Casi todos nuestros partidos políticos han expresado sus puntos de vista sobre la forma más apropiada de incorporar a los judíos ultraortodoxos al ejército. La propuesta más reciente fue presentada por Yair Lapid. Su principal innovación consiste en la desatadura de aquel nudo gordiano que obliga a los jóvenes ultraortodoxos a estudiar en el seminario rabínico y les impide trabajar.
Los funcionarios ultraortodoxos se apresuraron a cerrarle el paso al político novato, acusándolo de sostener una postura basada en el odio hacia los miembros de su sector. Es un patrón que se repite: Cualquiera que intente imponer algún tipo de cambio sobre los ultraortodoxos es inmediatamente acusado de actuar movido por el odio hacia ellos, y a menudo también, de antisemitismo. Aquellos que se consideran a sí mismos como guardianes del judaísmo verdadero, aparentemente son incapaces de enfrentar las críticas en su contra de ninguna otra manera.
Sin embargo, no debe concluirse de lo anterior que yo estoy a favor de la propuesta de Lapid. El reclutamiento forzado de miles de jóvenes carentes de toda formación profesional garantiza un enorme desperdicio de dinero e inmensa corrupción. Entonces, ¿qué debemos hacer?
He escuchado todas las opiniones predominantes y ninguna de ellas logró convencerme. Cuando una pregunta permanece sin respuesta durante un largo período de tiempo, debemos darnos cuenta de que no existe respuesta alguna y pensar en otra pregunta. Por ende, el interrogante correcto no es sobre la manera de reclutar a los ultraortodoxos y atraerlos hacia el mercado laboral, sino más bien, sobre lo que debería hacerse para minimizar su valoración dentro la sociedad israelí.
Una vez que la población ultraortodoxa decaiga, la gravedad en torno a la cuestión de su reclutamiento a Tzáhal decaerá también. En otras palabras, el asunto del reclutamiento no es más que una ligera molestia en el marco de una amplia lucha espiritual y política, lucha en la que la mayor parte de la población israelí teme involucrarse. Sin embargo, sin un rápido cambio en las tendencias actuales, en los próximos años habrá de perderse toda esperanza para el Estado hebreo en su versión sionista. Los ultraortodoxos saldrán victoriosos.
No obstante, pareciera que la mayoría de nosotros suele comportarse como un ciervo encandilado por los faros: Llamamos a la unidad en lugar de marchar hacia la batalla. La mayoría de nosotros somos educados y adherimos a las reglas de lo políticamente correcto, evitando al mismo tiempo la necesidad de juzgar al rival.
¿No es hora ya de decir abiertamente lo que sentimos? La sociedad ultraortodoxa educa a las personas para ser parásitos y cultivar la pobreza. De hecho, es el agente más poderoso de propagación de la ignorancia, los prejuicios y demás disparates de toda clase. Es un enemigo acérrimo de las ciencias; rehúye las artes; menosprecia el gobierno del pueblo; odia a las mujeres y las explota. Desprecia a los que son diferentes, independientemente de si son extranjeros o miembros de nuestro propio pueblo.
El fortalecimiento de la sociedad ultraortodoxa es una garantía de debilitamiento para la sociedad israelí hasta el punto de la derrota final.
Por lo tanto, todo aquel esfuerzo intelectual dedicado a la cuestión del alistamiento para Tzáhal debería ponerse al servicio del desafío mayor: La reducción del rango de los ultraortodoxos.
Fuente: Yediot Aharonot - 20.5.12
Traducción: www.israelenlinea.com