En un silencioso teatro en el corazón de Tel Aviv, los fantasmas del Holocausto están cantando de nuevo. Un pequeño grupo de artistas ha estado recreando canciones escritas en el gueto de Theresienstadt, la comunidad cercada cerca de Praga, donde las autoridades nazis reunieron a familias judías de Checoslovaquia y otros lugares entre 1941 y 1945.
Compositores como Viktor Ullman y Karel Schwenk estaban entre los prisioneros. Dejaron un testamento extraordinario sobre la durabilidad del espíritu humano mientras esperaban caer en el olvido.
Unos 160.000 judíos pasaron por el gueto en sus cuatro años de operaciones. 36.000 murieron de desnutrición, maltrato y enfermedades. De los 90.000 hombres, mujeres y niños que fueron enviados hacia a campos de muerte como Auschwitz, sólo 4.000 regresaron.
Pero la música de Theresienstadt no suena ni se siente como un réquiem para los muertos. Buena parte fue escrita al estilo de un cabaret, que era popular en Europa central en el periodo entre las dos guerras mundiales y tiene un tono algo sarcástico, saturado con destellos repentinos de sentimentalismo.
Ullman y Schwenk junto con otros artistas murieron en el Holocausto y para recuperar las canciones fue necesario un extraordinario trabajo de arqueología musical.
«Hace cinco años entrevistamos a 20 sobrevivientes de Theresienstadt», explica Michael Wolpe, el musicólogo detrás del proyecto. «Cada uno de ellos se sentó y nos cantó canciones del cabaret, y hubo algunos que incluso tocaron un poco de piano. Según entiendo de los sobrevivientes, la música es exactamente como era en ese entonces».
Redescubrir la música de Theresienstadt - conocida como Terezin en checo - es un fuerte recordatorio de que si bien muchos tenemos una imagen clara de la historia general del Holocausto, conocemos mucho menos sobre cómo se desarrollaba la vida diaria, cómo era la cotidianidad del Holocausto.
Esta percepción queda reforzada con exposiciones recientes en Israel de imágenes que detallan cómo eran los partidos de fútbol que se jugaban en el gueto.
Los partidos se jugaban frente a multitudes considerables, y algunos espectadores incluso observaban los encuentros de siete contra siete desde balcones que daban al patio que servía de cancha.
Sólo basta una búsqueda en internet para encontrar las imágenes conmovedoras de los jugadores condenados: muchos fueron transportados a los campos de concentración semanas o meses después de que se grabara la película.
Uno de los pocos que sobrevivió fue Peter Erben, quien ahora tiene 91 años y vive con su esposa, Eva, en la ciudad de Ashkelón, en el sur de Israel. Eva también sobrevivió a la pesadilla de Theresienstadt.
Erben evitó que lo enviaran a los campos de la muerte porque fue trasladado a Theresienstadt a finales de la guerra, cuando la cercanía del ejército soviético ya estaba perturbando el desarrollo de las operaciones en los campos.
Sobrevivió también un periodo de trabajo forzado en el campo de Mauthausen, en Austria, en lo que se transformó en una odisea extraordinaria de buena suerte en un marco de desesperación y privaciones.
Sobre sus días jugando fútbol en Theresienstadt, mientras esperaba por largos meses para el inevitable viaje a Auschwitz, simplemente dice: «el fútbol era muy importante en Theresienstadt. Había un juego cada semana y miles de personas lo veían. Incluso los hombres de la SS estaban ahí vestidos de civiles. Y les gustaba».
Hemos crecido acostumbrados a la narrativa general del Holocausto con toda su destrucción, pero sabemos poco de las sutilezas cruentas.
La verdad es que Theresienstadt fue un lugar de muerte, pero fue menos brutal que los guetos de Polonia o Lituania. No está claro por qué ocurrió eso, puede que haya estado determinado por el carácter de los comandantes locales, o puede que los alemanes hicieran distinciones étnicas entre los judíos de Europa central y los judíos de países del este.
El gueto checo era, claro, una puerta al infierno, pero porque fue menos brutal que los otros también jugó un papel en una de las operaciones más extraordinarias de propaganda alemana en la Segunda Guerra Mundial.
En un intento para disfrazar la naturaleza verdadera del Holocausto, las autoridades nazis dieron el visto bueno a una petición de la familia real danesa para permitir una visita de los inspectores de la Cruz Roja.
Los resultados fueron una farsa vergonzosa. Parece que los inspectores habían acordado hablar sólo con los guardias y comandantes y no con los desnutridos prisioneros, que recibieron la orden de sentarse en falsos cafés mientras tomaban agua con colorante negro que simulaba café. Peter Erben fue uno de esos prisioneros.
Los alemanes incluso grabaron una película de propaganda, aunque perdieron la guerra antes que pudieran mostrarla en Europa.
Oded Breda, directora de la Casa Terezin, un museo establecido por sobrevivientes para conmemorar y estudiar el gueto, dice que la película es, incluso hoy, una pieza poderosa de propaganda para los apologistas nazis y quienes niegan el Holocausto.
«Esa película todavía funciona. Véala en YouTube y lea los comentarios. Algunas personas dicen 'miren a los judíos durante la guerra, cómo incluso jugaban fútbol'. No había nada siniestro».
Si Oded Breda tiene razón cuando afirma que quienes niegan el Holocausto todavía refuerzan sus perversiones grotescas de los hechos históricos con películas de propaganda nazi, entonces es una señal preocupante para el futuro.
Es un buen momento, tal vez, para hacer una pausa y escuchar las voces fantasmales del pasado musical de Theresienstadt y recordar, en el proceso, cómo fue la verdad.
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