Israel decidió reabrir la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén salvo para los menores de 50 años. La decisión se produjo este viernes, día del rezo musulmán, aunque se mantiene la alerta extrema.
Existe una tensión contenida en Jerusalén tras otra noche de violencia que llevó a las autoridades israelíes a cerrar totalmente la explanada, por primera vez desde el inicio de la segunda Intifada en septiembre del 2000, en prevención nuevos enfrentamientos entre israelíes y palestinos.
El rabino ortodoxo ultranacionalista Yehudah Glick, conocido por su constante reivindicación de una mayor presencia hebrea en el Monte del templo, fue tiroteado anoche a la salida de una conferencia que acababa de pronunciar en el Centro Begin de la capital israelí.
Tras los acontecimientos, las fuerzas de seguridad israelíes están en máxima alerta. Simpatizantes de Glick, miembros de la extrema derecha israelí e incluso parlamentarios del partido Likud anunciaron su intención de marchar en masa sobre la zona del Monte del Templo.
La inusual medida de cerrar a judíos, musulmanes y turistas el acceso esta parte emblemática y sagrada de la ciudad revela hasta qué punto la situación amenaza con desbordarse.
El presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás calificó esta decisión de las autoridades israelíes de «declaración de guerra».
Después de un verano de guerra en Gaza, precedido del secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes en las cercanías de Hebrón y de la represalia de tres ultras judíos que quemaron vivo a un muchacho palestino en Jerusalén, los choques y el resquemor entre ambas comunidades se convirtió en la tónica habitual. Casi no pasa un día sin que en los barrios mayoritariamente árabes de Jerusalén Este, se levanten barricadas contra las fuerzas de seguridad.
La semana pasada los agentes mataron a un terrorista palestino que causó la muerte de una bebé israelí tras lanzar su coche contra un grupo de personas que esperaba el tranvía ligero en la estación de «Givat Hatajmoshet».
Los ánimos están más que encrespados y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, no dudó en responsabilizar directamente a Abbás de las últimas muertes por su entendimiento con Hamás.
En paralelo, Netanyahu continúa con su política de construcción en Jerusalén Este y en Cisjordania, denunciada por los palestinos y condenada por la comunidad internacional.
El líder hebreo trata de contentar al ultranacionalista religioso, Naftali Bennett, su socio en la coalición de Gobierno y ministro de Economía, que considera un sacrilegio la mera aceptación de la idea de un Estado palestino.
Analistas afirmaron que lo que Jerusalén necesita estos días «son bomberos y no quienes echen más gasolina» pero subrayaron la paradoja de que cuanto más lejana esté la posibilidad de un nuevo proceso negociador, inimaginable ahora mismo, más estable será el Gobierno de Netanyahu.
Pero si a nivel local la política de firmeza del primer ministro puede verse fortalecida, en el plano internacional cuenta cada vez con menos simpatías. Suecia acaba de reconocer al Estado palestino, el Consejo de Seguridad de la ONU debatirá próximamente si acepta a Palestina en su seno, y aumentan los desencuentros sobre el tema con la Administración Obama.
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