El hallazgo de los cuerpos de los tres jóvenes israelíes secuestrados el 12 de junio vuelve a alejar la de por sí esquiva paz entre israelíes y palestinos, complica más aún la situación interna palestina y agudiza el nada nuevo interrogante acerca de cómo se pone fin al terrorismo.
El primer resultado que cabe esperar ahora es una seria escalada en la lucha de Israel contra la organización integrista islámica Hamás, a la que pertenecen, según el Estado judío, los responsables del triple asesinato.
La respuesta israelí podría encaminarse en dos frentes. De un lado, en Cisjordania, donde la infraestructura armada de Hamás se debilitó considerablemente en los últimos años, aunque diferentes células continúan operando, tal como quedó en evidencia en los últimos días. El primer desafío será ubicar a los secuestradores para transmitir un mensaje categórico a quienes continúan actuando en el terreno. Ayer trascendió que hicieron volar las casas de dos sospechosos.
Por otro lado, es previsible que haya acciones del Gobierno israelí en la Franja de Gaza, donde Hamás ha gobernado durante los últimos siete años y cuenta con estructuras tanto civiles como militares, con diversas comandancias y bases de su brazo armado, Izz al-Din al-Qassam.
Los líderes de Hamás en Gaza están claramente identificados y son los símbolos que podrían ser atacados, más allá de las pruebas con que cuente Israel sobre el rol concreto de la cúpula de la organización terrorista en el asesisato. Israel considera que el mensaje de Hamás - especialmente de su jefe máximo, Khaled Mashal - es de aliento a los atentados.
Una señal al respecto la dio ayer el diputado Tsaji Hanegbi, del partido gobernante Likud, al declarar: «Debemos actuar de modo que aquellos líderes de Hamás que queden con vida se arrepientan de lo que hicieron».
En Gaza son conscientes de que habrá represalia israelí, y por eso se multiplicaban las informaciones de fuentes palestinas sobre la preparación de la población para un inminente operativo militar.
Pero mientras hay quienes hablan de «venganza», en lo que a un eventual operativo contra Hamás y otros grupos radicales en Gaza se refiere, el triple asesinato de los jóvenes no sería el único detonador. En las últimas semanas se multiplicó considerablemente el disparo de cohetes desde Gaza hacia localidades civiles en el sur de Israel, incluyendo misiles Grad hacia las ciudades de Sderot, Ashkelón y Netivot. Una fábrica de pintura en Sderot quedó totalmente destruida al arder el sábado por la noche por el impacto directo de dos cohetes Qassam. Por eso, desde hace días parece cuestión de tiempo el comienzo de un operativo de gran envergadura en Gaza, sugerido por el propio Netanyahu.
La otra dimensión de lo que se avecina es política. Semanas atrás, al anunciar la Autoridad Palestina un acuerdo de unidad nacional con Hamás, Israel resolvió suspender las negociaciones de paz. La exigencia de Netanyahu fue clara: Abbás debe optar por paz con Israel o paz con Hamás.
La relación con Mahmud Abbas es compleja y los tiempos que se avecinan seguramente no la simplificarán. Por un lado, está la exigencia de que corte su unión con Hamás, y por otro, la conciencia de que Abbás no puede aparecer como colaboracionista con Israel.
Cuando el presidente palestino condenó el secuestro de los jóvenes y exigió su liberación, las redes sociales palestinas se llenaron de caricaturas hostiles hacia su persona. Israel aprecia su condena del secuestro, aunque recuerda al mismo tiempo que la Autoridad Palestina paga sueldos a familiares de terroristas presos o muertos.
El gran desafío para Israel será cómo maniobrar con Abbás de modo que no se le arruine totalmente como potencial interlocutor, mientras se hace la guerra contra Hamás, al que Abbás sin duda quiere tener controlado para que no lo margine en Cisjordania como lo hizo en Gaza.
Aunque salgan victoriosos aquellos que piden reaccionar racionalmente y no motivados por la ira, la voz cantante parece que la tendrá la fuerza. El reto será combatir el terrorismo sin cerrar totalmente la puerta a una eventual vuelta a la mesa de negociaciones.
Fuente: La Nación