El sionismo en la actualidad pasó a ser de un programa político elevado, racional y pragmático, que sigue en sus modificaciones las cambiantes circunstancias políticas, a una especie de religión marchita, opresivamente conservadora e insoportablemente infantil.
La multitud de ministros y viceministros que rodean a Binyamín Netanyahu, dentro de esos grupos de seguidores a los que se denomina con el nombre general de “gobierno de Israel”, a veces parecen como los participantes de una cantata o ceremonia solemne. De vez en cuando, hay alguno que decide destacarse de entre esa multitud semi-anónima y hace oír su voz; una con un trino en favor de la anexión; otra para cantar un estudio racista; otro en un sermón etnocéntrico; otra más con un chirrido racional. Cuando alguno se sienta, el solista de al lado se levanta inmediatamente mientras que el Coro de la Roca de Nuestra Existencia lo acompañan tarareando.La solista de esta semana en la cantata de la coalición fue la ministro de Cultura, Limor Livnat (foto), tal vez una mezzo-soprano o una Heldentenor wagneriana. Livnat fue dejada de lado y casi olvidada en estos últimos años, quizás a causa de las voces dominantes de los bajos y tenores cuyas resonancias ciertamente resultaron más estruendosas y graves que la suya. La discusión acerca del boicot artístico al centro cultural de la ciudad de Ariel la ha traído de vuelta desde el abismo del olvido ministerial y con ella, una antigua palabra: “Sionismo”.
Como reacción al boicot de los artistas en relación a sus actuaciones en Ariel, Livnat anunció que otorgaría un premio especial “para fomentar la creatividad sionista”; una declaración que puso repentinamente en el centro de la atención no sólo a Ariel y a la casi olvidada ministro de Cultura, sino a la propia definición del Sionismo, todo ello, de algún modo, bajo el mismo paraguas, de una manera un tanto patética.
En un momento en el que el primer ministro nos impone una música “judía” y un repertorio de cantos fúnebres y lamentaciones, resulta, a primera vista, refrescante recobrar esa palabra, “Sionismo”, que por lo menos conserva un poco del espíritu de este lugar, incluso si es algo nostálgico.
Cuando oímos hablar de una “creación sionista”, nuestras narices se llenan con el olor del pasto húmedo, la fragancia de los naranjales y las canciones de los movimientos juveniles. Pero es posible que al pensar en el premio, Livnat haya oído más bien el sonido de las marchas de la resistencia clandestina cantadas por su madre, Shulamit, el único vínculo fuerte que la ministro posee con un tipo particular de la “cultura".
Pero no nos equivoquemos: si algún renovado éxito le cupo a la palabra “Sionismo” en los últimos tiempos, esto ocurrió principalmente en un sentido negativo y desafiante, como resultado de un automático mecanismo de reparación frente a los términos opuestos y despectivos “anti-Sionista” o “post-Sionista”, mecanismo disparado ante cualquier persona que no se muestre de acuerdo con la agenda oficial de provocaciones y anexiones, los rituales de adoración ciega a Tzáhal, o a alguien que simplemente peque por su deseo de normalización y paz.
De hecho, si examinamos lo que este “Sionismo” contemporáneo es en realidad, más allá de su ser opuesto al “post-Sionismo”, veremos que se asienta sobre dos polos: la inercia y la nostalgia. Su contenido se basa en la santificación de tradiciones históricas, en tanto estén ya acordadas si hablamos de “asentamientos” o de “victoria militar”, y en su insistencia por seguirlas ciegamente a causa del impulso mismo de su ser, que no consiente relación alguna con los cambios y sus consecuencias.
Desde ese punto de vista, el “Sionismo”, al menos en su forma novedosa, pasó de ser un programa político elevado, racional y pragmático, que sigue en sus modificaciones las cambiantes circunstancias políticas, a una especie de religión marchita, opresivamente conservadora e insoportablemente infantil.
Parafraseando una genial ocurrencia acerca del modernismo, escrita alguna vez por mi difunto amigo Eli Mohar, se puede decir que el “post-Sionismo” es enfrentado, hoy en día, por una especie de "Potz-Sionismo", pomposo y lleno de su propia engreída vanidad, reforzado por arcaicos rituales de simbolismo y opuesto a cualquier otra cosa que no sea eso.
Desde este punto de vista, la derecha nacionalista israelí quiere llevar a cabo en el “Sionismo” la misma operación que los judíos ultra-ortodoxos y los partidos religiosos realizaron con el “Judaísmo”: apropiarse por completo de las palabras, los valores y los símbolos, y conservarlos exclusivamente para si mismos y excluir a otros de ellos.
Pero aquí yace una irónica trampa. En el mismo acto de parcelación, el lado que lleva a cabo la apropiación se adueña de algo que ya ha perdido, por lo menos, la mitad de su valor e importancia. Debido al hecho mismo de que la mayoría de la opinión pública israelí acepta esta exclusión casi sin protestar; su tácito acuerdo a que le quiten de las manos esas posesiones habrá de valer como el testimonio de un millar de testigos que afirmaran que, de todas formas, a muchas personas no les ha interesado para nada el modo en el que los valores fueron reelaborados y redefinidos por aquellos que se los han apropiado.
En otras palabras, si “Sionismo” significa nacionalismo, mesianismo y ultra-derecha radical, y si se supone que lo que se entiende por “creación sionista” es algo que deba ser definido por Limor Livnat, pues, habrá mucha gente que sólo dirá “muchas gracias" y terminará hallando una definición muy diferente, si es que no la ha encontrado hace mucho tiempo.
Fuente: Haaretz - 19.11.10
Traducción: www.argentina.co.il