Al menos siete personas, varias de ellas extranjeras (posiblemente de Corea del Norte), resultaron muertas y una docena heridas en una explosión ocurrida esta semana en una planta de acero de la la empresa privada Ghadir, en la ciudad de Ardakan de la provincia de Yazd, en el centro de Irán. Las informaciones provenientes de los medios iraníes no señalaron las causas ni el alcance del daño material del suceso .
Otra explosión destruyó hace casi un mes una base militar situada a 30 kilómetros de Teherán. Entre otras cosas, la base servía de laboratorio y almacén para misiles de largo alcance capaces de alcanzar Israel. El régimen islamista iraní dijo que la detonación no fue más que un accidente acaecido durante el traslado de material explosivo.
Esa es la respuesta a la continua sucesión de misteriosos "accidentes" sufridos por instalaciones, infraestructuras y científicos vinculados a su programa nuclear desde hace algunos años.
En esa oportunidad, la explosión se cobró la vida de 17 militares de la Guardia Revolucionaria, incluido el padre del programa de misiles iraní. En Israel la noticia se cubrió con cierta jocosidad, pero respetando el pacto de silencio que suele primar en estos casos hasta que algún alto cargo decide estirar un poco más la lengua.
En esa ocasión fue Meir Dagán, el exjefe del Mossad, al que muchos acusan de haber descubierto las intenciones de Netanyahu para atacar Irán. Alguien le preguntó si la explosión había sido obra de Dios, un nombre asociado en la jerga del Mossad a la "Ira de Dios", la operación de venganza lanzada contra terroristas palestinos que asesinaron a los atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich de 1972. Dagán respondió con una sonrisa.
Desde hace algunos años, la guerra encubierta contra Irán que lleva a cabo Israel con apoyo de otros servicios de inteligencia aliados es un secreto a voces. Las partes implicadas lo niegan, pero nadie lo duda en el entorno de los servicios secretos. En el último año aparecieron muertos en diferentes "accidenes" tres científicos vinculados al programa nuclear, el último, tiroteado junto a su casa por dos personas en una motocicleta poco después de que recogiera a su hija de la guardería.
Además, se multiplicaron los "accidentes" en gaseoductos y refinerías de petróleo. De los tres que hubo a lo largo de 2009, se pasó a 17 (!) durante 2010 y 2011.
Algunos incidentes son tan sospechosos como las cuatro explosiones simultáneas que sacudieron la provincia de Qom, al norte de Teherán, en abril de este año. Un diputado iraní aseguró entonces que fueron "obra de terroristas" dedicados al sabotaje.
Quizás el éxito más conocido de esta campaña tiene nombre de virus informático: Stuxnet. El virus fue creado conjuntamente por israelíes y estadounidenses y ensayado - antes de ser introducido en los controladores Siemens que Irán utiliza en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz - en la reproducción exacta de las centrifugadoras iraníes que Israel, según fuentes extranjeras, habría creado en la planta nuclear de Dimona.
Pocos días después de saberse que Stuxnet había destruido una quinta parte (!) de las centrifugadoras iraníes, Dagán dijo ante la Comisión de Exteriores y Seguridad de la Knéset que, debido a "problemas técnicos" que estaba atravesando Irán, su capacidad para construir una bomba se había retrasado hasta el 2015.
Ese parece ser el objetivo que busca esta guerra oscura: ganar tiempo. Los sabotajes sirven para ampliar el margen de acción de la diplomacia y las sanciones, pero se corre el riesgo de que aumente el apoyo interno al régimen al saberse que Irán está siendo atacado desde el exterior.
Teherán insiste en las intenciones pacíficas de su programa nuclear pero ya nadie en Occidente compra el argumento, especialmente después de que el último informe de la Organización Internacional de la Energía Atómica lo anulara totalmente.
El cerco sobre el régimen de los ayatolás se está estrechando cada vez más. Sanciones, sabotajes, asesinatos y demás "accidentes". El secretario de Defensa de EE.UU, Leon Panetta, dijo que un ataque a Irán tendría consecuencias indeseables, pero también reconoció que los planes de contingencia están en marcha para desplegar una amplia gama de "opciones muy particulares".
De momento, la guerra a ciegas está comprando tiempo. La pregunta es: ¿hasta cuándo?