Yo opino que el judaísmo es un enlace de contenidos y obligaciones: una civilización majestuosa que lucha en estos días por su vida y su futuro, cuya esencia es un sistema ético, humanista y universal.
Las cartas xenófobas de rabinos y rabinas despiertan todos los espíritus malignos israelíes de su letargo. Aunque en ocasiones pareciera que las ánimas ya están cansadas, su poder de atemorizar y sus daños aún existen.
La reacción inmediata es natural y vociferante:¡Que Dios nos guarde! ¡Racistas! La segunda reacción también es previsible: "No le hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti" o cómo es que teniendo en cuenta nuestra propia historia, podemos ocasionar las mismas desgracias a los demás.
La siguiente reacción es mucho más profunda y reflexionada: ¿Acaso estoy dispuesto realmente a casarme con alguien que no pertenece al pueblo judío?
Del inicio de la pregunta me percaté hace algunos años. Un amigo inteligente, laico e ilustrado, me dijo: "Abrum, concuerdo con todas tus concepciones humanistas, pero debo confesar que si mi hijo trae a casa una goia, me partiría el corazón". "¿Y si trae a casa un judío?" pregunté. Luego de una larga pausa me respondió con sinceridad: "Prefiero un homosexual judío a una goia". A su modo de ver, como le sucede a muchos, la llave es "el judío" que tiene dentro suyo y no el hombre enamorado que hay en su hijo.
El inicio de la respuesta lo encontré últimamente en un artículo valiente y agudo que publicó Edgar Bronfman, ex presidente del Congreso Judío Mundial, y en él un llamado a reabrir la carpa de nuestro patriarca Abraham a los cuatro vientos: Contener en nuestro fuero, extender nuestros brazos y adoptar en nuestro seno a las familias que no son judías, y son numerosas. No romper ni separar, sino ampliar las fronteras de la actual existencia judía.
Por suerte ya estoy casado y muy feliz en mi matrimonio, pero esta pregunta me aguarda en las puertas de mis hijos. Ellos viajan por el mundo, estudian y se encuentran abiertamente con musulmanes y cristianos. Algunos de sus mejores camaradas son judíos ortodoxos. Y, como mi amigo, llegué a una edad en la que debo responderme con sinceridad: ¿cuál será mi postura si uno de mis hijos o sus cónyuges no fueran judíos?
Mi respuesta es muy simple. Según mi forma de ver, la prueba no se encuentra en el judaísmo. A primera vista - y casi la única con la cual analizo a los amigos de mis hijos - es si ellos son buenas o malas personas.
El raciocinio judío no es mi primer razonamiento. Es obligación precisar, estos son sólo mis cavilaciones. No tengo autoridad alguna sobre la vida de mis hijos. Converso con ellos y eso es todo; en el diálogo siempre ambiciono su felicidad. Una de las bases de la felicidad familiar es la colaboración, y el secreto de una coalición verdadera es un tratado ético compartido.
Este es el momento entonces, de formular la pregunta ¿Qué es el judaísmo? ¿Cuando se dice judío a qué se refiere? De acuerdo a la opinión de esos rabinos y rabinas, y de todos sus adeptos extremistas y agresores, el judaísmo es primeramente una definición genética, un nexo entre sangre y raza del que "nace de madre judía".
Es por ello que esas mismas personas acumulan tantas dificultades y tratan de atemorizar a los prosélitos a incorporarse a nuestra comunidad. Yo opino que el judaísmo es un enlace de contenidos y obligaciones: una civilización majestuosa que lucha en estos días por su vida y su futuro, cuya esencia es un sistema ético, humanista y universal.
Por ello, el origen del hombre me interesa mucho menos que el núcleo de sus principios y forma de vida. Todos mis mundos los divido en buenos y malos. No acepto de ninguna manera la suposición oculta de que todos los judíos están a nuestro favor y todos los goim son nuestros enemigos.
Hay judíos malos y terribles así como hay goim buenos y compasivos. Entre éstos y aquéllos prefiero los últimos por su bondad, y seré hostil a los primeros a pesar de su judaísmo. Porque el "Israel eterno" seguirá existiendo y progresando sólo si la apertura vence al encierro, sólo si los ilustrados se sobreponen a los ignorantes.
Para comprender el significado del reclamo sobre la vida cotidiana, se necesita en ocasiones extremar la teoría. Supongamos que una de mis hijas me presenta dos posibles yernos: el Dalai Lama, al cual ama con todo su corazón, o el Rabino Meir Kahane, con el cual estaría dispuesta a casarse sólo por su procedencia genética, judía. Y supongamos que ella me diría: Papá, elige por mí. Mi elección sería clara e inequívoca: el Dalai Lama será mi yerno, lo amaría como a un hijo y lo valoraría como un copartícipe fidedigno en mi forma de vida y mis principios existenciales.
Con en correr de los años, y la tolerancia, trabajaría junto con ella y con él para construir puentes de comprensión entre su realidad de vida y los fundamentos de mi familia. Juntos crearíamos un espíritu familiar mucho más amplio que un judaísmo de horizontes estrechos y cerebros reducidos. Aunque el sacerdote de Tibet no hable hebreo, él viviría como "judío".
Sin embargo, si mi hija eligiera Kahane o a uno de sus seguidores, sólo por ser de origen judío, sus inmundas expresiones idiomáticas y la bajeza de sus valores harían que mi mundo se derrumbara.
Como siempre, me sobrepondría y haría todo por estar con ella en su futuro, pero mi corazón reconocerá y llorará: ella está entre los racistas.
Fuente: Haaretz - 7.1.11
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il