Bibi se encuentra en una encrucijada de la que surgen tres direcciones: un cese de fuego, el mantenimiento de la operación «Margen Protector» en los mismos o parecidos parámetros que hasta ahora, o una ampliación de la invasión de Gaza. A su vez, cada una de estas tres posibilidades cuenta con varias ramificaciones.
Anoche (lunes), a la hora de mayor audiencia, Bibi se dirigió al país. Los israelíes esperabamos que aclarara qué camino iba a tomar. Sin embargo, no lo hizo y se contentó con repetir las cuatro generalidades que ya dijo en sus anteriores comparecencias.
Numerosas consideraciones deben circular por su cerebro. Si opta por una ampliación de la invasión, seguramente recibirá alguna que otra condena internacional, aunque Israel mostró con consistencia a través de muchas décadas de que esas consideraciones no le preocupan demasiado, y que al final, pase lo que pase, haga lo que haga, cuenta con el respaldo incondicional de Estados Unidos.
Si acepta el cese de fuego, su reputación sufrirá un serio revés aquí en Israel. Los sondeos muestran cada vez con mayor claridad que los israelíes judíos quieren que siga adelante, que «aplaste» a Hamás, que obligue a esos terroristas a desaparecer.
El peligro de esa opción es que puede verse atrapado en una telaraña de la que será muy difícil liberarse. Bibi no quiere llegar a ese punto pero tal vez no lo pueda evitar. La dinámica de esta guerra que él no quizo y a la que fue arrastrado, puede convertirse en su tumba política si no la resuelve relativamente rápido y de manera satisfactoria. Y cada día que pasa le será más complicado liberarse de la telaraña.
Las potentes bombas que anoche estallaron en el centro de Gaza, y los no menos intensos bombardeos de la artillería, la marina y la aviación en otros muchos lugares de la franja, representan la volatilidad del conflicto. Una volatilidad que no sólo Bibi no evaluó correctamente, sino tampoco lo hicieron la mayoría de los primeros ministros del Likud que le precedieron - Begin, Shamir y Sharon en su primer mandato - y que impulsaron los asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza, haciendo de ellos su prioridad más importante cuando estuvieron en el poder.
El aspecto humanitario del conflicto no puede ignorarse. A los más de los 1.100 palestinos que murieron desde su inicio, la mayoría civiles, se deben sumar los miles de heridos y los cientos de miles de desplazados. Ayer mismo el Ejército hebreo volvió a ordenar el abandono de cientos de miles de personas de cinco localidades de Gaza, con las connotaciones que la palabra «abandono» tiene en la conciencia colectiva de los palestinos desde 1948.
Es una incógnita cuánto tiempo podrá Hamás mantener el pulso con uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Todo dependerá de la opción que elija Bibi, aunque si ordena a Tzáhal a conquistar Gaza, una posibilidad por ahora remota, las tropas sin duda se encontrarán con más de una sorpresa desagradable, bastante más que las que tuvieron hasta ahora.
Ninguna de las dos partes parece dispuesta a ceder. Hamás afirmó que el levantamiento del bloqueo es imprescindible para llegar a un armisticio, mientras que Bibi insiste, cada vez con más fuerza, en que una tregua debe estar condicionada al desarme de la organización terrorista.
Pero como no vayan los soldados de Tzáhal a quitarles las armas a los miembros de Hamás, uno por uno, es difícil que Bibi consiga esa demanda.
Y en Israel, sus rivales políticos, especialmente los que integran su Gobierno, ya lo esperan para exigirle cuentas, así como hicieron en su momento con Begin, con la lista de los soldados muertos.