Un juvenil Jorge Luis Borges se regocijó ante la posibilidad de contar con antepasados de sangre judía, una hipótesis que nunca pudo comprobar pero que igualmente hubiera deseado fuese realidad y que tuvo su correlato en su obra literaria y sus posiciones públicas en contra del antisemitismo.
Aunque hasta ahora los expertos habían puesto sus ojos en las raíces inglesas del escritor argentino y la influencia de estas en su obra, la relación de Borges con el judaísmo fue el eje de la ponencia central del quinto Simposio Internacional de Estudios Sefardíes, que se realizó en Buenos Aires hace pocos días.
Su escritora, filóloga y crítica literaria, María Gabriela Mizraje, destacó que Borges «tuvo una firme voluntad de inscribirse dentro de la cultura judía en general y sefardí en particular».
A los 21 años, cuando ya había mostrado su curiosidad por la cultura judía y mientras estaba en España, Borges descubrió al leer «Rosas y su tiempo», del historiador José María Ramos Mejía, su apellido materno, Acevedo, en la nómina de las familias de origen sefardí que emigraron a Argentina.
«No sé bien cómo celebrar ese arroyo de sangre israelita que corre por mis venas», le contó por carta a su amigo Maurice Abramowicz, un escritor de origen judío polaco».
Mizraje destacó que la fascinación por la cultura judía está presente en Borges desde «Fervor de Buenos Aires» hasta el final de su vida, con la obra del filósofo holandés de origen sefardí Baruj Spinoza como una de sus principales pasiones.
Borges tomó contacto con la cultura sefardí en España, donde vivió desde 1918 a 1921 y donde escribió uno de sus primeros poemas, «Judería», publicado en 1923.
La experta señaló que este interés de Borges por el judaísmo no sólo atravesó su obra narrativa y poética, sino también sus conferencias y sus actos de compromiso público, como la redacción de proclamas y la firma de solicitadas, en contra del antisemitismo y en respaldo a Israel durante la Guerra de los Seis Días.
Borges puso a prueba ese compromiso con el judaísmo en la década de 1930, cuando una creciente ola de antisemitismo se hizo sentir en Argentina y varios intelectuales locales, entre ellos el autor del poema «El golem», salieron a la palestra a sentar su posición.
«Borges fue entonces acusado permanentemente por los sectores más reaccionarios», resaltó la investigadora.
En 1934, la revista «Crisol», una publicación de sectores de ultraderecha, le acusó por sus posiciones a favor de los judíos y le puso como sobrenombre, como si fuera un insulto, «Borges judío».
En respuesta, Borges publicó una proclama, «Yo judío», en la que, según explicó Mizraje, el poeta y novelista expuso que aunque corroborar su origen hebreo le es, pese a su empeño, dificultoso, desearía encontrarlo.
Según investigaciones, el apellido materno del célebre escritor argentino, Acevedo, tiene un origen sefardí, pero nunca se pudo reconstruir la genealogía de sus antepasados a un punto tal que se remonte en varios siglos hasta esas raíces y así poder comprobar o descartar esa hipótesis.
Es precisamente esa falta de certeza lo que, según Mizraje, hizo admirable el compromiso de Borges con la cultura judía, que hubiera resultado natural de haberse comprobado una relación familiar pero que en el escritor resultó ser una conexión «intelectual y emocional».
«Emociona la fidelidad de Borges con el judaísmo, porque podría haber tenido un momento de fascinación de juventud inicial, influenciado por sus amigos de entonces, pero él mantuvo esto a lo largo de toda su producción», destacó Mizraje.
«Podríamos decir que es un pacto de amor. No necesitamos la filiación corroborada de la sangre para reconocerlo», añadió.
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