Fuera de amenazas militares y terroristas, la sociedad israelí tiende a desestimar y despreciar síntomas de claro contenido problemático si considera que de forma inmediata no incomoda las normas sociales y políticas existentes.
Tanto especialistas como medios de difusión se encargan periódicamente de elevar al orden del día muchas de estas temáticas. La experiencia nos demuestra que muy rápidamente estas cuestiones pasan a ser parte de un olvido intencionado.
Las elecciones generales del Parlamento programadas para los próximos días nos dan la oportunidad de sacudir la conciencia democrática de la ciudadanía de Israel y el pueblo judío con un tema que muy bien puede ser definido como una bomba de tiempo político.
El liderazgo del único Estado judío del mundo no quiere escuchar el tic-tac del detonador que en ciertas circunstancias se puede convertir en el prólogo de una debacle de impredecibles consecuencias para el orden social y político reinante.
Se trata del comportamiento electoral de árabes ciudadanos de Israel y de aquéllos que viven bajo soberanía israelí y que, por el momento, sólo son reconocidos como residentes permanentes del Estado hebreo.
Pese a que periódicamente sectores de extrema derecha acostumbran adjudicar intenciones terroristas a la población árabe ciudadana israelí, en realidad, y fuera de casos aislados como en la población judía [1], ésta se comporta normativamente en cumplimiento de leyes del Estado.
En las últimas décadas, su gran mayoría apoya tres agrupaciones políticas cuya principal preocupación, así como se refleja en sus plataformas y accionar parlamentario, son los derechos de la minoría árabe ciudadana de Israel.
En los últimos 20 años, estos grupos parlamentarios alternan su presencia cuantitativa de 9 a 11 miembros en el Parlamento. Es decir, aproximadamente de un 8% a 9% de la cámara israelí. Los repetidos sondeos de intención de voto para las próximas elecciones les pronostican resultados sin cambios fundamentales.
Bajo esta realidad y la concepción generalizada del resto de «partidos sionistas» que marginan intencionalmente a estas agrupaciones políticas árabes, israelíes de toda coalición gubernamental deberíamos coincidir con la opinión pública que se manifiesta con una clara apatía de lo que se podría considerar «una potencial amenaza árabe desde adentro».
Un análisis crítico y profundo de la situación tendría que advertirnos que esta realidad puede cambiar drásticamente de un día para el otro, fundamentalmente, por depender única y exclusivamente de la predisposición de esa población árabe ciudadana de Israel sin ninguna posibilidad del Estado de modificar los resultados, salvo que se invoquen normas antidemocráticas.
¿Si la población árabe-israelí representa hoy un 20,6% del total del país [2], cómo se explica que la bancada parlamentaria de aquellos partidos que se presume los representan obtengan no más del 9% de escaños en el Parlamento? ¿Dónde se esconde la diferencia? ¿Quién podría tener control sobre ella?
En primer lugar, el porcentaje de votantes. En las últimas vueltas electorales el porcentaje de votantes árabes respecto de su total con derecho a voto es menor que el mismo dato entre votantes judíos en aproximadamente un 10%. En las últimas elecciones sólo un 56% de árabes con derecho a voto hicieron uso del mismo entre tanto el promedio de este dato para toda la población indica un 63%. Para las próximas elecciones de enero de 2013 las estimaciones advierten que el índice de votación para la población árabe-israelí podría caer debajo del 50% [3].
El segundo motivo de la diferencia son votos de ciudadanos árabes a favor de partidos sionistas. Muy a pesar de los difamadores judíos de extrema derecha, en las últimas vueltas electorales un promedio del 25% de los votos de ciudadanos árabes fue adjudicado a facciones sionistas, incluyendo a partidos religiosos ultraortodoxos. Cabe aclarar que este dato fue mayor en décadas pasadas y se percibe una clara tendencia de una permanente reducción [4].
