Una tarde del último enero, de esas que ofenden a sus criaturas con temperaturas extremas, no sabía qué ponerme. Y me puse a pensar en temas disparados por la película «La gran belleza», del napolitano Sorrentino. Que no es lo mismo que unos sorrentinos a la napolitana, en especial por que llevan crema que se deja deslizar en el paladar. El director en cambio, nos ofrece mucho alcohol - champagne, whisky, Martini - tanto que raspan la garganta y la más ácida de las miradas sobre la eterna Roma y ciertos mortales romanos.
La trama del filme que obtuvo el Oscar a Mejor Película Extranjera es simple. Un atildado escritor de 65 años tirando a bon vivant, que sólo escribió una novela en su juventud, que se codea con la alta burguesía y cierta aristocracia decadente, es la punta de lanza de temas sencillitos. Tan sencillitos como desentrañar el significado de la felicidad, la decrepitud, la vejez, la amistad y la seducción al dente, esa que se saborea y luego se deshecha.
Como verán, se trata de un Kit completo donde no falta la noche romana de otrora con sus vituallas: sexo, droga, más sexo, más droga y música disco. Muy '80. De todos modos a los 65 años el novelista no le hace asco a la fiesta noctámbula, siempre le gustó. Le sigue gustando, así como las conversaciones donde con una frase que diga, se luce. Ha estado en busca de la belleza desde siempre. La hallará en la próxima novela, cuando la escriba, si es que lo hace.
Algo parecido le sucedió a Proust, cuando decidió ponerse a escribir «En busca del tiempo perdido» y abandonar los salones y reuniones sociales mundanas. En la película hay constantes referencias al escritor francés, sólo que esto no es un texto, es un film. Existe una respetable película del último tomo de En busca…llamado «El tiempo recobrado». dirigida por el chileno - Raúl Ruiz - quien vive en París. Es de 1998.
Un cierto cinismo recorre el discurso del protagonista Jep Gambardella. Es que en los 142 minutos que dura le película, a un seductor como Jep, es imposible que no se le filtre esa clase de pensamiento. Vos dale tiempo a un intelectual, a un snob ilustrado y otras variedades relativas a una aproximación a un saber, y el cinismo aparecerá, no lo dudes. Es una cuestión de tiempo.
Habría que definir de qué hablamos cuando lo hacemos de cinismo. En principio, tiene muy mala prensa; sin embargo un cínico no es un canalla, que tiene la prensa que se merece. ¿De qué otro modos llamaríamos sino canalla a quien juega con la jugada tramposa, la maldad astuta? En cambio un cínico es, al decir de Lacan «un inocente, pero de su boca salen verdades, que no sólo son toleradas, sino que además funcionan, debido al hecho de que está revestido a veces con las insignias del bufón».
Añares después de que ciertos filósofos griegos hubieran abrazado el cinismo clásico, en el siglo XVI Shakespeare, siguiendo la tradición utiliza la ironía, el sarcasmo y la sátira para ridiculizar la conducta humana y reactivar el cinismo. En el aspecto literario, figuras del siglo XIX y XX como Oscar Wilde o mi querida Dorothy Parker, anclaron en el cinismo como forma de comunicar sus opiniones respecto de casi todas las manifestaciones de la naturaleza humana.
Un tipo como Jep, que es capaz de decir con suma elegancia y tacto a la italiana «descubrí a mi edad que ya no tengo ganas de hacer ciertas cosas y no las hago» o «la nostalgia es aquello que queda para los que no creen en el futuro», merece ser escuchado a pesar de la música pum para arriba, que distrae. Hay un momento de desesperación donde el desencantado escritor pregunta sobre el enigmático sentido de la existencia al clero, a la Iglesia y a la religión. Las respuestas no lo convencen. Salvo la de una monja de 103 años, que habla como puede y alcanza a decir «las raíces son importantes».
Alguien que entiende esto último, que apresa al vuelo el significado y lo toma como un efecto de interpretación, es un cínico en un momento de cambio. Porque los cínicos lo son de a ratos, no todo el tiempo hasta que alguna palabra, como un rayo, los ilumina pero no los mata.
Continúo pensando en estos temas sencillitos. No tengo respuestas para todos. Me arriesgo a decir que a un desencantado como lo es el protagonista, sólo le resta volver a armar un dispositivo en el que creer. En algo hay que creer.
Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo
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