Si todavía existía en algún momento una alternativa para alcanzar una solución de dos estados a través de la mediación norteamericana. El resultado final del viaje de Netanyahu a Estados Unidos, su encuentro con Obama y su discurso en el Congreso, acabó con esta opción.
La tribuna de prensa del Congreso de EE.UU se encuentra por encima del podio. No se puede ver desde allí la cara del orador, sólo su cabeza. Sin embargo, los rostros de los oyentes, es decir, de los miembros, pueden percibirse con toda claridad. Su entusiasmo ante el discurso de Netanyahu fue auténtico y avasallador.
Como israelí me sentí orgulloso. Los aplausos eran para mi primer ministro, para mi país. Estaba feliz de saber que los representantes electos de la mayor potencia mundial se identificaban a tal punto con el Estado de Israel. Netanyahu ganó: derrotó a Obama en la confrontación sobre las fronteras de 1967; venció a los agoreros del fin del mundo, quienes advertían sobre un enfrentamiento con el gobierno norteamericano; incluso superó sus propias estimaciones en vísperas de la visita.
Fue una tremenda gran victoria, una victoria histórica, un golpe de gracia en las encuestas.
Y fue entonces que me acordé de los buenos viejos tiempos de Golda Meir. Cuando ella fue primer ministro Tzáhal controlaba un territorio cuatro veces mayor que el Estado de Israel. La vida era buena, ciertamente. Cientos de miles de trabajadores palestinos cruzaban a diario la Línea Verde, tomaban cualquier trabajo, limpiaban nuestras escaleras o lavaban platos en los restaurantes. Eran casi transparentes, invisibles.
Los colonos se establecieron. Los generales de Tzáhal se prodigaban con gran admiración. Sus nombres figuraban en la sección de chismes de todos los periódicos. El Ministro de Defensa, Moshe Dayán, declaró que Sharm el-Sheikh era más importante que la paz y la mayoría estaba de acuerdo con él. Golda Meir rechazaba con desprecio cualquier iniciativa diplomática.
Los norteamericanos la amaban. Les encantaba aquel capítulo estadounidense de su juventud, su inglés, su retórica, el orgullo judío. Era tan popular que Andy Warhol decidió pintar su retrato junto al de Marilyn Monroe.
Hasta que estalló la Guerra de Yom Kipur.
Golda perdió la oportunidad de evitar la guerra a causa de su exagerada arrogancia, la arrogancia del vencedor. Ese no fue el pecado de Netanyahu en Washington. La paz no lo estaba esperando allí. Se necesita de ambos lados para llegar a un acuerdo, y una sobria evaluación de ambas partes muestra a las claras que Abbás, al igual que Netanyahu, no está dispuesto a pagar por ahora el precio necesario.
Sin embargo, había una alternativa para alcanzar una solución de dos estados en algún momento a través de la mediación norteamericana. El resultado final del viaje de Netanyahu a Washington acabó con esta opción.
El desaparecido Daniel Patrick Moynihan, embajador de Estados Unidos ante la ONU y senador de Nueva York, desempeñó funciones en la Casa Blanca a principios de su carrera. Escribió un examen detallado y muy pesimista sobre la situación de los afroamericanos en los barrios pobres, resumiendo sus conclusiones en una recomendación hecha al presidente para dejar la situación tal como estaba. Llamó a su propuesta política "negligencia benigna".
Es lo mismo que le recomiendan a Obama en esta ocasión una serie expertos de renombre: Dejar a los israelíes y a los palestinos. Haga lo que haga, será incapaz de lograr llevarlos a un acuerdo y terminará dañado políticamente. Por todos los medios disponibles, hay que dejarlos enfrentar el mismo destino hasta el fin.
En la práctica, Obama ya ha comenzado a obrar de este modo: no se desespera por nombrar a un nuevo enviado para Oriente Medio; no está evaluando enviar a su Secretaria de Estado a la región, y además le permite al nuevo régimen de Egipto sumarse a la causa de Hamás. ¿Porqué debería enredarse con una situación tan complicada?
La actividad se está desplazando imperceptiblemente desde los despachos de los políticos hacia la calle. No sé lo que puede llegar a ocurrir en los próximos meses. No soy profeta. Sin embargo, no se necesita tener poderes especiales para darse cuenta de que no habrá de producirse ningún vacío.
En el lado israelí, los colonos y el ala derecha de la coalición serán quienes lo llenen el vacío generado: Netanyahu contuvo con éxito el poder del "policía" estadounidense.
En el lado palestino, el espacio habrá de llenarse por medio de una campaña que tendrá como principal objetivo privar de toda legalidad la existencia misma de Israel. Se llevará a cabo en instituciones internacionales, en gobiernos y en universidades de todo el mundo, y también sobre nuestras vallas fronterizas. Será ésta una campaña espantosa y cruel.
En vísperas de la Guerra de Yom Kipur, Golda Meir había retornado al país luego de una visita en el extranjero. Entonces se ocupó cuidadosamente de sermonear al primer ministro de Austria, el judío Bruno Kreisky, quejándose de que no hubiera sido capaz de ofrecerle siquiera un vaso de agua. El público israelí la apoyó totalmente.
Entonces estalló la guerra.
Fuente: Yediot Aharonot - 3.6.11
Traducción: www.argentina.co.il