La tercera razón surge de una actitud segregacionista del Estado de Israel. Según la Oficina Central de Estadísticas, el total de población de Israel incluye unos 300 mil palestinos que viven en Jerusalén Oriental, territorio anexado después de la guerra de 1967 y que Israel lo considera bajo su soberanía. Fuera de unos 10 mil de ellos, los restantes 290 mil no son considerados ciudadanos de Israel con derecho a voto sino «residentes permanentes» con derecho a trabajo y voto sólo en elecciones municipales [5]. La razón de esta inadmisible situación es la exigencia segregacionista de Israel de otorgarles ciudadanía a condición que renuncien a su pasaporte jordano y aprendan hebreo. El carácter racista de dicha legislación es muy claro pues, a diferencia de estos «residentes permanentes», cuyas familias viven en el lugar varias generaciones atrás, la mayoría de los judíos llegaron a Israel como inmigrantes y recibieron automáticamente su ciudadanía sin hablar una palabra de hebreo y también portando pasaporte extranjero que continúa en sus manos con validez hasta hoy en día a sabiendas de las autoridades [6].
Si un buen día estos «residentes permanentes» de Jerusalén Oriental, que en su mayoría ya dominan perfectamente el hebreo, deciden quemar sus pasaportes jordanos, y por lo tanto, convertirse en ciudadanos plenos de Israel, si ahora todos los árabes israelíes deciden terminar con su apoyo a partidos sionistas, en próximas elecciones podrían conseguir el 20,6% de los escaños del Parlamento si es que el porcentaje de votantes se iguala al promedio de toda la población. Basada en el mismo cálculo, la proyección de la población para 2025 pronostica que las listas árabes-israelíes podría obtener un 25% de los escaños [7].
Si a estos datos le agregamos una posible movilización general de la población árabe de manera que retorne al porcentaje de votantes con respecto a todos aquellos con derecho de un orden del 80-90%, como ya lo fue en esta minoría en el pasado y es característica hoy en día del público religioso ultraortodoxo y habitantes de asentamientos judíos de Cisjordania, los partidos árabes-israelíes podrían llegar a disponer de un 30 a 35% de las bancas - 35 a 40 miembros del Parlamento.
Bajo esta realidad, la democracia israelí se tendría que enfrentar con una situación trascendentalmente diferente en la que el liderazgo sionista debería replantear su modo de acción para sobreponerse a la desmesurada fragmentación actual si pretende seguir liderando lo que se denomina un Estado judío y democrático [8].
Si bien los datos conmueven, no se debe dejar de lado que sólo se trata de un ejercicio virtual. Peo no por ello es cuestión de dormirse en los laureles ya que todo el proceso sólo es cuestión de iniciativa civil y pacífica de la población árabe-israelí, salvo que el liderazgo hebreo se convenza que en este caso extremo se deba recurrir al uso de argumentos basados en un omni-privilegio que acostumbramos a adjudicarnos para que se nos permita fijar normas racistas, discriminatorias y antidemocráticas, como ya ocurrió y ocurre en otros campos con la misma población.
Ojalá me equivoque…
[1] «La policía crea nueva unidad contra terror judío»; Ynet; 19.9.12.
[2] «Datos estadísticos hacia el año 2013»; Oficina Central de Estadísticas de Israel; 30.12.12.
[3] «Un 50% de los ciudadanos árabes no tiene intención de votar en las próximas elecciones»; Haaretz; 10.12.12.
[4] «La minoría árabe israelí y las elecciones al Parlamento 17»; Universidad de Tel Aviv; Coordinador Elie Rekhess; 2007.
[5] «Sólo 3.374 residentes de Jerusalén Oriental recibieron ciudadanía israelí en la última década»; Haaretz; 20.12.12.
[6] La carrera por un pasaporte extranjero de gran parte de judíos israelíes es de público conocimiento y se puede leer en la discusión entre Gabi Waisman: «Los que preparan las valijas»; Haaretz; 31.3.08, y Reuvén Rivlin: «Pasaporte peligroso»; Haaretz; 14.4.08.
[7] «Los árabes en Israel - Datos estadísticos»; Universidad de Tel Aviv; Coordinador Elie Rekhess; año lectivo 2005-2006.
[8] «Salvo la referencia a habitantes de Jerusalén Oriental, la problemática demográfica expuesta en este artículo no está vinculada de ninguna manera al seguro desastre politico-social que significará para Israel la anexión de facto de Cisjordania como consecuencia de programas de colonización judía desenfrenada. Un pronóstico serio en ese sentido se puede leer en «El fantasma demográfico vive»; Amnón, Sofer; Haaretz; 4.10.10.