«He podido observar que en este mundo, los perversos suelen congregarse en mutuo compadrazgo; aunque se detesten unos a otros, en eso reside su fuerza» (Julio César)
A mi familia, Z'l
Mi querido nieto,
Que cómico suena el destino cuando toca tu puerta sin previo aviso.
Todos aquí sabemos que en los próximos minutos vamos a morir y que somos incapaces de hacer algo para evitarlo; sin embargo, cuando llega ese instante fatal no podemos resignarnos a vivirlo con dignidad.
Es verdaderamente triste lo inexorable del momento. El destino no nos oye, está por debajo de la frecuencia que escuchan nuestros oídos y muy por encima de la que divisan nuestros ojos.
Menos todavía podemos adivinar la fórmula de los acontecimientos; señales y avisos hubieron y hay aún por montones. Tenemos registrados quien sabe cuántos miles de cuerpos que han dejado sus almas en estas últimas semanas y sabemos que otros tantos las dejan hoy junto con nosotros.
Pero no creemos en nuestra muerte, y cuando llegue, tal parece que llegará como un momento fortuito, liberador.
Esa ha sido nuestra desgracia, nacimos cargando de antemano el peso de nuestro final, porque no es vida lo que tenemos en nuestras manos, es realmente muerte.
Cada día de nuestros días viajamos, damos un peque?o paso más hacia nuestra fatalidad y cuando pensamos que cumplimos el último y celestial objetivo, nos toma desprevenidos, sorprendidos, indefensos.
El destino golpea en nuestra puerta a cada instante; suena ridículo pensar que lo hace sin avisar. Nosotros, los judíos, somos realmente algo especial: nos gusta hacernos los desentendidos; a lo largo de la historia gozamos de una estupidez selectiva.
Es triste pensar que voy a ser asesinado a sangre fría; es por eso que prefiero no aceptarlo y vivir en función del desentendimiento.
Lamentablemente voy a morir, como tus abuelas, tus tíos o tus primos recién nacidos, y voy a poner cara de sorpresa en el momento justo de dejar esta envenenada tierra.
Lo sé porque, de repente, puedo predecir mi futuro. Pues como no, es así de simple, el futuro incondicional de cada uno de nosotros es muerte. No existe ningún otro momento que el fatal.
Que fuerte y dolorosa suena la verdad. Me apena decirlo, pero más me apena ver a la gente llorar en un largo funeral imaginario, inexistente. ¿Es que acaso no sabían que nos matarían? Hace ya tres interminables a?os que lo vienen incubando.
Por Dios les pido: ¡No lo acepten! ¡Vamos a morir! Poco nos queda de agonía; espero que no la desperdiciemos en alguna banalidad momentánea.
Ojalá que en mi recuerdo no se derrame ni una sola lágrima, ¡Ojalá no haya recuerdo!
Mas si lo hubiere, que rían todos, porque, digan lo que digan, el destino es cómico, grotesco y absurdo a la vez cuando nos llama directamente sin alertar.
Se despide sin conocerte siquiera, con suma tristeza...
Zeide
* Del libro: «Sobre encuentros y despedidas»; Editorial Milá, Buenos Aires.