Fue tan largo, doloroso y trumático el camino recorrido desde 1993 hasta hoy para tratar de llegar a un acuerdo definitivo con los palestinos, que el primer supuesto básico de la paz - de la que tanto hablaron esta semana Peres, Netanyahu, Abbás y Kerry - es que, en los próximos años, no va a firmarse ningún convenio entre las partes que ponga fin al conflicto.
Por supuesto, hay que seguir intentándolo. Es necesario mantener siempre algún equipo diplomático secreto que se ocupe de llevar a cabo muy discretamente negociaciones para comprobar si existe alguna posibilidad.
Sin embargo, se descuenta que en el escenario estratégico actual, no hay posibilidad alguna de resolver problemas como Jerusalén, refugiados, Hamás, fronteras, terror, seguridad o asentamientos judíos en Cisjordania. Algún día habrá paz, probablemente, pero no en esta década.
El segundo supuesto básico es que la amenaza planteada por la ocupación no es menos grave que cualquier otra amenaza. La ocupación amenaza a Israel moral, demográfica y políticamente, distorsionando su identidad. La continuación de la ocupación corrompe al Estado judío-democrático, altera gradualmente los objetivos básicos del movimiento sionista y pone en peligro su existencia esencial. El status quo reinante casi tres años es canceroso por más que no se lo perciba. Si no acabamos con él, él terminará acabando con nosotros.
El tercer supuesto básico es que una retirada unilateral israelí de Cisjordania no puede ser inmediata, de una sola dimensión o de largo alcance. Todavía no está claro cómo habremos de resistir frente a las bases de misiles iraníes que se establecieron en el norte y el sur, en Líbano y Gaza, tras las anteriores retiradas unilaterales y luego de que los resultados de la guerra civil en Sira estén a la vista; lo que es seguro es que no seremos capaces de hacer frente a una tercera base de misiles de ese tipo en el centro del país. Una repliegue a la Línea Verde que no tenga en cuenta el peligro de los misiles, tendrá un efecto desestabilizador y supondrá una amenaza para la seguridad nacional.
El cuarto supuesto básico es que «la primavera árabe-musulmán» no permitirá la firma de de tratados de paz convencionales, pero podría allanar el camino para nuevos tipos de oportunidades, alianzas y entendimientos. Hemos perdido la oportunidad de alcanzar acuerdos formales con corruptos déspotas árabes, pero hay una posibilidad de lograr tratados mutuamente beneficiosos con algunos de nuestros vecinos. Al mismo tiempo, se ha creado la apertura necesaria para una comprensión más profunda entre Israel y las potencias occidentales que hasta ahora se han mostrado renuentes a la hora de intentar entendernos, pero no podemos esperar que ellas ambicionen la paz más que nosotros.
El quinto supuesto básico es que debemos actuar. Si un líder de la talla de Ben Gurión estaría vivo, se habría arrojado sobre el nuevo escenario regional como si se tratara de un tesoro. Estaría ocupado en la búsqueda de nuevos aliados, nuevos acuerdos estratégicos y nuevos entendimientos diplomáticos. El «viejo» ya no está con nosotros, pero su manera de trabajar resulta hoy más relevante que nunca. Frente a la actual tormenta regional, Israel debe tomar la iniciativa.
Estas cinco premisas básicas nos llevan a una conclusión: Necesitamos un nuevo paradigma diplomático. Los Acuerdos de Oslo ya no son pertinentes, y las propuestas de Camp David y Annápolis cumplieron su fecha de caducidad. Un acuerdo con Siria quedó fuera de la agenda. Esas ideas deben reemplazarse con otras creativas para conseguir la paz.
¿Qué hacer? Llamemos a las cosas por su nombre: Israel tiene la posibilidad de congelar la construcción en aquellos asentamientos emplazados más allá de la nueva línea de separación; Israel tiene la posibilidad de llevar a cabo un programa de evacuación y compensación en los asentamientos ubicados más allá de la línea de separación; Israel tiene la posibilidad de evacuar unos 20 asentamientos completos en Cisjordania, cuyo abandono dejaría a los palestinos una importante franja de territorio contiguo.
A cambio, Israel debe exigir el reconocimiento por parte de la comunidad internacional de que un futuro acuerdo sea entre el Estado judío-democrático y un Estado palestino desmilitarizado; de que la nueva línea de separación sea una línea legítima de defensa hasta que se logre la paz definitiva; de que el Valle del Jordán constituya una zona de estabilidad que precisa de disposiciones especiales de seguridad, incluso en caso de alcanzarse la paz. Israel debe demandar la firma de tratados con la comunidad internacional y la garantía de poder contar con una red de seguridad; además debe reclamar la garantía de que cualquier territorio del que decida retirarse habrá de permanecer completamente desmilitarizado.
Por último, Israel debe requerir que la comunidad internacional forme una verdadera alianza con el Estado hebreo para poder así desarrollar juntos un cuidadoso plan supervisado con el objetivo de dividir el territorio.
Es hora de ser realistas, de abrir los ojos y mirar con detenimiento el verdadero lugar donde vivimos. Un verdadero acuerdo de paz con los palestinos sólo será el producto final de un largo y agotador proceso que ponga fin a la ocupación.
Dicho proceso tendrá que ser gradual, creativo y real. Pero debe comenzar ya mismo.