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El sueño de Herzl en Tel Aviv

Antes de convertirse en un movimiento de protesta nacional, la actual ola de manifestaciones sociales fue iniciada por un grupo de jóvenes que decidieron tomar las calles de Tel Aviv para reclamar en contra de los exorbitantes precios de la vivienda en la gran ciudad.

De hecho, Tel Aviv se ha vuelto una ciudad muy cara - sus alquileres son más altos que en el centro de Manhattan -, y existen muchas razones de que esto sea así, pero sobre todo se debe al hecho de que la urbe atrae a un número cada vez mayor de jóvenes israelíes que llegan buscando un lugar donde establecerse.

En parte, es algo natural. Las grandes ciudades resultan atractivas en cualquier lugar del mundo: ofrecen empleo, entretenimiento y una diversidad de oportunidades que la periferia no.

Pero Tel Aviv posee otra dimensión que explica su popularidad. La ciudad representa una realidad política y social alternativa. En ella se respira una atmósfera de "vive y deja vivir", desprovista de aquel paternalismo que forma parte esencial de la experiencia israelí.

Tel Aviv permanece abierta durante los sábados - por lo menos en lo que se refiere al ámbito de la cultura, el entretenimiento, los deportes y los restaurantes - a pesar del hecho de que la coalición que gobierna la ciudad incluye partidos ortodoxos.

En realidad, la representación ortodoxa en Tel Aviv es similar a la de la Knéset; sin embargo, diferentes sistemas electorales producen diferentes equilibrios de poder.

Las elecciones directas de alcaldes han reducido al mínimo la actividad de los partidos con un poder cambiante.

Al caminar por las aceras, paseos y playas de Tel Aviv uno percibe inmediatamente la naturaleza multicultural, multiétnica y multicolor de esta metrópoli. Tel Aviv tiene una escuela especial - Bialik Rogozin - donde los hijos de inmigrantes extranjeros acceden a una educación humanista israelí-hebrea, haciendo caso omiso de la amenaza de deportación defendida por el ministerio del Interior. Su dinámica comunidad gay goza de reconocimiento oficial y recibe fondos municipales y asistencia. La ciudad se ha convertido en una de las 10 ciudades gay-friendly del mundo.

El resultado es una urbe que vive en armonía con todos sus componentes.

La calle Sheinkin - meca de los jóvenes y de la vanguardia - alberga en un mismo sitio a clubes de hip-hop y a tradicionales sinagogas ortodoxas. Un centro de Jabad se levanta justo al lado del famoso - o, según algunos, notorio - mini parque Sheinkin.

Mientras que en Jerusalén las batallas callejeras entre la policía y los ultraortodoxos suelen ser algo cotidiano, en Tel Aviv, los trasnochados asistentes de los pubs se mezclan al amanecer con los devotos que marchan a realizar sus oraciones matutinas.

No es que la ciudad está exenta de problemas sociales. La brecha económica entre los barrios del norte y del sur debe preocupar a cualquiera que crea en la justicia social y la igualdad. Sin embargo, Tel Aviv es todo lo contrario de aquel espíritu nacionalista-chauvinista fanático que parece haberse apoderado de la Knéset.

Tal espíritu, promovido por la infame alianza entre la derecha y los ultraortodoxos, se caracteriza por la coerción: imponiendo las prácticas religiosas a los judíos seculares, la jurisdicción rabínica sobre los matrimonios y los divorcios judíos, las leyes de conversión ultraortodoxas a quienes desean integrar el pueblo judío; por medio de la práctica ultranacionalista, en el ámbito de la escuela primaria, del canto del himno y las visitas a la Tumba de los Patriarcas en Hebrón; a través de la coacción caprichosa de la burocracia sobre cualquiera que pretenda recibir asistencia del gobierno, y de la coacción sobre los judíos religiosos que pertenecen a comunidades no-ortodoxas.

De haberse presentado toda esta serie de temas controvertidos ante el ayuntamiento de la ciudad de Tel Aviv, hubieran sido resueltos pacíficamente hace mucho tiempo.

De hecho, Tel Aviv es sinónimo de diversidad, de reconocimiento del "otro", incluyendo a aquellos "otros" no judíos.

En consecuencia, a diferencia de la Knéset - y por desgracia, probablemente también del ejército - el canto femenino no es un pecado, y el Shabat es un día de descanso - legado por nuestro pueblo a toda la humanidad - así como también un día para el entretenimiento y la cultura.

Esto explica también por qué los jóvenes se sienten atraídos a la ciudad y no a sus localidades satélites, donde a menudo la práctica del Shabat está impuesta por ley. Los jóvenes judíos seculares se ven imposibilitados de viajar a Tel Aviv los sábados por la falta de transporte público. ¿Es que alguien puede echarles la culpa por querer vivir en esta ciudad libre de coerción?

Me parece que esta preferencia por Tel Aviv no es más que el testimonio de un profundo anhelo de una sociedad más liberal; aquel tipo de Estado judío tolerante soñado por Herzl en "Altneuland".

Ahora que recuerdo, "Tel Aviv" fue en su momento el nombre hebreo para "Altneuland".

Fuente: Jerusalem Post - 5.8.11
Traducción: www.argentina.co.il