Estimados,
Las victorias convincentes de los islamistas en Túnez y Marruecos no hicieron más que presagiar que se repetirá el resultado con el Partido Libertad y Justicia, brazo político de los Hermanos Musulmanes, en el largo proceso electoral iniciado en Egipto.
La gran paradoja es que Occidente aceptó las aberraciones de los estados antropomórficos - organizados a la medida de los dictadores - con el pretexto de que cumplían la función de muros defensivos del terrorismo fundamentalista y las múltiples formas de islamismo. Pero lo que sucedió fue que las dictaduras alimentaron las filas de dicho islamismo con una parte muy significativa de las víctimas de los regímenes liquidados por la presión popular.
Donde el Estado fue incapaz de cumplir una función asistencial mínima, estuvieron los islamistas para cubrir el hueco, algo que fueron incapaces de hacer los partidos laicos en la clandestinidad o que optaron por el posibilismo y se amoldaron a la tutela de palacio sobre todo el sistema.
La caída de Hosni Mubarak abrió la veda para la formación de nuevos partidos políticos. Desde entonces se formaron medio centenar que abarcaban todo tipo de tendencias, desde islamistas radicales a comunistas.
El grupo que contaba a priori con mayor posibilidad de hacerse con la Presidencia era la Alianza Democrática, cuya punta de lanza es el islamista Partido Libertad y Justicia, el de los Hermanos Musulmanes, que ya había triunfado en las elecciones parlamentarias y que finalmente colocó a Mohamed Mursi al frente del Ejecutivo.
En su coalición, la Hermandad contó también con el partido liberal no confesional El Ghad, que lidera Ayman Nur, un abogado que se atrevió a retar a Mubarak en las elecciones presidenciales de 2005, lo que le costó después cinco años de cárcel.
Otros socios en los comicios presidenciales fueron la Alianza Islamista de la que forman parte, entre otros, el partido El Nur, que abandonó a los Hermanos Musulmanes, y la facción Construcción y Desarrollo, conocida como el partido de la Gamaa Islamiya, el grupo terrorista que llevó a cabo numerosos atentados en los años '90. La Gamaa Islamiya renunció posteriormente a la violencia y algunos de sus miembros salieron de la cárcel tras el triunfo de la revolución, después de haber cumplido condenas en prisión.
Al parecer, es el modelo turco el que se ha convertido en la referencia inmediata de Mursi, quien se declara dispuesto a aceptar las reglas del juego democrático y la neutralidad confesional del Estado, aunque luego invoque la Sharía (la ley islámica) y defienda códigos de familia manifiestamente desventajosos para diferentes sectores de la sociedad egipcia.
Este nuevo tipo de islamismo está aún lejos de la prédica de aquellos que siguieron las enseñanzas de Hassan al-Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes en 1928, y de los promotores del asesinato del presidente Anwar Sadat en 1981.
Para el Ejército egipcio, columna vertebral del Estado desde 1953, la victoria de Mursi no es una buena noticia. En primer lugar, porque constituyen una fuerza política organizada en todo el territorio con una enorme capacidad de movilización. También porque era la única alternativa política al antiguo régimen en condiciones de ejercer autoridad y disciplina civil de inmediato.
La realidad que encuentra Mursi en Egipto es sumamente complicada. Quienes iniciaron las manifestaciones en Tahrir reclamando democracia, transparencia gubernamental, reformas sociales y, principalmente, empleo, no anhelaban exactamente este resultado.
Pero el proceso revolucionario egipcio está lejos de concluir. Las prioridades de Mursi y los islamistas en un país sumido en la pobreza no son exactamente Israel ni el conflicto con los palestinos. Lo sucedido en Egipto es sin duda histórico, pero los guardianes de Tahrir permanecen atentos vigilando que sus aspiraciones sociales y económicas se cumplan de una vez por todas.
De no ser así, Mursi y los Hermanos Musulmanes ya conocen la historia de Mubarak y de lo que es capaz de hacer un pueblo cuando se siente oprimido y humillado.
¡Buena Semana!