Obama se adelantó al Papa Francisco. El presidente de Estados Unidos rompió una sequía de cuatro años y visitó Israel, al que juró una «alianza eterna».
También estuvo en Ramallah, donde reiteró la fórmula de dos Estados. Pero el Estado judío sigue siendo el portaaviones norteamericano en Oriente Medio, donde continúa pendiente un acuerdo de paz.
Francisco, el nuevo Papa, también llegará en su momento a esta región, donde cada año miles de cristianos abandonan sus casas en busca de un futuro mejor, sin ataques sectarios.
La reciente oferta del FC Barcelona para jugar un partido en Jerusalén contra un combinado formado por israelíes y palestinos - con Messi en el equipo - para promover la paz, desempolvó el recuerdo de la diplomacia del deporte, cuando dos jugadores de ping pong contribuyeron a que China y EE.UU restablecieran relaciones.
Los presidentes Shimón Peres Mahmud Abbás vieron la propuesta del Barça con buenos ojos aunque la cruda realidad le coloque demasiados obstáculos al evento.
Hablando de política y deportes - dos rubros que nadie debería mezclar pero que todos mezclan -, esta semana falleció en Pekín Zhuang Zedong, el jugador chino protagonista de aquel episodio en el que el deporte fue capaz de desbrozar el camino de las murallas políticas. Fueron unos peloteos que cambiaron el mundo.
La historia se remonta a principios de 1971, en la ciudad japonesa de Nagoya, sede del campeonato mundial de ping-pong. El jugador estadounidense Glenn Cowan perdió su autobús y se subió al de la delegación china. Entonces eran dos países enfrentados. China continental enviaba armas al Vietcong y EE.UU apoyaba a Vietnam del Sur. Los chinos construían refugios porque temían un ataque nuclear norteamericano. En el autobús, ajenos a la Guerra Fría, Zedong y Cowan dialogaron más de lo previsto y el primero le regaló un pañuelo de seda con el dibujo de las montañas de Huangshan. La imagen del apretón de manos de ambos dio la vuelta al mundo.
Una vez finalizado el torneo, China invitó al equipo estadounidense a jugar en su país. Tres meses después, el primer ministro, Zhou Enlai, con la bendición de Mao, aceptó una visita secreta de Kissinger, entonces canciller del gabinete de Nixon, quien un año después también viajó a Pekín. En 1979 ambos países restablecieron relaciones diplomáticas.
Obama reafirmó en Ramallah su compromiso con la fórmula de dos Estados, «un objetivo sólo alcanzable a través de negociaciones directas», dijo. Antes, en Jerusalén, defendió que «debe haber un Estado palestino soberano conviviendo junto a un Estado judío con su seguridad garantizada».
¿Puede hacer algo en esta cuestión el nuevo Papa Francisco? A los pontífices les gusta visitar Tierra Santa - Juan Pablo II lo hizo en 2000 y Benedicto XVI en 2009 -, donde los cristianos viven aterrorizados por el acoso musulmán.
También esta semana, el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomeo I, le propuso al Papa Francisco realizar juntos en 2014 la peregrinación a Jerusalén, en un homenaje al histórico encuentro en 1964 entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras. Pero en Oriente Medio los problemas son de distinta índole y de muy difícil solución.
El patriarca latino de Jerusalén, Fuad Twal, aseguró que los cristianos de la «primavera árabe» viven «tiempos muy duros; somos la Iglesia del Calvario», por lo que confía en que «el Papa no nos dejará solos».
La máxima autoridad católica en la zona consideró «muy positivo» el reconocimiento de Palestina como Estado observador de la ONU y llamó a los israelíes a «no tener miedo».
La orden franciscana - todo un modelo para el Papa Francisco - mantiene la custodia de 74 lugares considerados bíblicos. Además, sus frailes desarrollan en Tierra Santa una labor mucho más amplia en una zona en el que el diálogo, ya sea religioso o político, resulta clave e imprescindible.
No estaría nada mal que estos dos nuevos peregrinos, Obama y el Papa Francisco, propusieran en conjunto un nuevo plan de paz para la región.
Después de casi tres años sin negociaciones entre israelíes y palestinos, seguramente no sería más de lo mismo.