacional, ya que se trata de un procedimiento que justificará presupuestos especiales para el cuidado de todos los sitios elegidos. Agregarlos al final, por separado, sabiendo abiertamente que ello se debió a presiones del partido ultraortodoxo SHAS sobre el premier Netanyahu, no podía menos que dejar al jefe de gobierno como quien cede ante exigencias de otros, en este caso, de un partido de posturas ultraconservadoras en temas de religión.

Dicho ésto, volvamos al título: el error de Netanyahu, no justifica la irresponsabilidad por parte de los palestinos en su reacción ante ese tema. Y no se trata sólo de Hamás, sino del propio presidente de la Autoridad Nacional Palestina, el interlocutor buscado, el presentado como un ejemplo de moderación, Mahmud Abbás.

Los palestinos usaron el tema, como en ocasiones similares anteriores, para agitar el "demonio" de la guerra religiosa, uno de los grandes flagelos de la humanidad y por cierto también de Oriente Medio.

Abbás (Abu Mazen) acusó a Israel de actuar de una manera peligrosa "que puede conducir a una guerra religiosa" y dijo que Israel pretende "robar el legado palestino". Desde Gaza, el jefe de Hamás, Ismail Haniyeh, llamó a los palestinos a lanzar una nueva Intifada "para defender los santuarios del islam".

El hecho de que los musulmanes llamen a la Tumba de los Patriarcas "Mezquita Ibrahimie" y a la Tumba de Raquel "Mezquita Bilal Ibn Rabah" no significa que Israel "ataque" santuarios del islam.

Entre política y religión

Lo que es indudable, y estaba claro de antemano que despertaría polémica, es la ubicación de ambos santuarios: el territorio disputado de Cisjordania (Judea y Samaria en términos bíblicos judíos), reivindicado por los palestinos como parte de la tierra en la que aspiran crear su estado independiente, está ocupado militarmente por Israel.

Sin embargo, la polémica política parece estar siendo aprovechada aquí para azuzar tensiones religiosas.

Según expertos en el tema de los Lugares Santos, mientras la Cueva de los Patriarcas es tan sagrada para el judaísmo como para el islam - ya que ambos veneran la figura de Abraham -, la Tumba de Raquel es reconocida sólo como santuario judío, a pesar que los musulmanes la consideran ahora como una "mezquita".

"La Tumba de Raquel nunca fue un sitio sagrado para los musulmanes. El imperio otomano lo reconoció oficialmente con un edicto escrito, "firmán", señalándolo como sitio sagrado de oración sólo para los judíos", declaró el Dr. Shmuel Berkowitz de la Universidad de Tel Aviv, experto en el tema de los Lugares Santos sobre el que ha escrito varios libros.

No siempre se pudo rezar

Ambos santuarios están vinculados a la práctica religiosa y tradición judías mucho antes del nacimiento del islam como religión en el siglo VII.

Noam Arnón, portavoz de la comunidad judía de Hebrón, declaró que "los judíos oraban en la Tumba de los Patriarcas cuando el islam aún no existía", agregando que "varios siglos después, la conquista islámica convirtió parte del lugar en una mezquita y luego prohibió a los judíos orar allí".

Durante siglos, los judíos podían rezar únicamente en el séptimo escalón de la explanada en las afueras del santuario que conduce al mismo. Recién en 1967, cuando Israel conquistó Cisjordania en la Guerra de los Seis Días, pudieron volver a entrar en él. El lugar es considerado el segundo más sagrado para el judaísmo, después del Monte del Templo de Jerusalén y su único remanente, el Muro de los Lamentos.

La conquista israelí de la zona en la que se halla este sitio sagrado hizo posible el regreso de los judíos a orar en el lugar, pero no sacó de allí a los musulmanes. El lugar está dividido en un sector para la oración judía (que es el de menor tamaño) y uno más amplio para los musulmanes. Desde la Matanza de la Cueva, el 25 de febrero de 1994 - cuando Baruj Goldstein, un colono del asentamiento de Kiryat Arbá, abrió fuego hacia musulmanes que rezaban en el lugar, matando a 29 e hiriendo a cien más -, el santuario está dividido en dos partes totalmente separadas sin conexión alguna entre ambas. Cada quien tiene sus horarios y lugares de rezo. En días de fiesta musulmana, el santuario está abierto únicamente para los musulmanes, mientras que durante fiestas religiosas judías, está abierto exclusivamente para los judíos.

El peligro de la incitación 

El problema es que la introducción del elemento religioso en la escena de la polémica, cuando de fondo hay un conflicto tan cruento y complejo, puede resultar especialmente peligroso.

Con la excusa de la "profanación" de las mezquitas por parte del entonces jefe de la oposición israelí Ariel Sharón, los palestinos se lanzaron a la segunda Intifada, aunque Sharón no entró en ellas y subió a la explanada en coordinación con el propio Waqf islámico que las controla.

El tema religioso es especialmente claro en el caso de Hamás, la organización integrista palestina que gobierna la Franja de Gaza, en cuya Carta constitutiva se llama a la destrucción de Israel y se hace referencia explícita a un choque entre el islam y los judíos. Estos últimos son presentados en dicho documento en términos claramente hostiles, llamándose de hecho a matarlos. Fue al grito de "Allahu Akbar" (en árabe: Dios es grande), que radicales armados perpetraron durante el correr de los años distintos atentados contra blancos israelíes.

La reacción palestina es irresponsable al decir que Israel trata de judaizar santuarios islámicos. Es grave que los palestinos realmente no asimilen que el pueblo judío se encuentra en su tierra milenaria a la que le unen vínculos históricos profundos desde antes del nacimiento del islam.

No menos grave es que quienes son concientes de este vínculo intenten minimizarlo, o quitarle todo valor, convirtiendo sitios que no pueden menos que ser identificados desde siempre con la fe judía en parte del "legado palestino".