Hasta hace un tiempo, era relativamente «sencillo» presentar el cuadro de los cristianos de Israel: están ante todo los ciudadanos árabes del Estado que profesan el cristianismo - aproximadamente 120 mil, en su mayoría greco-católicos - y luego, los religiosos extranjeros, enviados por sus respectivas iglesias, comunidades y órdenes, ya sea para prestar servicio en Tierra Santa o bien para estudiar en sus instituciones.
Pero en los últimos años, se han sumado nuevos «matices», fenómenos que van no necesariamente cambiando el rostro de toda la sociedad israelí, pero sí agregándole elementos de gran presencia, que dan su tono, aunque sean una pequeña minoría dentro de la población total.
Se trata en primer término de «los rusos», tal como se conoce a los llegados de los países de la ex Unión Soviética; luego, de los trabajadores extranjeros y, por último, del grupo de los infiltrados africanos, especialmente de Eritrea.
En Israel se comenta en los últimos años que desde que Moscú abrió sus puertas y permitió la salida de judíos soviéticos al Estado hebreo, hubo un auge en la actividad de las iglesias en el país.
El fenómeno deriva de numerosos judíos de la ex URSS que se alejaron de su práctica religiosa - o que nunca la tuvieron muy afianzada -, contrayendo matrimonio con parejas no judías. El grupo «ruso», en cuyo marco arribaron a Israel en los últimos 15 a 20 años numerosos inmigrantes, está dividido en dos categorías.
La primera la integran unos 30 mil cristianos de la ex URSS, que llegaron a Israel como inmigrantes y recibieron la ciudadanía israelí en el marco de la Ley de reunificación familiar. Cuando la Oficina Central de Estadística dice que hay en el país 160 mil ciudadanos cristianos, está incluyendo a esos 30 mil.
La segunda categoría de «rusos», es mucho menos claro y mensurable. Son aquellos que llegaron amparados por la Ley del Retorno, según la cual quien tiene o tenía padre o madre o abuelos judíos, también tiene derecho a recibir la ciudadanía israelí, siempre y cuando no profese otra religión. Nadie los investiga si van a misa o creen en Jesucristo, pero la ciudadanía la reciben si declaran que no tienen religión, hagan lo que hagan en su casa.
El problema con este grupo es que no existe ninguna claridad respecto a su tamaño. Recientemente, el Patriarca de la Iglesia rusa alegó que hay en Israel 300 mil cristianos y que «todos los rusos lo son. Tienen una vivencia religiosa cristiana, pero una experiencia cultural judía», dijo a Hana Bendocowsky, una guía turística israelí especializada en el cristianismo y activa en el diálogo judeo-cristiano.
Algo similar vive otra «nueva» comunidad cristiana de Israel: los trabajadores extranjeros, especialmente filipinos, que han formado familias con hijos nacidos aquí. Israel es el único país que conocen, hablan hebreo como sus compañeros judíos, festejan las celebraciones judías en sus escuelas, pero viven en un hogar cristiano.
El último grupo es el de los infiltrados de Eritrea, la mayoría de ellos cristianos, que al no poder entrar en la pequeña iglesia etíope acuden a la ortodoxa, causando un problema de cupo.
Fuente: El Universal