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Obama fracasó en Oriente Medio

Barack ObamaAl poco tiempo de entrar en la Casa Blanca en 2009, Barack Obama pronunció en El Cairo una larga alocución que abría las puertas a un entendimiento entre Occidente y el mundo árabe e islámico.

Fue un discurso hermoso que tocó casi todos los puntos calientes, que suscitó entusiasmo en Occidente y que se observó con cautela en Oriente Medio.

¿Qué ha ocurrido desde entonces para que ahora estemos en una situación peor? Obama seguramente pecó de lo mismo que su antecesor, George W. Bush. Su discurso de El Cairo fue un claro exponente de las mismas políticas idealistas que Bush llevó antes a la región con el asesoramiento de un grupo de neoconservadores iluminados y familiarizados con Israel y sus intereses pero sin la menor idea real y próxima de lo que es el mundo árabe y cómo funciona.

La doctrina de Obama en Oriente Medio fracasó; colapsó definitivamente. El resultado de esta política es que los dictadores clásicos de la región cayeron pero en su lugar no están surgiendo democracias sino regímenes islamistas cuyos intereses son contradictorios con los de Occidente.

Pero el mayor fracaso le viene a Obama de arrojar la toalla en el conflicto árabe-israelí.

La idea de que si cae una dictadura saldrá una democracia no es cierta y por eso Obama falló. Se puede ver en Irán, donde pasaron más de 30 años desde la revolución, pero también en Irak o Afganistán. En todos estos lugares la caída de los dictadores no dio paso a la democracia sino a una irrupción islamista.

El fondo del problema en Estados Unidos sigue siendo el mismo que el que había en la época de George Bush padre, que con muy buena voluntad convocó la Conferencia de Madrid en 1991, o sea, un conflicto entre una visión pragmática de la región y una visión idealista.

Desgraciadamente, aunque Bush padre era pragmático, se rodeó de idealistas y desde entonces en los corredores de Washington predomina esa visión.

En Estados Unidos no entienden que la quema de embajadas americanas se haya convertido en un deporte desde Túnez hasta Indonesia, y todo por una película de dudosa calidad realizada en California por un islamófobo declarado, un oscuro cristiano copto que mantiene vínculos con presuntos evangélicos.

Pero el mayor fracaso le viene a Obama de arrojar la toalla en el conflicto palestino-israelí. El presidente americano sabía que ese era el principal escollo en su camino; así lo dijo en El Cairo y así lo anticipó a las pocas semanas de entrar en la Casa Blanca nombrando al senador George Mitchell como enviado especial para ocuparse del tema.

Mitchell desempeñó el cargo durante dos años. Se dedicó a él con todas sus fuerzas pero renunció al ver que no podía avanzar de ninguna manera debido a la posición permanente de ambas partes.

El presidente Obama no quiso, o no pudo, o las dos cosas, forzar a Israel a retirarse de los territorios y a la Autoridad Palestina de no llevar a cabo acciones unilaterales. Este fue el primer revés que recibió.

El segundo fue precisamente lo que en su momento se llamó, de una manera grandilocuente, la «Primaveras Árabe», un experimento al que Obama se apuntó sin dudarlo un instante, y que ya huele a quemado en sus embajadas. Las actuales protestas contra Estados Unidos son otro indicio de que las cosas no marchan por buen camino.

La situación del Irak invadido en 2003 es ahora mucho peor que entonces. Querer exportar democracia a Oriente Medio al coste que sea, como se hizo y se está haciendo, puede entrañar un sinfín de problemas. Obama lo debía haber previsto puesto que tenía ante si el gran ejemplo de Irak que su predecesor le había dejado entre mano. Desde el primer día de su «independencia», Irak fue una democracia fallida. Y para cerrar el círculo, entre manos tenemos el teatro sirio, donde el peso de la rebelión está cada vez más vinculado a islamistas de todas las tendencias.

Obama admitió implícitamente parte de su culpa cuando dijo que Egipto no es «aliado ni enemigo» de Estados Unidos. Y lo afirmó mientras grupos de islamistas asediaban su embajada americana a cuenta de una película que llamaba a Mahoma pederasta entre otras lindezas.

Es de notar que las dos elecciones que se celebraron en Egipto las ganaron los islamistas y que el presidente Mohamed Mursi está vinculado a los Hermanos Musulmanes. Mursi es un presidente democrático que curiosamente no es aliado de Estados Unidos.

Obama querría que Mursi y los demás líderes árabes elegidos democráticamente se comportaran como liberales occidentales, pero da la casualidad de que ni son liberales ni son occidentales, y que fueron elegidos en muchos casos por defender programas islamistas.

El idealismo de Obama no guarda mucha relación con la realidad cotidiana del mundo árabe.

Además, aunque es cierto que los islamistas más radicales no constituyen una mayoría en muchos países de la región, no es menos cierto que son quienes a menudo llevan la voz cantante, los más ruidosos y los más activos. Y estos días se ve con claridad que Mursi debe tenerlos por lo menos tan en cuenta como tiene en cuenta a Obama.

Los americanos piensan que una democracia consiste en un país que celebra elecciones, pero esto no es así. Para que haya democracia son necesarias un conjunto de libertades, como la de prensa o la de pensamiento, que no se dan en Egipto ni en Libía, donde después de la intervención de la OTAN, todo el mundo tiene armas.

Tampoco es lo que ocurre en Turquía. En Occidente se pone a Ánkara como ejemplo de democracia, de una convivencia entre islamistas y laicos, pero éste no es el caso. Turquía va camino de convertirse en una dictadura. Es un país donde hay más periodistas en la cárcel que en China.

En caso de ser reelecto, Obama deberá recapacitar y asesorarse mejor.

Irán ya está pisándole los talones.

* El profesor Eitán Gilboa es experto en Estados Unidos del Centro Begin-Sadat de la Universidad de Tel Aviv

Traducción: www.israelenlinea.com