Una de las lecciones que permanecen un tanto destendidas de la guerra por las islas Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña, de la que se cumplen veinticinco años, es el modo en que las elites del poder de Estados Unidos han elegido sus contrapartes, aliados y amigos en América Latina y las consecuencias e implicancias de tales elecciones en el pasado y en la actualidad.
En tal sentido, la guerra de Malvinas representa un acto final que adelanta el fin de la Guerra Fría y - a la vez - un anticipo del tipo de conflictos y relaciones características de la posguerra fría hasta nuestros días.Ronald Reagan y Margaret Thatcher
En abril de 1982, Ronald Reagan, George Bush padre y un elenco de halcones e ideólogos de la Revolución Conservadora en Estados Unidos - que habían llegado para barrer con los Estados benefactores, privatizar las economías y llevar adelante una ofensiva frontal contra el comunismo internacional -, se encontraron con que la principal dictadura amiga del Cono Sur del continente americano, alentada por las señales de confianza de Washington, decidía patear el tablero geopolítico internacional.
Los militares que gobernaban Argentina, representados por el general Leopoldo Galtieri, habían desafiado nada menos que a la Gran Bretaña de la Dama de hierro Margaret Thatcher, principal aliada occidental, con la ocupación militar de las islas del Atlántico Sur que Argentina reclama como propias desde que fueron convertidas en colonia británica hace más de un siglo y medio. Ponían en jaque, con aquella decisión, el sistema de alianzas del conflicto Este-Oeste, planteando un alegato contra el colonialismo que obligó a Estados Unidos a soslayar la solidaridad hemisférica y permitió a Gran Bretaña llevar adelante la primera expedición punitiva contra un país periférico infractor del derecho internacional.
El politólogo Heriberto Cairo Canou, de la Universidad Complutense de Madrid, recuerda bien que, en tal sentido, la guerra de Malvinas fue un precedente del primer enfrentamiento bélico de la posguerra fría, la primera guerra del Golfo.
Un malentendido de 40 años
Pero la guerra de Malvinas fue también la historia final de un grosero malentendido de cuarenta años de relaciones y alianzas entre militares nacionalistas y políticos conservadores de Argentina y sectores influyentes del Pentágono y de empresas multinacionales estadounidenses. Estas colusiones de intereses y afinidades, concretadas en negocios, relaciones formales e informales, diplomacias visibles y secretas, están en el trasfondo de la larga secuencia de inestabilidad política, golpes de Estado, conspiraciones permanentes, violencia armada y autoritarismo que tantos estragos causó en los Estados latinoamericanos y ahogó en sangre y frustración los impulsos democratizadores a lo largo de gran parte del siglo veinte. Malvinas es el capítulo final de esa historia.
Después de ese estropicio, nunca más los militares volvieron al poder en América latina. Y nunca más Estados Unidos optó por una camarilla de generales, magnates e intelectuales ultraderechistas para reemplazar por la fuerza a un gobierno democrático, como lo habían hecho durante las décadas del cincuenta, sesenta y setenta.
¿Percepción distorsionada?
Todos aprendieron algo de aquella lección. Curiosamente, los herederos de aquellos que Washington consideraba sus principales enemigos - Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile, Lula en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay - son hoy considerados y valorados como modelos ejemplares.
Pero cabe también preguntarse respecto de aquellos otros líderes de la región que presentan más desafíos a la política exterior de Estados Unidos - Chávez, Evo Morales - si no existe una misma distorsión en las percepciones que exagera un antagonismo retórico y político como efecto inercial de aquellos otros tiempos. Dicho más simple: quienes deciden - y quienes informan y asesoran a los tomadores de decisión - en Estados Unidos sobre las relaciones con América Latina deben recordar que, a veces, y muy por lo general, aquellos gobiernos y sectores que se muestran más afines y solícitos no son necesariamente los mejores socios y aliados de Washington.
Y que sí lo son, tal vez, quienes exponen con mayor consistencia, coherencia y legitimidad sus diferencias, intereses y condiciones para una cooperación y una relación madura, aún en los puntos de confrontación. A la fijación con la imagen de Chávez como amenaza - en quien curiosamente los mismos viejos anticomunistas celebran encontrar al sucesor de Fidel Castro - habría que contraponerle el recuerdo de Galtieri, aquel dictador sudamericano que, paseado por sus amigos del Pentágono como general majestuoso, resolvió morder fiero la mano del amo.
* Fabián Bosoer es politólogo y periodista. Es profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Belgrano. Editorialista y editor de opinión del Diario Clarín. Ha publicado "Generales y embajadores. Una historia de las diplomacias paralelas en la Argentina" (Vergara, 2005) y "Malvinas, capítulo final. Guerra y diplomacia en la Argentina" (Capital Intelectual-Claves para todos, 2007).