Daba la impresión que Siria se salvaría de los airados cuestionamientos a los respectivos regímenes imperantes en los países árabes y de las demandas de cambios trascendentes que acaben con gobiernos altamente represivos y eternizados en el poder.
Varios analistas sostenían hasta hace muy poco que el país comandado por Bashar Assad tenía características que hacían menos probable una insurrección popular.
Se decía que por un lado, el control por parte de los servicios de seguridad era total e implacable, y por otro, se calculaba que en la medida en que Assad estaba distanciado de Occidente, era aliado de Irán y mantenía vigente el estado de guerra permanente contra Israel, era capaz de dotar a su pueblo de un sentimiento de orgullo por no haberse doblegado a "los designios imperialistas". Ello, al parecer, lo protegía de la ira popular que en las naciones vecinas generó la relación de los regímenes con distintos poderes de Occidente. Sin embargo, los sangrientos hechos de esta semana muestran que tales cualidades no alcanzaron para detener el ansia de libertad de los ciudadanos.
Pero acontece que justamente en Siria están todos los ingredientes promotores de una sed de cambio. Además de la falta de libertades, las continuas violaciones a los derechos humanos y la brutalidad policiaca, los indicadores socioeconómicos son desesperantes: un tercio de la población vive con dos dólares al día; hay un desempleo enorme, principalmente entre los jóvenes; la mayor parte de la economía está concentrada en diversas ramas de la familia Assad y existe una rivalidad de carácter étnico-religioso bajo un gobierno monopolizado por la reducida secta alawita.
Cabe recordar que la terrible represión que actualmente ejerce el gobierno de Assad hijo sobre los miles de manifestantes tiene antecedentes alarmantes. En 1982 las fuerzas de Assad padre aplastaron un alzamiento de los Hermanos Musulmanes asesinando a 20 mil personas. Sólo que en aquella época aun no existían Facebook, Twitter y las comunicaciones satelitales propias de la alta tecnología y la globalización.
Lo interesante es ver como reaccionan la ONU, la OTAN y las grandes potencias. Su proceder hasta ahora indica que lo que era válido para Gaddafi no lo es para Assad junior. Libia está llena petróleo; a Siria apenas le alcanza para sobrevivir. Iniciar contra Assad una acción similar a la de Gaddafi, con Irán, Hezbolá y Al Qaeda a la expectativa, podría llevar a que el volcán de Oriente Medio entre en erupción permanente.
¿Entonces en qué quedamos? ¿Petróleo o crímenes de lesa humanidad?