Hace pocos días se cumplieron 17 años del asesinato del primer ministro de Israel Itzjak Rabín. No fue una fecha redonda, uno de esos aniversarios simbólicos del que todos hablan por la cantidad de años transcurridos; pero para la sociedad israelí, más allá de los actos oficiales de recuerdo, la fecha debe ser una de las más sagradas del calendario nacional.
Este año, tal como recordó en uno de los actos en memoria de Rabín el primer ministro Binyamín Netanyahu, se enrolan a su servicio militar obligatorio, por primera vez, jóvenes israelíes que no habían nacido cuando Rabín fue asesinado por un terrorista judío, Yigal Amir. El sueño de Rabín de lograr la paz sin descuidar la seguridad, no se ha cumplido, y jóvenes israelíes continúan dedicando, por ley - y en general también por convicción - por lo menos dos o tres años de sus vidas; mujeres y varones respectivamente, para cuidar al país.
Esos jóvenes que no conocieron directamente un Israel con Rabín al frente, oyen sobre él desde hace años en la discusión pública siempre aguda en el Estado hebreo, en las ceremonias de recuerdo que todos habrán pasado en sus escuelas y liceos, en programas de televisión.
Y la esperanza es que justamente cuando comienzan a cumplir con su deber nacional de servicio militar obligatorio, se les haya logrado transmitir el significado del magnicidio.
Claro está que debe recordarse que se asesinó a Rabín porque se quiso asesinar al proceso de paz. El asesino y todos aquellos que de hecho estaban detrás suyo aunque no empuñaron el revólver aquella terrible noche del 4 de noviembre, todos aquellos que incitaron, azuzaron y lo acusaron de traidor, no tenían la altura necesaria para discutir con él en las urnas y optaron por llamar a su muerte, lo cual el terrorista Yigal Amir concretó y de lo cual jamás se arrepintió.
Lo mataron para frenar el proceso de Oslo. No tiene sentido especular ahora qué habría sucedido si él hubiese seguido al frente, si quizás con él se hubiese logrado lidiar mejor con todas las crisis con los palestinos, si quizás con él no habría habido una segunda Intifada y a pesar de todos los problemas, se habría llegado a la paz. Es difícil saberlo.
Lo claro es que ganaron los enemigos de la paz, quienes ilegítimamente desafiaron las decisiones de Rabín, un primer ministro electo en forma democrática.
Y esto es lo principal. Todo aquel que concordaba con Rabín, llora legítimamente por la interrupción entonces del proceso de paz a raíz del asesinato. Pero hay un mensaje que va más allá de ello y que debe estar clarísimo también para los israelíes de derecha, para quienes legítimamente discrepaban con la política de Rabín, pero como demócratas, no podían aceptar el asesinato como forma de discusión.
Este año, por primera vez, en la concentración ya tradicional en la Plaza Rabín, hablaron portavoces claramente identificados con la derecha desde el punto de vista de sus posturas políticas, pero no del campo del asesino, sino del lado de la democracia israelí: el rabino de un asentamiento y la figura central del movimiento juvenil del sionismo religioso Bnei Akiva.
Ambos exhortaron a garantizar todos juntos, todos los israelíes, el futuro del país, a discutir sí cuando no están de acuerdo - lo cual sin duda seguirá ocurriendo - pero siendo siempre conscientes de que los límites los determina el marco democrático del Estado de Israel.
Eso debe incluir, en el Israel de hoy, combatir a los extremistas vengan de donde vengan. Y un gobierno conservador como el actual, un primer ministro del lado derecho del espectro político israelí, tiene que ser especialmente cuidadoso al respecto. Debe tener las antenas siempre en acción y los ojos bien abiertos, para distinguir entre las multitudes a quienes alegan proteger los intereses de Israel pero de hecho lo condenan a tragedias.
Y justamente ahora que se acercan las elecciones nacionales en Israel, hay que tener cuidado y actuar con responsabilidad.
Hay que comprometerse a frenar a los fanáticos cuando atacan, sean sus blancos palestinos, soldados israelíes o eventualmente políticos con los que no están de acuerdo.
Hay que tener presente aquella fatídica noche del 4 de noviembre para proteger con firmeza a la democracia israelí. Pero recordando que el problema no fue sólo el gatillo apretado sino todo el camino recorrido por la intolerancia hasta que se llegó a ello.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay