Ehud Barak quedó supeditado a los dictados de Netanyahu; las opciones son pocas: integrar su grupo al Likud o asumir su desaparición política. En su accionar demostró que tener poder es sólo un justificativo para conseguir más poder.
Ehud Barak anunció su abandono del Partido Laborista para crear una nueva formación política. Su ruptura pone fin a meses de divisiones dentro del movimiento que dirigió los destinos de Israel durante las primeras tres décadas de su existencia.
Barak apartó a la socialdemocracia de sus raíces ideológicas. Sus críticos le achacan que no tuviera reparos en pactar con el Likud y Liberman, al frente del actual gobierno.
Su nuevo grupo se llamará Independencia y, según su propia definición, será una configuración centrista, sionista y democrática que tratará de rescatar el espíritu del antiguo partido izquierdista Mapai y de su fundador y líder, David Ben Gurión, que, a su enterder, se ha perdido.
Rescatar o no, conviene recordar que fue el mismo Barak quien condujo al laborismo al peor resultado electoral de su historia. Tanto es así, que muchos analistas y veteranos del movimiento auguraban su práctica desaparición a corto plazo.
Con Barak, Avodá ha visto reducida su fuerza a niveles cercanos a la irrelevancia y ha sacrificado su programa, especialmente en lo referente al proceso de paz con los palestinos, en aras del único objetivo realmente esencial para su líder: mantenerse en el poder.
Internamente, Avodá se convirtió en un navío ingobernable: sentado en el gobierno junto a Liberman y a la ultraortodoxia fundamentalista que marcan su total desinterés en negociar con los palestinos, y apoyando varias iniciativas legislativas discriminatorias que están asestando peligrosos golpes a la democracia israelí.
El Partido Laborista ha recibido un duro impacto, quizás definitivo, Pero también es verdad, como aseguran representantes de las nuevas generaciones situadas ideológicamente más a la izquierda que el actual liderazgo, que se abren nuevas oportunidades muy necesarias para el panorama democrático de Israel. Ahora tiene la chance de resarcirse en la oposición, retornar a sus raíces sociales y nacionales, y conformar un nuevo liderazgo capaz de enfrentarse a Netanyahu y a la ultraderecha.
En la práctica, Ehud Barak quedó supeditado a los dictados de Netanyahu; las opciones son pocas: integrar su grupo al Likud o asumir su desaparición política.
Varios analistas comparan su movida a la de Moshé Dayán, que abandonó Avodá cuando Begin ganó las elecciones y lo nombró ministro de Exteriores. Los politólogos recuerdan que Dayán en dicho cargo fue uno de los pilares principales que llevó a Israel a la firma del tratado de paz con Egipto. Sin embargo, las diferencias entre ambos son claras: el escenario político en 1976 era totalmente difente al de hoy. Además, Dayán, a diferencia de Barak, por lo menos políticamente podía ver con un ojo.
En su accionar, Barak demostró que tener poder es sólo un justificativo para conseguir más poder.
Cuando hombres pequeños proyectan grandes sombras es señal que llega el ocaso.